Zombi, de Joyce Carol Oates

ZombiEsta es una novela exclusivamente recomendada para quienes tengan interés en imbuirse en la mente de un zumbado de cojones. Su narrador, Quentin, deja en evidencia desde la primera página su falta de empatía mientras cuenta diferentes momentos de su vida, obsesionado por hacerse su propio zombi; un siervo dócil al que pueda viol… controlar sin resistencia. Este objetivo, pertinaz, imperturbable, es una de las guías más evidentes de Zombi; un relato descarnado que se ciñe a unos hechos desgranados de manera taxativa, sin graduarlos prácticamente con adjetivos. Cuando Quentin describe el proceso a aplicar para conseguir su meta lo hace como si fuera el manual de un procedimiento quirúrgico. Sus acciones y pensamientos se revelan desde la más absoluta asepsia. Le embargan emociones desbordantes, enfermas, retorcidas, pero el texto no se recrea en ellas. Esta precisión en la descripción del narrador ahonda en lo macabro de su comportamiento.

La autora de Blonde y La hija del sepulturero pone toda la carne en el asador de una derivada del horror corporal: el horror mental. Transmitir la abyección que se puede esconder dentro de ese vecino del tercero que te saluda cuando te lo cruzas en el ascensor y al que un día le encuentran un cadáver en el armario. La forma de iluminar la mente de ese personaje, funcional, capaz de vivir entre nosotros sin despertar recelos, crea una profunda incomodidad sobremanera porque las veces que están a punto de descubrirle se sale con la suya. Oates dedica su espacio a construir estos momentos de mímesis desde el abismo de estar abierto todo el rato a sus pensamientos. Unos razonamientos que abundan en sus permanentes obsesiones sexuales o una despersonalización que le lleva a hablar de sí mismo en tercera persona al separar su faceta social de esa esencia orientada a satisfacer sus deseos.

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Monster Show. Una historia cultural del horror, de David J. Skal

Monster ShowLa reciente muerte de David J. Skal se ha dejado sentir. En noviembre de 2023, semanas antes de un fatídico accidente, el autor de Hollywood gótico y Algo en la sangre había visitado nuestro país para promocionar la recuperación de Monster Show. En su estancia en San Sebastián, Barcelona y Madrid dio muestra de una simpatía pareja a su reconocida sabiduría sobre el terror, sobre todo en la vertiente cinematográfica. Esto explica la manifestación de tristeza compartida a modo de pequeño homenaje y agradecimiento hacia un escritor en trámite de ser recuperado en España.

Etiquetado como una historia cultural del horror, Monster Show fue traducido por primera vez en 2008 por Óscar Pálmer para Valdemar. Sin embargo, como otros volúmenes de la colección Intempestivas, después de quince años alcanzaba precios prohibitivos en el mercado de segunda mano. En su treinta aniversario, Es Pop Ediciones lo ha puesto de nuevo en circulación en una cuidada edición con abundante material gráfico, una maquetación esmerada, índice onomástico… Apenas algunas erratas le quitan una miaja de lustre, supongo fruto de las prisas por llegar a tiempo a la visita de Skal.

Por centrar el tiro, mi única discrepancia con Monster Show reside en el subtítulo que le acompaña: la mencionada “Una historia cultural del horror”. Skal aborda en su interior sobre todo un estudio de la figura del monstruo y lo monstruoso en el cine estadounidense, algo más largo de contar en una frase promocional pero más certero en la definición. Un tema al que se entrega desde su conocimiento de la historia y su capacidad para el análisis con una inteligencia equiparable a sus fuentes. Bastan tres capítulos para darse cuenta.

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The Shards (Los destrozos), de Bret Easton Ellis

La pelota que lancé jugando en el parque aún no ha tocado el suelo
Dylan Thomas

The ShardsEs curioso porque nunca diría que uno de los ejes principales de una novela puede ser una única palabra, pero en el caso de The Shards, la nueva novela de Bret Easton Ellis, se puede decir sin dudar demasiado. Me explico. Así como se ha dicho en más de una ocasión que la palabra más importante en el léxico de Cormac McCarthy es ‘and’, por esos rítmicos polisíndetons a los que es tan proclive y que se le dan tan bien –no como a Fresán– en el caso de esta novela se puede decir, con igual pertinencia, que la clave está en la palabra ‘narrative’. Es decir, en la constante mención a esa imagen que proyectamos de nosotros mismos, esa ficción de la que nos rodeamos para protegernos.

No sé qué equivalente castellano habrá escogido el traductor o la traductora porque –impaciente– la he leído en inglés, pero el narrador repite muy significativamente la palabra ‘narrative’ para referirse a ese discurso que te creas, para referirse a esa imagen que proyectas de ti mismo en esos años tan vulnerables. (Actitud que no es privativa, como bien sabemos, de nuestras adolescencias). Eso crea un nudo de fantasías, de ficciones dentro de las vidas de estos críos, que hace que encontrar la verdadera personalidad de cada uno sea difícil. Me recuerda a aquellas palabras de Kurt Vonnegut, que no recuerdo donde leí, pero que decían algo así como: ‘cuidado con lo que pretendas ser, porque eres lo que pretendes ser’. Lo que hay que preguntarse ahora es: ¿por qué sentimos la necesidad de crearnos esas ‘narratives’, esas ficciones, alrededor de nosotros mismos? Ahí está una de nuestras claves como torpe y frágil especie animal, yo diría.

¿Qué nos asusta? ¿Lo que nos asusta está ahí afuera? ¿O aquí, cerebro adentro, como convencimientos propios? Y también nos creamos esas narrativas para impresionar. Porque ¿creemos que la verdad no será suficiente? Todo este conflicto mental lo vemos escenificado en The Shards: las decisiones que toman los personajes, los comportamientos que se derivan de todos estos circuitos mentales, tortuosos y equivocados, son reveladoras de todo un sufrimiento en un entorno en el que por otra parte vemos personajes ellisianos sensibles, preocupados por una vez por la insensibilidad ante el dolor ajeno. Easton Ellis es un gran conversacionalista, y su prosa, como sus personajes, si bien quizá no se ha dulcificado, sí se ha suavizado un poco, es menos cortante y menos gélida de lo que podíamos esperar.

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Sobre la ciencia en la ciencia ficción

Cuando Alice se subió a la mesaSe puede decir así, si queremos: la ciencia ficción no tiene nada que ver con la ciencia. Hay historias que la incluyen más, otras que menos, pero su presencia, en los surcos de un cuento o novela, está al servicio de la imagen, de la potencia semántica de la imagen, y no del análisis físico, químico o biológico del mundo. La ciencia forma parte de un contexto del que, bien tejido, surge el novum creíble, y no tiene por qué plegarse a las conclusiones de la así llamada realidad porque la ciencia, en la ficción, está al servicio de la imaginación y de la poesía. Representa lo pensado y sentido y no el desmenuzamiento científico del mundo, de los mecanismos internos, físicos, químicos o biológicos que realmente componen este mundo. Los objetivos de la ciencia en la ciencia ficción no son los mismos que en el laboratorio.

La ciencia en la ciencia ficción es un imaginario utilizado para espolear el sentido de la maravilla y hacer que despliegue todo el fulgor que lleva dentro y del que es capaz. Es un corpus explicativo y racional, orquestado para apuntalar un sentimiento, un pensamiento, una idea. Y la ciencia es, en sí misma, imaginario. Que haya fallos o incongruencias científicas en una novela de ciencia ficción es irrelevante. Sí, cierto, soy consciente de que puede chirriar hasta el punto que nos expulse de la lectura, pero en ese caso nos estará expulsando un elemento extraliterario, como si leyésemos un libro plagado de faltas de ortografía, de erratas y desajustes en la maquetación. Comprensible el rechazo, pero por motivos que nada tienen que ver con el texto. Esa novela o ese cuento reajustan las leyes físicas, químicas, biológicas y etcétera, y las resignifican en el nuevo contexto que las gesta a su manera, permitiéndose el lujo de ignorar o violentar determinadas certezas contrastadas.

Hay que adentrarse en la ficción poetizada, que es como decir aumentada, que nos propone todo texto cienciaficcionesco, sin los asideros de nuestra racionalidad cotidiana. “La función de la ciencia en la literatura de ciencia ficción es poética”, leemos en la Teoría de la literatura de ciencia ficción, de Fernando Ángel Moreno, así que todo este texto no es más que una simple nota al pie de esa frase.

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Neuromante, de William Gibson

NeuromanteTuvo que ser difícil enfrentarse a Blade Runner. Esa estética decadente, ese urbanismo opresor, la velocidad de todo, la convivencia con replicantes en la ciudad, toda la mecanización de la vida que se veía en la película condicionó a un joven William Gibson a reescribir la historia que tenía en mente. O, más que la historia, el imaginario. Porque Gibson, con Neuromante, no tuvo una idea sino una imagen. Y tuvo que alejarse del diseño de producción de Blade Runner para erigir su propia concepción del futuro, de lo que les esperaba en los ochenta si seguían como siguieron. De nuevo como en sus cuentos, Gibson supo ver las inercias humanas latentes y les puso imaginario.

Hay dos títulos de los años ochenta –Menos que cero y Neuromante– que tienen un estatus parecido de clásicos instantáneos de su tiempo. Si han resistido el paso de las décadas es ya otro tema. En ambas se ve esa alienación hiperurbana, la violencia que define nuestras vidas. La de Bret Easton Ellis llegó, diría, un poco más lejos en sus logros que la de Gibson, porque además de una imagen social contaba con un ritmo trepidante, pero Neuromante consolidó una estética en verdad perturbadora, que no es poco.

Sabemos que Gibson es capaz de articular un buen puñado de piezas maestras breves; pero en Neuromante, como he sugerido, la trama es confusa y simplona, lo que tampoco es raro ni invalidante: el valor de la novela no está en lo que narra. La novela es más una estética que una historia, la consolidación definitiva y para siempre de la estética ciberpunk. Ya vimos en el propio Gibson antecedentes del imaginario urbano, ya le vimos escribiendo sobre tráfico de información, sobre ciborgs y sobre una alienación social que era la excrecencia de la tecnología mal enfocada. Pero la clave de Neuromante está en la fusión de realidades y en algunas descripciones. No tengo muy claro que haya resistido el paso del tiempo (como sí creo que lo hace Menos que cero o, por citar otra novela ochentera de ciencia ficción, Pensad en Flebas, que no se le parece ni por asomo), pero ¿por qué no?

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Razonables pasadizos

Forever War

A los parecidos razonables que a veces identificamos entre obras, Vicente Luis Mora los llamó, hace tiempo, pasadizos. Los hay entre Menos que cero, Contacto e Historias del Kronen. Estas novelas de Bret Easton Ellis, Dennis Cooper y José Ángel Mañas, respectivamente, tienen un aire parecido, como de lejano parentesco. Se escribieron con pocos años de diferencia y no creo, o nada nos puede hacer pensar, que los autores hablaran entre sí ni se conocieran. La explicación hay que buscarla en otra parte.

Una época, con todas sus manifestaciones sociales, temáticas, políticas, estéticas y ambientales, incide, o puede incidir, de maneras distintas en distintas personalidades. Pero, de la misma manera, puede también estimular o avivar los talentos de personalidades parecidas, de sensibilidades afines, e incidir en ellos de manera similar, y el resultado pueden ser textos que comparten algunos de sus rasgos constitutivos esenciales, como el enfoque de determinado tema, el tema en sí, los escenarios, el argumento o el punto de vista, y nada de esto, cuando ocurre, tiene por qué ser sospechoso ni desvirtuador.

En la ciencia ficción hay un caso paradigmático de estos parecidos inquietantes, de estos sorprendentes pero comprensibles pasadizos literarios. Me refiero a ese binomio formado por La guerra interminable, de Joe Haldeman, y El juego de Ender, de Orson Scott Card (a mi juicio bastante inferior en sus méritos que la novela de Haldeman). Estas novelas son hijas de la herida emocional, psíquica, social y (también) literaria que dejó en Estados Unidos la guerra de Vietnam (en la que Haldeman, por cierto, luchó en su juventud). Hay parecidos en sus novelas que se deben a su tiempo, al crisol político-social que les dio vida. Guerras, enemigos mayormente desconocidos, ignorancia de los motivos políticos que orquestan la guerra, etc. Los autores metabolizan un mismo momento histórico, desde perspectivas cercanas.

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Bienvenidos al bizarro

Confieso que resulta difícil no caer en el escepticismo cuando aparece un nuevo movimiento literario agitando las aguas del mundillo, parafraseando a Sophia Petrillo; “soy vieja, lo he visto todo. Dos veces”. La historia es muy conocida y no sólo en el ámbito literario. Veamos. Una alegre y jovial muchachada (aunque siempre hay alguno ya talludito) de aspecto estrafalario y pésimos modales irrumpe en los aburguesados salones de sus mayores poniendo de nuevo la rueda en marcha; primero desconcierto y rechazo entre las gentes de orden, luego los intentos de apropiación ( “bah, el cyberpunk lo inventé yo en un fanzine de Cuenca en el 73″), y finalmente asimilación e integración mediante la aparición ritual de los otrora despreciables freaks en las páginas de algún suplemento cultural, informales pero arreglaos, de riguroso negro, despeinados y con un aro en la nariz. El eterno ciclo de la cultura y la civilización, como echar pestes de nuestros contemporáneos o añorar una imaginaria edad de oro. El truco, creo yo, reside en disfrutar de la diversión mientras dure (si la propuesta coincide con nuestra longitud de onda, claro), y saber en qué momento bajarse antes de que la Parodia entre en escena. O metérselo todo hasta el final, que más da, siempre que seamos conscientes de lo que estamos haciendo.

Y la última novísima tendencia más o menos subterránea que ha irrumpido en nuestro apacible club, el del fantástico, es el bizarro, un movimiento que ya lleva unos años dando guerra por los USA (Carlton Melick III, el autor de bizarro más conocido y prolífico, comenzó a publicar hace ya más de quince años) pero que recientemente ha desembarcado en el mercado español gracias a los esfuerzos de Orciny Press, que nos ha ofrecido Fantasma, de Laura Lee Bahr, La casa de arenas movedizas, del propio Carlton Melick III o Ciudad Revientacráneos, de Jeremy Robert Johnson con cierto éxito de crítica y público según me revela un estudio científico de probada eficacia; echar un vistazo a lo que sale por mi tuiter. Y ahora, en lo que es un recurso habitual en cualquier movimiento literario que se precie, Orciny nos presenta Bienvenidos al bizarro, una antología de autores que trabajan el bizarro en mayor o menor grado, un poco lo que Visiones peligrosas supuso para la new wave o Mirroshades significó para el cyberpunk, una eficaz carta de presentación a la vez que panorama narrativo y manifiesto de intenciones.

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Grendel, de John Gardner

Grendel

Ya iba siendo hora que escribiera una modesta reseña sobre Grendel, de John Gardner, reseña que en mi cabeza iba a ser más larga, más compleja, más culta y más de todo, pero que a la hora de ponerla por escrito se ha quedado en un vulgarísimo  “destripo el argumento y arreando” (¡aviso!). ¿Y por qué Grendel, una oscura novela de un escritor ya un poco olvidado que alcanzó su mayor momento de gloria cagándose en la obra de casi todos sus contemporáneos? (bueno, exagero, Pringle la incluyó en su selección de las cien mejores novelas de literatura fantástica anglosajona y además se ha reeditado recientemente en la colección Fantasy Masterworks). Pues no lo sé muy bien, pero es otro de esos libros con los que estoy obsesionado, que me lleva acompañando desde que lo leí por primera vez hace más de veinticinco años, y, como suele ocurrir, en cada relectura he ido descubriendo nuevos significados que han ido marcando mi crecimiento como lector. También, con el tiempo, se ha convertido en una especie de grimorio que guardaba las claves para interpretar o desentrañar otras obras, aparentemente tan dispares como Soy leyenda de Richard Matheson, Ampliación del campo de batalla, de Michel Houellebecq, el Brian the Brain de Miguel Ángel Martín, el American Psycho, de Bret Easton Ellis o la peripecia de Dawn Wiener, la antiheroína de las películas de Todd SolondzPor no hablar de la reciente irrupción, sobre todo en el medio televisivo, de un arquetipo que fascina a las audiencias, el personaje misántropo que navega contra los valores (o la narrativa, que se dice ahora) de su tiempo (True Detective, Mr Robot, House, Dexter, etcétera), pero cuyo verdadero origen dejo a gente más inteligente y culta que yo.

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Wolves, de Simon Ings

Wolves

Wolves

No me extraña que el fugaz e inexorable paso del tiempo sea un tema fundamental en el arte y la literatura desde tiempo inmemorial. Lo he sufrido en mis carnes hace nada, cuatro días atrás como quien dice me encontraba reseñando Dead Water de Simon Ings, y en un visto y no visto (¡más de tres años ya!) ha publicado otra novela, Wolves, con gran éxito entre la crítica anglosajona más cabal, moderna y sensata. ¿Y qué he estado haciendo yo durante todo ese tiempo? Pues absolutamente NADA, querido lector, como mucho dedicado a pergeñar de vez en cuando cuatro reseñas mal contadas sobre libros y películas que a duras penas soy capaz de entender. Y es que si me entrego al derrotismo es porque he recibido un severo correctivo leyendo Wolves, uno de tal calibre que ha minado mi autoestima de lector culto, ilustrado y hasta un poquitín moderno con barba, sumiéndome en el desconcierto, la confusión y hasta la melancolía.

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Lo mejor de 2006

Uno de los proyectos que quedó colgado con el cierre de Cyberdark fue el de hacer una selección comentada del mejor material publicado durante el año anterior. Y como C viene a ser su hijo pequeño hemos decidido llevar adelante esa idea continuando con el patrón con el que preparamos las listas de «fundamentales».

Pedimos a una veintena de nuestros colaboradores que elegiese una de las mejores novedades aparecidas durante el 2006 y la añadiesen a la lista que, poco a poco, fue cobrando forma. Dieciocho accedieron a participar y cada uno ha escrito un comentario de alrededor de 300 palabras que, una vez reunidos, os ofrecemos en el presente artículo.

Supongo que, como suele ocurrir, a muchos la selección les puede resultar insatisfactoria porque o bien falta (o sobra) algún título o el proceso de selección parece escasamente adecuado. Independientemente de esto, creemos en la utilidad de la presente lista, interesante a la hora de localizar algunos de los mejores libros publicados durante el año pasado sin distinción de géneros, países de origen, autores, editoriales,… Diechiocho opciones de lectura que dan muestra de que si bien el nivel ha bajado respecto al excelente 2005, el 2006 puede considerarse otro buen año para la literatura fantástica en España.

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Los títulos elegidos son los siguientes:

  • Axiomático – Greg Egan
  • El atlas de las nubes – David Mitchell
  • El fin de mi vida – Graham Joyce
  • El río de los dioses – Ian MacDonald
  • El privilegio de la espada – Ellen Kushner
  • El profeta guerrero – R. Scott Bakker
  • Franco. Una historia alternativa – Varios autores
  • Kafka en la orilla – Haruki Murakami
  • La fábrica de pesadillas -Thomas Ligotti
  • La torre de la golondrina – Andrzej Sapkowski
  • Las mentiras de Locke Lamora – Scott Lynch
  • Leyes de mercado – Richard Morgan
  • Los hijos de Anansi – Neil Gaiman
  • Lunar Park – Bret Easton Ellis
  • Relatos japoneses de misterio e imaginación – Edogawa Rampo
  • Señores del Olimpo – Javier Negrete
  • Su cara frente a mí – Luis Ángel Cofiño
  • Sueños nuevos por viejos – Mike Resnick

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