Ritos de madurez, de Octavia E. Butler

Ritos de madurezPuestos a inventar epítetos, uno útil o más o menos divertido podría ser ‘ciencia ficción orgánica’. Selvática también funcionaría. Pero ‘orgánica’ queda mejor, creo, sobre todo para incluir derivas del género en las que el novum es más cárnico que tecnológico, más biológico que científico. La novela Las estrellas son legión, de Kameron Hurley, que no me entusiasmó, fue la segunda en mi personal historia lectora, de todos modos, en proponer un imaginario tan orgánico, tan biológico y fagocitador que lo dominaba todo, y me pareció que estaba, como digo, por segunda vez ante un libro de lo que no podía calificar mejor que de ciencia ficción orgánica. La primera lectura fue el Amanecer de Octava Butler, primera novela de la trilogía Xenogénesis.

Acabada ahora esta Ritos de madurez, que es la segunda parte, ocho o nueve años después de leer la primera (espero no tardar tanto en ponerme con la tercera), he vuelto a tener la misma sensación de estar ante unas páginas de ciencia ficción orgánica. Sí, está la nueva carne cronenbergiana, pero no es eso: es que la carne y la vida son aquí en sí mismas y sin prótesis metálicas de ninguna clase lo que es cienciaficcionesco. Su metabolismo y su manera de funcionar, su evolución y sus necesidades y urgencias son de otro mundo. Para nosotros que leemos, un espectáculo. Y es un hallazgo natural, además, alejado de la carga de horror que predomina en Cronenberg o en Tetsuo, de Shinya Tsukamoto, donde la carne está entretejida en una maquinaria nueva, heridora, y es esa aleación la que hace de novum de terror.

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Ray Harryhausen en los tiempos de la tercera dimensión

Ray Harryhausen

Después de Avatar y de Prometheus, de Origen, Interstellar y de El amanecer del planeta de los simios –da igual los títulos–, después de tantas películas en las que dominan los efectos especiales, es un descanso para los ojos volver a las películas en las que intervino Ray Harryhausen. La delicada artesanía de su animación 3D, verdaderamente 3D, cautiva por encima de lo que consiguen los medios actuales.

Estoy viendo que no será fácil demostrar esto.

Nombre ineludible del cine de los años 50 y 60, Harryhausen, como nos recuerda el infatigable John Kenneth Muir en su blog, fue guionista, director, productor y un destacado maestro –él dice genio–, de los efectos especiales, e inspiración directa de autores como Spielberg, Cameron, Sam Raimi o John Landis. (Veo injusto, pues, que no salga jamás mencionado este decisivo, puntero orfebre de la animación stop motion en ese monumento que es la Historia del cine, de Román Gubern, como, por cierto y por otra parte, tampoco lo hace Roger Corman. Supongo que la explicación la podríamos encontrar en la puntillosa, clasista actitud anti-subcultural ya descrita hace algunos meses en estas mismas páginas virtuales).

Hace un millón de años, la Furia de Titanes original, Jasón y los Argonautas, La isla misteriosa,  El viaje fantástico de Simbad o sus cortometrajes de los años cuarenta, en los que adapta relatos infantiles, son solo parte del legado de este maestrogenio. Su corto de 1949 La Caperucita Roja es, o parece, un puente tendido entre los dibujos animados y el cine de imagen real, un punto intermedio entre esas dos distintas, pero complementarias, sintaxis del cine, y el resultado, aunque sea raro decirlo así, parece que tenga más sentido que cualquier otra opción modernizante. Si antes he dicho 3D, es porque vemos, como en este corto, la sobresaliente figura animada sobre fondo plano, estimulando, podríamos decir, el conjunto de la imagen, dotando de fisicidad al plano. El conjunto es armónico, evocador: Harryhausen aporta el grado de fantasía necesaria para encantar, comedido y exacto, orquestando un todo plástico y sugestivo. (Se puede echar un primer vistazo a sus logros en esta lista elaborada, hace unos años, por Jorge Loser en Espinof).
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