Ascensión, de Nicholas Binge

AscensiónUn arranque épico, un final satisfactorio y arriesgado y, entremedias, un texto no del todo redondo —lo lastran, sobre todo, una estructura tramposa y algún que otro momento tontorrón—, pero siempre entretenido y solvente. Hay novelas que se hacen grandes después de leídas, cuando una tiene tiempo de masticarlas y digerirlas. Ascensión es precisamente lo contrario: diría que se disfruta más cuanto menos reflexionas sobre ella. Pero, pardiez, qué imágenes tan asombrosas es capaz de conjurar Nicholas Binge, y qué buena opción de lectura para cualquiera que busque, simplemente, unas páginas en las que perderse durante unas horas.

El misterio que desencadena la trama no puede ser más potente: la súbita aparición, en mitad del océano Pacífico, de una montaña gigantesca cuya altura supera en varios kilómetros la del monte Everest. Un grupo de científicos especialistas en diferentes disciplinas se desplaza hasta allí para investigar, y entre ellos se encuentra el protagonista y narrador, Harry Tunmore, experto en física, superdotado, excéntrico y aventurero que va desgranando los sucesos de la expedición a través de una serie de cartas dirigidas a su sobrina.

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Los tres, de Sarah Lotz

Los tresHay libros que resultan más atractivos cuando te los cuentan que cuando los lees. Un ejemplo reciente sería Ascensión, de Tom Perrotta. El día a día de unos personajes bajo las secuelas de un acontecimiento inexplicable y enfrentados a un vacío que han sido incapaces de llenar. Cuando le cuentas a alguien su argumento tiene mucho mejor pinta que cuando lo descubres por ti mismo. Hasta el punto que podría estudiarse en cualquier taller literario como paradigma de cómo no contar una historia. Sin llegar a ese extremo, Los tres es otro ejemplo de sinopsis muy por encima de la narración. Aunque en esta ocasión su autora, Sarah Lotz, exhibe un cierto talento, al menos en su construcción.

En sus casi 600 páginas, Lotz enhebra múltiples textos para relatar los sucesos más relevantes alrededor de los tres niños supervivientes de cuatro accidentes aéreos ocurridos de manera casi simultánea en diferentes lugares del globo. Cada pocas páginas engarza entrevistas, confesiones a un magnetófono, registros de chats, cartas, secuencias de tweets, informes oficiales… de un buen número de personajes y lleva al lector a través de los hechos más asombrosos y controvertidos desencadenados por los catástrofes. Los primeros casi siempre alrededor de los niños, se abordan como si fueran tres dramas de géneros diferentes. Sin duda son lo más sugerente del libro, muy especialmente el relato del superviviente japonés. Al punto exótico del país del sol naciente le añade que sea hijo de un diseñador de robots con apariencia humana, una “curiosidad” integrada en la trama para potenciar la extrañeza de una historia ya de por sí insólita. Mientras, el resto de escenas se centran en cómo una parte concreta de la opinión pública acoge el enigma alrededor de los supervivientes.
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Ascensión, de Tom Perrotta

AscensiónNo me habría acercado a Ascensión si no fuera por The Leftovers, la serie escrita por Damon Lindelof para la HBO a partir de esta novela de Tom Perrotta. Un tenso relato polisémico con la religión y la búsqueda de sentido a las contrariedades de la vida como centro de su circo de tres pistas. Y si he seguido con él hasta prácticamente el final ha sido por encontrar alguna razón que explicara el por qué de su adaptación televisiva. Una pregunta para la cual apenas tengo una respuesta: partiendo de una idea magnífica, Lindelof tenía claro cómo conseguir tensión narrativa e imprimir angustia donde Perrotta sólo muestra un arsenal de carencias.

Desde sus primeras páginas Perrotta intenta escribir una historia a lo Stephen King con el pie apretando el freno, con una pequeña comunidad enfrentada a un acontecimiento sobrenatural que, supuestamente, debería liberar tensiones acumuladas durante años. El elemento fantástico está muy contenido, no hay la menor intención de explicar qué hay detrás, y todo se fía a describir la rutina cotidiana de sus personajes tras proporcionar dosis brutales de rohypnol; tanto que cualquier posible conflicto expuesto exhibe la intensidad de un perezoso en pleno ataque de furia.

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