Hace poco me encontré con una alegre, refrescante sorpresa leyendo Dublineses. Disimulada entre sus páginas se percibía una tenaz defensa (fortificada, podríamos añadir) de la llamada subcultura. Pero no es sólo que se ‘percibiera’: es que, entre los primeros pliegues argumentales de uno de los primeros cuentos, estaba, ejemplificada ahí como un tesoro, toda la dinámica de la dominación que atraviesa, como una red de gruesos vasos sanguíneos, lo que se conoce como cultura: vemos el olfativo desprecio con que se aparta de lo subcultural, vemos cómo funciona y cómo es esa parcela subcultural de la creatividad, y en conjunto vemos una vindicación total, honesta, de lo despreciado.
Así empezaba sin saberlo, con ese libro, un viaje a través de Joyce, hacia la subcultura.
Imbricada en “An Encounter” vemos a la vez la defensa de la subcultura y el ataque frontal a una autoridad que, encastillada e impaciente, la desprecia. La historia es sencilla: unos críos, aficionados a la lectura de novelas y tebeos del oeste, deciden, incitados por el influyente encanto de sus aficiones, desobedecer su mundo y salir en busca de aventuras (al coste de la desobediencia). ¿A qué se enfrentan? En clase, el profesor, dogmático, maniqueo, clasista y autoritario, les prohíbe leer semejante bazofia. Les dice: “Que no vuelva a ver esta miserable basura en este colegio. El hombre que la escribió, imagino, es un miserable escribiente que escribe estas cosas por un trago”. Ah, los desprecios y los prejuicios avanzan de consuno hacia el infinito. Ahí, la autoridad. Los críos, ilustrados y valientes, ignoran olímpicamente las pobres amonestaciones de esa nada envejecida que es su profesor, y salen, con los ojos ardiendo como faros, a vivir aventuras como los protagonistas de las historias despreciadas que leen a escondidas. Ahí, la desobediencia liberadora.