Fracasando por placer (XIV): The Magazine of Fantasy & Science Fiction, julio de 1998.

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Este es un número especialmente apetecible de F&SF porque pretendía poner el dedo en la llaga de una vieja cuestión: la relación entre cine y literatura de ciencia ficción. Desde el propio editorial, en el que el muy moderado y amable Gordon van Gelder (al que nunca dejaré de agradecer la ayuda que brindó a Gigamesh cuando yo la dirigía para conseguir contactos y relatos, en una época en que internet estaba en pañales) no deja claro por qué elegir una estructura tan singular para tratar la cuestión, se percibe el aroma del fastidio y el rencor: hay gente por ahí forrándose con la cf y nosotros seguimos siendo cuatro gatos marginados. Esta última parte hoy quizá ha ido a mejor, pero de la primera lo mantenemos creo que casi todo, multiplicado por el boom de las series que de momento apenas ha beneficiado a la fantasía.

Van Gelder cita sólo dos adaptaciones satisfactorias del papel a la pantalla: 2001, cuyo texto como es sabido en realidad es una especie de novelización rara, y La naranja mecánica. Limitándome a la cf, pues no creo que pueda dar una opinión tan razonada sobre las versiones de Tolkien, Martin, Lewis o ahora Sapkowski, creo que hacia ese 1998 podría haber sumado tranquilamente alguna más: El increíble hombre menguante, La invasión de los ultracuerpos, La hora final, Fahrenheit 451, Cuando el destino nos alcance, Solaris (versión rusa), Blade Runner (con sus carencias respecto al libro) y la adaptación de Volker Schlondorff de El cuento de la criada. A mí me gusta mucho Contact, también, pero la dejo aparte porque sé que estoy bastante solo. Desde ese 1998 en que apareció este ejemplar de la revista, sumo Hijos de los hombres, El truco final, La carretera, Los juegos del hambre, la increíble y durísima Qué difícil es ser dios de 2013, La llegada y High-Rise. Más las adaptaciones televisivas de El cuento de la criada y The Expanse, producto con aspecto muy pensado para su conversión (lo siento, me aburrí con la primera temporada de El hombre en el castillo).

Sin embargo, me gustaría llamar la atención sobre lo anómala que es esa lista que acabo de hacer. En primer lugar, aunque todas me parecen buenas películas, apenas incluye cuatro o cinco que señalaría entre las mejores del género en su historia: quizá sólo 2001, La naranja mecánica, Solaris, Hijos de los hombres, Qué difícil es ser dios y La llegada. Por otra parte, es inevitable señalar que la presencia de libros que no son de autores «pata negra» del género es mayoritaria: Burgess, Shute, Atwood, Finney, P.D. James, McCarthy, Suzanne Collins… Al igual que es necesario indicar que entre los adaptados apenas hay contados libros candidatos para figurar entre los cincuenta mejores de la historia de la cf: quizá sólo Solaris, Fahrenheit 451, La carretera y Qué difícil es ser dios. Picnic junto al camino es mejor como novela, pero encuentro Stalker una película un tanto fallida, por herético que resulte.

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No sé si se acordarán, pero hace muchos años la parrilla de la televisión pública giraba alrededor del cine. Todos los días tocaba película, había ciclos de géneros, directores, actores…  Incluso de madrugada echaban películas subtituladas de “arte y ensayo”, o de cinematografías que entonces parecían ignotas. Por aquella época yo era una máquina de ver películas con mucho tiempo libre y, como a todo el mundo que se aficiona a esto del cine, me llegó el “momento Tarkovski”, en mi caso Solaris primero y Stalker después, que además tenían ese aura misteriosa de ciencia ficción rara del otro lado del telón de acero. Solaris no tanto, pero Stalker me impresionó muchísimo (y eso que por aquel entonces me sabía el 2001 de Kubrick de memoria). Yo no tenía ni idea de quien era Tarkovski, ni de nadie que fuera remotamente similar, no leía revistas ni libros de cine y veía las películas con mucha inocencia y sin ideas preconcebidas, no como ahora, que sigo sin tener ni puta idea y encima no soy consciente de ello.

Stalker me fascinaba con su mágica combinación de narrativa difusa y difícil de discernir y su poderosa imaginación visual. Se trataba de una experiencia muy diferente al cine “clásico” norteamericano al que estaba acostumbrado, por lo general sometido a la dictadura de un guión férreamente estructurado, preocupado por contar historias cerradas que generasen la ilusión de verosimilitud, con su adecuado desarrollo de personajes, su abundancia de diálogos ingeniosos y espléndidamente escritos, etcétera. Sin embargo, lo de Stalker era como si hubiese estado mirando por la mirilla de una puerta, y esa puerta se fuese abriendo poco a poco revelando un paisaje nuevo que hasta entonces desconocía.

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