Es admirable cómo Iain Banks construyó su universo de La Cultura a través de novelas independientes con repartos de personajes y escenarios creados ex profeso para la ocasión. Cómo cada título arroja luz sobre aspectos apenas tocados hasta ese momento y profundiza en su cosmogonía mientras se aleja de personalidades y entornos “gancho”, los socorridos recursos para ayudar a descodificar la historia sin adentrarse más de lo conveniente en ese territorio de popularidad en retroceso llamado incomodidad. En el caso de A barlovento además me he encontrado con el entramado más desdibujado de las cinco novelas de la serie que llevo leídas (siguiendo el orden cronológico de publicación, me faltaría Excesión). Mayormente se desarrolla en tres escenarios distintos; uno de los hilos alterna dos secuencias temporales; el reparto se puede calificar de coral… Y me temo que los engranajes de las tramas no están engrasados por igual. La que sucede en el entorno más original aparece encajada entre las otras dos de forma colateral, lo que unido a la naturaleza didáctica de la narración, muchas, demasiadas veces centrada en tratar la vida en La Cultura, resume por qué me ha costado entrar en él.
Pero no quiero restarle valor; A barlovento rezuma ese talento para el space opera grandilocuente tan característico en Banks. La mayor parte de sus páginas transcurren en un orbital donde un compositor exiliado de una civilización ajena a La Cultura se prepara para el estreno de su última gran obra. Justo cuando a esa mega construcción llegue la luz del estallido de una supernova desencadenada durante una de las acciones más trágicas de la guerra iridiada; aquel megaconflicto en la base de Pensad en Flebas donde comenzó a trazarse el carácter mayúsculo de este universo.