Los Hugo y los Nebula suponen un buen cartel de cara a la traducción de una novela. Los premios Mundial de Fantasía y, sobre todo, el de Terror son harina de otro costal. Sirva de ejemplo lo ocurrido con Las bestias olvidadas de Eld. Ganadora del primer Premio Mundial de Fantasía allá por 1975, su publicación fue desestimada en varios de los booms editoriales que nos han traído obras menos contrastadas. De hecho, quedó relegada por detrás de otra obra de su autora sin duda más arriesgada: la trilogía del Juego de enigmas. Ha tenido que llegar Duermevela, una nueva editorial ajena a la fórmula de publicar exclusivamente novedades, para rescatarla del olvido y poder apreciar esta fantasía juvenil escrita desde una sensibilidad alejada de las coordenadas de más éxito en la actualidad.
El primer capítulo de Las bestias olvidadas de Eld es toda una declaración de intenciones. Patricia McKillip enumera una serie de personajes y situaciones con la única finalidad de establecer la estirpe familiar de la protagonista, Sybel, la hechicera que habita la montaña de Eld. En ningún momento muestra la más mínima piedad por un lector probablemente abrumado ante la sucesión de nombres que, en su mayor parte, jamás volverán a aparecer en el libro. Este torrente afortunadamente se atempera una vez se ha establecido el tono: McKillip da forma a un cuento de hadas clásico dentro de una estructura novelesca. Para ello recurre no sólo a esta sobreabundancia de apelativos sino. también. a los animales parlantes de gran poder y profunda sabiduría, a enfrentamientos entre familias sin posibilidad de acuerdo, brujas aisladas que cultivan una imagen distante, séptimos hijos de séptimos hijos… Todos estos estereotipos son el lugar donde impulsarse para lanzar la historia y comenzar una pequeña revolución. No de una manera radical pero sí, al menos, con la contundencia suficiente como para mantener la atención del lector más bregado.