Fue una alegría descubrir que Gigamesh publicó una nueva traducción de ese rompehielos de la ciencia ficción que es Earth Abides, de George R. Stewart. Rafael Marín tiene toda la razón al escribir, en el prólogo, que La Tierra permanece es “una de las grandes novelas del género y, además, una de las grandes novelas americanas de la posguerra”. Tal cual. La novela, ya en 1949, sentó las bases de la literatura postapocalíptica y fundó toda una estética del derrumbe de la civilización y de la supervivencia que se iría extendiendo, libro a libro, película a película, en las décadas siguientes.
Novela seminal, La Tierra permanece aglutina los miedos arraigados en la consciencia colectiva después de la Segunda Guerra Mundial, y consolida, más que inaugura, un subgénero capital de la ciencia ficción: el relato postapocalíptico. La bomba atómica dio sentido a las fantasías sobre el fin del mundo, y en la novela asistimos a su puesta en escena, al ejemplo directo de lo que le esperaba a la humanidad si se cumplían esos miedos. Está narrada con una melancolía muy equilibrada: percibimos la pena por lo perdido (que es todo) antes que un odio por el causante de esas pérdidas. La lectura, por ejemplo, se ve como la herramienta cultural que reconfigurará la mentalidad humana, que hará germinar una vez más el genio humano.
Por otra parte, el texto está salpicado de breves fragmentos en cursiva que actúan como las incursiones de un narrador externo, ajeno al narrador en tercera persona que despliega la historia común de Isherwood, el protagonista, y la Tribu, los personajes que se le van añadiendo, y que funcionan como un alejamiento momentáneo de la historia, para que cojamos perspectiva.