Dhalgren. Un recorrido

DhalgrenCuando te empiezas a interesar por la ciencia ficción, cuando logras traspasar las dos o tres primeras capas de títulos y autores más conocidos, tarde o temprano acabas llegando a Dhalgren. Y alrededor de Dhalgren encontrarás a sus detractores y amantes, como sentados en una mesa, inmersos en un debate irresoluble sobre la calidad y la relevancia histórica de la novela. Escrita por Samuel R. Delany en los años setenta, sigue siendo hoy una pieza totémica de la ciencia ficción de la nueva ola, y una novela colosal, sugerente y atmosférica, que sigue irradiando misterio. En la mesa, diciendo poco, estaré sentado entre los partidarios de esta obra-ciudad.

La radiografía más simple de Dhalgren nos dice que va sobre un chico de unos veintitantos años que, después de pasar un tiempo viajando, decide ir a Bellona. El chico está perdido y no recuerda su nombre. Ese es el punto de partida, pero hay más. Bellona no es solo un lugar: tiene la entidad propia de un personaje literario. Es una ciudad semideshabitada: de sus dos millones de habitantes apenas quedan mil, y lo que hay es esto: farolas rotas, coches volcados o destruidos por el tiempo y el óxido, casas con las ventanas rotas, las puertas abiertas o descoyuntadas, gente deambulando por calles despobladas, seres asilvestrados que viven sin preguntarse nada y sin tratar de entender el estado de las cosas que les rodean ni la eterna sensación de estar aislados del mundo ni la presencia constante del humo en todos los rincones de la ciudad. Humo y más humo en las calles y sobre los tejados. Un humo invasivo y sucio. ¿Para qué entender nada?

Bellona está descrita como ciudad postapocalíptica en medio de un Estados Unidos normal. Como rareza o anomalía física. Es extraña. Como si fuera una ciudad sentiente (como el planeta de Mundo muerto, de Harry Harrison), llena de realidades fluctuantes, o como si fuera el producto de una mente drogada. O como si fuera una ciudad etérea, más un estado mental que un espacio físico. Bellona está desconectada de la realidad como si una cúpula la protegiese o aislase del mundo exterior, como si las reglas básicas del comportamiento humano y de las relaciones sociales se suspendiesen para sus habitantes. Lo leemos así en la página 14: “Es una ciudad de discordancias internas y distorsiones retinales”. Hay dos lunas sobre Bellona. Algunos personajes mencionan que hubo, en los primeros meses de no sabemos qué, una evacuación. Que vino la Guardia Nacional. Hay seres imaginarios, fantásticos o mitológicos que, en realidad, son recreaciones holográficas. Las bandas callejeras, los Scorpions, hacen del pillaje uno de los rasgos más constantes de la vida en la ciudad. Una chica se convierte en árbol. Es todo muy extraño. El efecto es un agujero negro literario del que no se puede escapar, se entienda más o menos el transcurrir general del libro.

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Supernovas. Una historia feminista de la ciencia ficción audiovisual, de Elisa McCausland y Diego Salgado

SupernovasDescubrí a Elisa McCausland a través de su libro sobre Wonder Woman, un texto muy recomendable que, además de una descripción e interpretación de las historias del personaje, profundizaba en su condición de icono feminista. Desde entonces he disfrutado de su labor de estudio de la cultura popular, muy especialmente a través de los podcasts Perros verdes y Trincheras de la cultura pop. En este último comparte micro en solitario con Diego Salgado, crítico de cine junto al cual ha escrito esta historia feminista de la ciencia ficción audiovisual; un completísimo mapamundi de un universo creativo que apenas había visto cartografiadas en España pequeñas regiones, muy limitadas en el espacio y en el tiempo.

Esta ambición de glosar un panorama tan extenso supone la principal dificultad a la hora de dotar de estructura al ensayo. ¿Por dónde comenzar a desenmarañar la madeja? Temporalmente la cosa puede ser más clara, pero, una vez entran en juego las componentes temática y geográfica, la cuestión no resulta tan intuitiva. En este sentido creo que Salgado y McCausland han acertado de pleno. Dividen Supernovas en doce capítulos para, en cada uno, acercarse a una unidad más o menos temática, más o menos centrada en un país, más o menos extendida en el tiempo. Así, se dedican textos a tratar cómo la mujer bien ha cultivado la ciencia ficción, bien ha sido representada en Alemania, Japón o España, con un elemento vertebrador que va y viene y, en definitiva, otorga coherencia al ensayo: el acercamiento a la ciencia ficción creada en EE.UU a lo largo del siglo XX hasta llegar al XXI. Cómo han surgido y evolucionado allí ciertos iconos que después veremos reproducirse o ampliarse desde otras perspectivas. Esta elección difumina un poco el hilo conductor, especialmente al principio. Sin embargo, en cuanto se suceden las aportaciones y se entrelazan con las ya expuestas, el poder acumulativo del conjunto es incontestable.

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Cero, de Kathe Koja

CeroCero es la cuarta novela de La biblioteca de Carfax que comentamos en C y después de su lectura, independientemente de la valoración sobre el texto, prevalece la reafirmación de la necesidad de un proyecto editorial así. No sólo por el criterio detrás de la selección de títulos o, en sintonía con ese carácter, cuidar el libro como producto. Lejos de dejarse llevar por la urgencia de la novedad y la expectación de lo que se habla ahora en anglosajonia o la esfera influencer, en el catálogo se mantiene no sólo un envidiable equilibrio entre novelas y colecciones de relatos. También es evidente en una personalidad que no hace ascos a recuperar obras de hace décadas, olvidadas por la ausencia de un espacio para publicarlas en España o el miedo a comerse la tirada completa ante textos de encaje complicado. Tal es el caso de Cero, novela de Kathe Koja aparecida hace tres décadas que Ismael Martínez Biurrun recomendaba encendidamente en “De la nueva carne a la nueva naturaleza” y que me ha seducido tanto como a él.

Esta sensación tiene algo, mucho, de malsano. El lugar en el que Koja encierra a sus personajes durante casi 300 páginas y donde se desarrolla el acto crucial de sus vidas bascula entre lo enfermizo y lo sórdido. Es difícil encontrar un resquicio de felicidad, optimismo, esperanza en el relato de Nicholas, el narrador, un empleado de blockbuster alienado en una existencia anodina y una relación de dependencia con Nakota, una bailarina de striptease. La disfuncionalidad de ese vínculo se acrecienta con la aparición en su domicilio del agujero, una no-entidad que sirve de portal a otra realidad. Nakota lo explora arrojando a su interior objetos, pequeños seres vivos y una cámara para observar su interior. Toda este proceso reactiva una relación que parecía terminal y que trasciende a un nuevo nivel cuando Nicholas atraviesa el agujero involuntariamente con su mano.

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Visiones de James Tiptree, Jr.

Alice SheldonDespués de practicarle la eutanasia a su marido, Alice B. Sheldon, que logró esconderse bajo el pseudónimo literario de James Tiptree, Jr. durante veinte años, se cubrió la cabeza con una toalla y se pegó un tiro. De pequeña vivió en África y en la India; durante la Segunda Guerra Mundial salió de su casa un día y se alistó en el ejército; ocultó su homosexualidad y canalizó su tenebrosa depresión crónica a través de su obra; e hizo y deshizo en sus personajes lo que no pudo hacer y deshacer consigo misma. Todo en ella es fascinación, pero sería un error creer que todo en ella es fascinación por los hechos trágicos de su vida, que con tanto cuidado, por otra parte, biografió Julie Phillips en Alice B. Sheldon (James Tiptree, Jr. The Double Life of Alice B. Sheldon); así que si digo, por tercera vez, que todo en ella es fascinación, es porque en sus cuentos vemos –aumentada– toda la extrañeza del mundo, y todo el caos de la mente humana –la suya– convertido en espectáculo visual por una imaginación capaz de metabolizar sus propios dolores hasta convertirlos en imágenes mesmerizantes, de tan cienciaficcionescas.

Los temas que permean su obra son la sexualidad, la violencia, la soledad, el sufrimiento como elemento constitutivo diferencial del ser humano, la conflictiva relación con el otro, la desesperanza y, aunque en menor medida, la esperanza y el amor. El feminismo de “Las mujeres que los hombres no ven” o “Houston, Houston, ¿me recibes?”, es un discurso que, cuando escribía protegida por su pseudónimo, sorprendía gratamente a escritoras como Joanna Russ o Ursula K. Le Guin. Por otra parte, la otredad, como he dicho, es en Tiptree una presencia conflictiva, sí, pero no porque sea vista como una amenaza sino por el miedo a no ser aceptada por ella: después de tanto rechazo, los personajes de Tiptree lo que necesitan es ser aceptados sin condiciones. A veces, la más cercana otredad es la que te censura; el consecuente descubrimiento es que solo hay paz y amor en la lejana, pero más acogedora, otredad de las especies no humanas del firmamento. No es raro pues que su habilidad para meterse en mentes alienígenas, y describirnos desde su óptica, haya sido tan elogiada (como en esa maravilla de impacto y decepción que es el cuento “We Who Stole the Dream”, de Out of the Everywhere, & Other Extraordinary Visions).

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La playa salvaje, de Kim Stanley Robinson

La playa salvajeMuchas cosas convergen en La playa salvaje, primera novela de Kim Stanley Robinson. Publicada en 1984, hoy no se tiene muy en cuenta ni se la recuerda como lo que es: una primera novela que no lo parece, crítica y autocrítica a la vez, y un despliegue de inventiva y novedad en un terreno, el postapocalíptico, cuyo imaginario es fácil dar por sentado por lo que tiene de manido y autoexplicativo. Robinson, ambicioso y con talento suficiente como para cumplir con las metas de su ambición, entreteje el paisaje y la idiosincrasia de las gentes con los motivos históricos que han ahormado esa realidad futura, y lo hace de manera creíble, y, por usar una palabra de Sánchez Ferlosio, circunstanciada. Insisto: no parece una primera novela.

Henry, el narrador, rememora su adolescencia en los restos de una playa (paisaje infrecuente en el subgénero), con sus elementos de historia de amistades que empiezan a abandonar la niñez y adentrarse en las recién adquiridas responsabilidades de la adolescencia. Nos muestra un mundo en el que los intereses egoístas, con la supervivencia como factor tutelar de sus vidas, priman sobre un mínimo sentido de la moral (pienso en esas visitas guiadas a los restos de las ciudades californianas, a las que ahora vuelvo), y a la –tal como la pintan– consoladora, reconfortante idea de la venganza.

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Fracasando por placer (VIII): Nueva Dimensión nº 46, mayo de 1973, y parcialmente Adventures in Time and Space, Raymond J. Healy y Francis J. McComas, 1946

Nueva Dimensión 46

Ahora es muy fácil, pero ser aficionado a estas cosas ha sido históricamente un calvario. El mayor problema, el más obvio, eran las traducciones, claro. Pero la edición ha sido muy mala, penosa. Las puñaladas te podían llegar de los lugares más inesperados. Uno podía pensar que tenía un libro estupendo, que había cubierto la obra de tal o cual autor, y mira, pues no. Porque resulta que en la edición española faltaban treinta páginas de la novela. Porque era una antología y no habían metido tres cuentos. Porque el editor prefería que sus libros tuvieran por lo general 196 páginas y no más. Y ni siquiera yendo a las fuentes originales se podía uno fiar. Aquí viene el ejemplo. Uno muy alambicado y que me ha mantenido en el engaño hasta hace cuatro días.

No leí en su momento el número 46 de Nueva Dimensión porque sabía que no era lo que decía en la portada. En ella se lee: «Aventuras en el tiempo y el espacio. Selección de Healy y McComas». Es un número muy delgadito, sin páginas verdes, sólo seis cuentos y un cómic tontorrón, apenas 128 páginas. Se debió vender mal o algo, porque era súper fácil de encontrar en su momento en la Cuesta de Moyano, y hasta la imagen de portada estaba muy vista; debió salir en algún 1984 o así. Es de una época en que la revista estaba como pachucha, sacaban solo material refritado. Después del cincuenta volvieron a cobrar vigor, escoger cuentos variados y hacer números a medida, con material informativo, ensayos y demás.

El caso es que Adventures in Time and Space es citada con frecuencia como la primera gran antología de cf de todos los tiempos, allá por 1946. Uno de sus promotores es un señor del que ustedes saben lo mismo que yo, este tal Healy. El otro, McComas, fue junto a Anthony Boucher uno de los padres de The Magazine of Fantasy & Science Fiction, razón por la cual me merece las máximas consideraciones.

El hecho es que yo sabía además que esa antología no podía componerse de esos seis cuentos: demasiado poco. Lo confirmé en una de mis visitas a una Worldcon. Buceando entre las maravillosas librerías de segunda mano que uno puede encontrarse por allí, conseguí un ejemplar de Adventures in Time and Space de la prestigiosa casa inglesa Grayson & Grayson, tapa dura, fechado en 1954 y con cuatro relatos más. Incluyendo clasicazos que los de Nueva Dimensión no tuvieron a bien incluir en una segunda entrega en la revista como, nada menos, Anochecer de Isaac Asimov, el considerado en muchas listas como mejor relato de cf de todos los tiempos. Un cuento que, por cierto, en mi mocedad me costó bastante encontrar, y que había sido publicado pocos años antes que este número de ND en un pestilente volumen de la colección Galaxia de Vértice, razón por la que me imaginé que no había sido incluido por la gente de Dronte.

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