Mundos en el abismo, de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal

Mundos en el abismoLa triste noticia de la muerte de Javier Redal me recordó que tenía en algún lugar de las estanterías esta edición de Mundos en el abismo. Un volumen especial 25º aniversario fiel al texto publicado por Ultramar en 1988, con una mínima corrección para eliminar erratas y ajustar el texto a la maqueta tradicional de Bibliópolis. Como otras relecturas, la semana que he tardado en dar cuenta de él tanto ha sido una oportunidad para reencontrarme con sentimientos y recuerdos semitenterrados en las capas más profundas de la memoria como una nueva toma de contacto con los cambios en mis preferencias lectoras. Pocos comentarios se pueden leer en C tan mediatizados por ambos aspectos.

Si tu bagaje de ciencia ficción es tan reducido como cuando leí Mundos en el abismo, me parece inevitable entrar en estado de shock ante el despliegue de conceptos tecnológicos y biológicos diseminados por Javier Redal y Juan Miguel Aguilera a lo largo y ancho del escenario en el que transcurre. Un cúmulo estelar donde una humanidad estancada se pega de tortas utilizando todo tipo de cachivaches futuristas en un contexto de decadencia primo hermano de la caída del Imperio Romano. Sin embargo, antes de llegar al espectáculo, en sus primeras 20 o 30 páginas se hace necesario superar un salto de fe: una abrumadora inmersión en un entorno plagado de nombres y referencias en sánscrito adonde el lector es arrojado entre tres entidades políticas en conflicto, cada una intrigando contra las otras mediante una docena de personajes. Sin margen de asimilación. Este escalón se acrecienta debido a la propia estructura, unas escenas de entre dos y cuatro páginas que se suceden a ritmo frenético. Por fortuna el desconcierto desaparece una vez Mundos en el abismo abre campo, se pone en situación y deja al descubierto su principal valor, incólume tres décadas después de su primera publicación: el tremendo lugar narrativo ideado por sus autores.

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Hombre / Que viene Valdez, de Elmore Leonard

Hombre Que viene ValdezEn la presentación de este volumen de la colección Frontera, Alfredo Lara señala cómo en demasiadas ocasiones los lectores vemos los géneros y los autores a la manera de compartimentos estancos. Iain Banks es uno de los ejemplos más evidentes, hasta el punto que se tomó la molestia de poner o no una M. entre su nombre y su apellido para separar de forma meridiana sus obras de ciencia ficción del resto. La percepción que de él tengamos está mediatizada por qué las lecturas hayamos hecho, sin o con la M., facilitada por un ecosistema editorial entregado con entusiasmo a alentar esa división. Fredric Brown, Jack Vance, Leigh Brackett… El número de autores observados bajo este sesgo es extenso. Elmore Leonard se suele tener en España como uno de los escritores de novela negra contemporánea más señalados. Sin embargo, a sus espaldas cuenta con una ingente producción en el terreno del western, parte de ella adaptada al cine: El tren de las 3:10, Los cautivos, Joe Kidd, Hombre, Que viene Valdez. Las novelas que inspiraron estas dos últimas fueron las elegidas por Lara para formar el primer volumen de la colección dedicado a Leonard. Una sabrosa golosina para los aficionados a los relatos de frontera.

La idea de reunirlas no sólo es un acierto dada la extensión de cada una, alrededor de las 150 páginas. Comparten elementos que se benefician de una lectura consecutiva mientras mantienen diferencias que evitan la desagradable sensación de estar leyendo dos veces la misma historia. Su coincidencia más evidente es su localización: una Arizona a finales del siglo XIX donde las correrías de los grupos Apaches de Cochise y Gerónimo están grabadas en el recuerdo y la única violencia viene de hombres blancos, guiados por una codicia apenas superada por su racismo. No es casual que sus protagonistas, John Russell y Bob Valdez, sean considerados ciudadanos de segunda: Russell por el tiempo que pasó con los Apaches, criado como si fuera uno de los suyos, y Valdez por su sangre chicana. Pero casi más importante es su retrato moral. Los dos se guían por un código sólidamente vinculado a un sentimiento de honor que les lleva a aceptar retos que ponen sus vidas en riesgo.

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Brian W. Aldiss, In Memoriam

Brian W. Aldiss

La noticia del fallecimiento de Brian Aldiss no nos puede pillar de sorpresa puesto que el caballero tenía 92 años. Ya no quedan muchos escritores tan importantes de ciencia ficción que empezaran su carrera en los cincuenta: Robert Silverberg, Harlan Ellison… A vuelapluma no se me ocurre ninguno más de esa envergadura (teniendo en cuenta que Ursula K. Le Guin, que es de la misma edad, empezó a publicar en los sesenta).

Aldiss siempre fue una figura un poco excéntrica, dada su evidente fobia a encorsetarse de cualquier manera o su éxito en el ámbito académico inglés cuando eso era algo lejos de resultar corriente. En ese sentido, creo que es una de las grandes oportunidades perdidas del género. Una muestra de cómo han cambiado los tiempos, porque alguien con su perfil hoy tendría el camino mucho más despejado. Ya que el hombre lo intentó, vaya que sí: quiso hacer más grande a la cf con antologías en Penguin Modern Classic, historias del género elaboradas de forma muy seria para la época (A Trillion Year Spree), novelas decididamente próximas a la vanguardia literaria (en particular A cabeza descalza), y todo ello sin dejar de escribir ciencia ficción a calzón quitado, con toda la imaginería, incluyendo space-operas alternativas y siempre inteligentes, fuera de lo convencional.

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Experimental film, de Gemma Files

Lois Cairns es una profesora y especialista en cinematografía de Toronto que se encuentra al borde de la debacle psicológica y emocional. Tras varios años en paro después de ser despedida de su plaza docente por recortes presupuestarios, y sin perspectivas laborales en el horizonte, sobrevive publicando escasas críticas en revistas minoritarias. Además, su vida familiar tampoco contribuye a mejorar su estabilidad emocional; Lois es madre de un niño autista, Clark, incapaz de expresar sus sentimientos y emociones y con quien apenas puede comunicarse, lo que genera una dinámica extenuante de frustración, rechazo y culpabilidad. Hasta que un día, medio de casualidad, Lois asiste a un festival de cortometrajes en el que uno de los gurús del underground presenta una pieza que samplea antiguo metraje de nitrato de plata, una cinta perdida de principios del siglo XX donde se representa un oscuro mito eslavo, la Dama del Mediodía o Polednice, la diosa de las insolaciones currando en el campo, quien recuerda vagamente a una diosa madre, una Deméter muy venida a menos. Impresionada por este metraje, Lois comienza a investigar estas cintas que podrían resucitar su carrera profesional, puesto que su autora, la señora Iris Withcombe, desaparecida en extrañas circunstancias mientras viajaba a Toronto en tren, podría ser la primera cineasta canadiense de la historia, algo que supondría una sustanciosa beca de investigación. Así que Lois se pone en marcha, obviando sus dificultades familiares, involucrándose obsesivamente en una absorbente intriga de crecientes elementos sobrenaturales que le conducirá a la catársis o la muerte.

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Wonder Woman. El feminismo como superpoder, de Elisa McCausland

El feminismo como superpoderValorar en España un personaje como Wonder Woman con más de 75 años a sus espaldas es un ejercicio reducido a unos escasos connaisseurs con mucho mucho mucho interés por su figura. De hecho cuando surge en conversaciones suele recibir comentarios entre sexistas y condescendientes, de icono menor respecto a otros surgidos en la misma época. Y en cierta forma es una discusión complicada de establecer por la dificultad de seguir sus cómics en España, casi siempre publicados a salto de mata, sin la contextualización de artículos de fondo que relataran sus orígenes más allá de cuatro datos enciclopédicos. Una nueva desventaja frente a Batman, Superman, El Capitán América o cualquier superhéroe surgido dos décadas más tarde de la factoría de Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko. Estas carencias hacen que este ensayo sea todavía más importante de lo que de por sí es.

Ya sólo por las cien primeras páginas de Wonder Woman. El feminismo como superpoder la lectura merece la pena. Elisa McCausland no sólo toca su génesis y los cimientos que sus creadores, William Moulton Marston y Elizabeth Holloway, le proporcionaron (lo habitual en los ensayos dedicados a un personaje de cómic), sino que ese relato queda sólidamente vinculado con la primera ola de feminismo; un movimiento del cual ambos formaron parte. Marston veía los cómics como el medio más adecuado para introducir una nueva visión del mundo, una perspectiva utópica que impulsaría la sociedad hacia unos valores más igualitarios donde las mujeres fueran conscientes de su poder y escaparan de los estereotipos arraigados y transmitidos por la práctica totalidad de los personajes de la época. Y con el dibujo de Harry G. Peter, eso comenzaron a hacer en 1941.

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Verbum, selección de Susana Arroyo y Silvia Schettin

VerbumEn 2016 se publicaron tres antologías cuya lectura se me ha demorado un tanto: la selección de Concepción Perea para Fábulas de Albión, Cuentos desde el otro lado; el volumen recopilatorio anual de Cuentos para Algernon; y este Verbum, la primera colección de relatos escritos en castellano de Fata Libelli. Un selección heterogénea y con criterio donde destaca una labor de edición que para los más talluditos recuerda las tres últimas épocas de Artifex. Aquellas fantásticas selecciones de Julián Díez y Luis G. Prado (y Juanma Santiago en su última etapa).

Como todos los libros de la casa, sus primeras páginas recogen una introducción que sintetiza la propuesta de Susana Arroyo y Silvia Schettin. Aluden a cómo la globalización ha afectado a la literatura de fantasía, ciencia ficción y terror; el auge de una literatura transnacional con un bloque anglosajón cada vez más multipolar a medida que más autores provenientes de diferentes entornos culturales se incorporan a él. Desde esta visión, cuando llega el momento de establecer si tiene sentido hablar de una literatura fantástica típicamente hispana o si ésta ya no se puede entender sin la influencia foránea, llegan a la conclusión de que ambas coexisten sin tiranteces. Verbum puede tomarse como su defensa de este alegato.

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The Power (El poder), de Naomi Alderman

The PowerMañana las chicas jóvenes comienzan a manifestar una capacidad: un órgano incipiente desarrollado sobre su tórax les permite emitir descargas eléctricas. A medida que más y más mujeres descubren esa habilidad, de forma natural o inducida, y aumenta la intensidad de la electricidad emitida, la extrañeza da paso a una serie de alteraciones que empujan las relaciones familiares, económicas o de poder en nuevas direcciones. Como ocurre en los sistemas no lineales, las pequeñas agitaciones detrás de las primeras interacciones desencadenan una serie de movimientos amplificados imprevisibles.

En The Power Naomi Alderman toca diversos subgéneros sin decantarse por ninguno hasta sus últimas páginas. Utiliza con destreza elementos propios de la historia de catástrofes, la preapocalíptica, el thriller e, incluso, de nacimiento de una distopía. Este jugar a tantos palos es una de las características más atractivas de su concepción unida a una secuencia narrativa muy meditada. Sus 350 páginas se encuentran divididas en secciones etiquetadas en una cuenta regresiva. The Power comienza diez años antes del presente y en cada una de ellas sitúa (en principio) cuatro capítulos protagonizados por otros tantos personajes que muestran los diferentes cambios hasta llegar al “ahora”.

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Las fuentes perdidas, de José Antonio Cotrina

Las fuentes perdidasHay una pequeña anécdota que refleja lo que fueron las ediciones de La Factoría de Ideas desde los primeros momentos de su colección más longeva, Solaris Ficción. Las fuentes perdidas, la primera obra española publicada por la editorial en Otoño de 2003, fue una de los primeras en tener su corrector acreditado. Este hecho tanto puede verse como el reconocimiento de una función editorial mal pagada y muchas veces descuidada, o la manera ladina de asignar responsabilidades; un alivio para el editor de unos libros entonces bastante criticados por sus errores y sus erratas. También fue uno de los últimos. Como cuenta su autor el volumen salió a la venta plagado de errores, como si el corrector no hubiera cuidado su tarea. Y nada más lejos de la realidad; aquella corrección fue entregada pero jamás llegó a la imprenta. Por uno de esos extraños vericuetos editoriales a los que La Factoría de Ideas era tan propensa, las modificaciones se perdieron y el lector español tuvo ante sí un texto sin el último pulido. Ese proceso, realizado de nuevo, se ha culminado catorce años más tarde con la reciente edición de Alianza en su colección 13/20; un formato muy agradable de leer y con una ilustración mucho más evocadora, ideal para el contenido del libro.

Las fuentes perdidas pasa por ser la primera novela de José Antonio Cotrina y se aleja un tanto de las que le hemos podido leer posteriormente. De hecho, para los que lo hayan conocido por títulos con un cariz más o menos juvenil de El ciclo de la Luna Roja o (menos) La canción secreta del mundo, puede suponer un sonoro contrapunto. Su estructura es más lineal, el desarrollo se muestra más contenido y el tratamiento de los personajes femeninos peca, sin hacer sangre, de pobre. Sin embargo es una obra esencial en su bibliografía. En sus páginas terminó de abrir las puertas a un universo creativo exuberante y desacomplejado dentro del cual los géneros se concilian sin disimulo. Elementos de ciencia ficción, fantasía y terror conviven sin prejuicios para modelar un escenario extraordinario donde nuestro mundo apenas es una capa en una multiplicidad de planos ocultos a los sentidos de los humildes mortales.

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