Puente de pájaros, de Barry Hughart

Puente de pájaros

Puente de pájaros

En una antigua China que nunca existió, el campesino de noble corazón Buey Número Diez solicita los servicios del único sabio al que puede permitirse contratar: el excéntrico Li Kao. El centenario maestro, de astroso aspecto y con un «ligero defecto en su carácter», acepta acompañarle y buscar el antídoto al misterioso mal que aqueja a los niños de la aldea de Ku-fu. Viajando sobre la espalda de Buey Número Diez, el maestro Li recorre el Reino Medio o región central de China en busca de la Gran Raíz del Poder, una planta mítica que es a la vez el más poderoso agente curativo conocido. Tras innumerables –y divertidas– aventuras acaecidas en los más variopintos escenarios, atravesar laberintos que ocultan fabulosos tesoros, enfrentarse a criaturas espantosas armados únicamente del ingenio y recibir en el proceso diversas sentencias de muerte, el final del viaje les depara nada menos que la resolución de una mítica leyenda.

Puente de pájaros (i) posee el tono mágico, armonioso y ancestral propio del alma china. Una narración que derrocha ingenio y originalidad, construida a base de concatenar pequeñas historias y leyendas que se unen con acierto al relato principal –como, por ejemplo, la de los cazadores de ginseng o la de la Danza de Espadas, usada como telón de fondo para narrar una bella historia de fantasmas enamorados que, a la postre, supone el quid del relato–. La narración avanza, pues, con una cadencia deliciosamente tranquila, reflejando una forma de sentir que hace del respeto a la tradición, las enseñanzas morales y el amor a la vida sencilla sus signos distintivos. Sin embargo, tal vez sea la fina ironía, tan oriental, el aspecto más sobresaliente de la novela, ironía que con frecuencia se torna franca socarronería cuando no hilaridad grouchiana en algunos episodios merced al «ligero defecto en el carácter» de cierto personaje cascarrabias.

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Una princesa de Roumania, de Paul Park

Una princesa de Roumania

Una princesa de Roumania

Paul Park ha escrito en Una princesa de Roumania una novela fantástica de corte clásico, en el sentido que en algún momento nos vamos a encontrar con cada uno de los elementos utilizados en este tipo de obras. En los primeros capítulos se nos presenta a la protagonista, Miranda Popescu, una jovencita que lleva una vida normal en un pueblecillo de Massachussets. Sustituye el granjero de la campiña inglesa por una quinceañera en la época actual y ya tenemos el primer elemento clásico. Además Miranda es huérfana y se siente como si debiese aspirar a más, como si le esperase un destino distinto. Resulta que es una princesa de Roumania, oculta mediante artes mágicas en un mundo inventado –nuestro mundo real– y destinada a salvar su país de una fuerza opresora. Todos los elementos comunes a este tipo de obras aparecen en algún momento a lo largo de la trama: el elegido, los compañeros, la búsqueda, el mentor y el objeto de poder.

Lo que hace diferente Una princesa de Roumania de otras novelas similares es, por un lado, el tratamiento y evolución de los personajes, y, por otro, la estructura interna utilizada para hacer avanzar la trama. Paul Park desarrolla muy bien la personalidad de los personajes, especialmente la de los dos protagonistas: Miranda Popescu y la baronesa Nicola Causescu. Miranda se nos muestra como la adolescente típica: soñadora, introvertida, que siente envidia y al mismo tiempo admiración por su amiga Andrómeda, la habitual chica popular de instituto. Esta personalidad se irá desarrollando sobre todo cuando comience la etapa de búsqueda y vaya adaptándose cada vez más a su papel de héroe. Los personajes actúan de manera creíble durante toda la trama, algo esencial en una novela guiada por personajes como ésta. Es refrescante comprobar cómo Miranda y el resto de sus compañeros, todos trasladados al mundo paralelo desde el mundo real, dudan en todo momento de su papel de salvadores o de las pruebas que han de ir superando a lo largo de su viaje, no viéndoles un sentido lógico y tratándolas simplemente de irracionales –para una persona que vive en el mundo real–.

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El monstruo de las galletas, de Vernor Vinge

El monstruo de las galletas

El monstruo de las galletas

La ficción de Vernor Vinge, matemático y amante de las denominadas ciencias duras, delata su formación académica. Desde sus primeros relatos el norteamericano ha orientado su obra hacia dos direcciones sin relación aparente, en las que, sin embargo, cobran gran importancia el hecho científico y la tecnología. El reconocimiento en el mundo de la ciencia ficción le llegó principalmente gracias a sus aportaciones en el terreno del space opera, subgénero que siempre ha enfocado desde una perspectiva hard. La Serie de las Burbujas, compuesta por La guerra de la paz (1984) y Naufragio en el tiempo real (1986) –cuya reedición, aprovecho para decir, sería una agradable noticia para los aficionados españoles–, y especialmente dos de sus novelas galardonadas con el otrora prestigioso premio Hugo, Un fuego sobre el abismo (1992) y Un abismo en el cielo (1999), primeras entregas de una trilogía aún sin cerrar, le alzaron hasta el panteón de los principales escritores del género en EE UU, país en el que la ciencia ficción dura todavía goza de un elevado prestigio.

Sin embargo, al margen de sus novelas más populares, Vinge cuenta también con otra faceta narrativa menos conocida, que si bien no ha obtenido el mismo predicamento que la anterior, es sin duda igual de interesante. En ella explora los posibles futuros próximos que las nuevas tecnologías podrían propiciar, ejercicio imaginativo que conlleva una carga especulativa «útil» de la que su otra obra de ficción carece. Reivindicado por muchos lectores como uno de los escritores clave en el nacimiento del ciberpunk  tras la publicación de la novela corta titulada “True Names” –y no “True Times”, como refiere el prologuista de este volumen–, Vinge ha obtenido también importantes premios de la ciencia ficción norteamericana merced, precisamente, a un puñado de narraciones cortas que indagan tanto en los nuevos conceptos surgidos de la revolución informática como en las consecuencias de los avances tecnológicos que ésta ha traído.

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Dorada, de Lucius Shepard

Dorada

Dorada

Lucius Shepard es un nombre que sonará un poco a aquellos lectores del fantástico que ya estaban en activo a principios de los 90 del pasado siglo. En efecto, su antología The jaguar hunter (1987), que aquí fue publicada por Alcor en dos tomos –descatalogados hace años–, El cazador de jaguares y El hombre que pintó el dragón Griaule (1990), fue un discreto éxito en nuestro país. Estos cuentos, que junto a la antología cosecharon unos cuantos premios internacionales, mostraron al lector español un autor complejo, imaginativo y de una gran riqueza estilística. Razones éstas, junto a una forma de escribir más cercana al realismo mágico que a la ciencia ficción o la fantasía «standard», que hicieron que fuese editado especialmente fuera de colecciones de género –como fue el caso de estas antologías pero también de su novela Vida en tiempo de guerra por Jucar, todavía disponible en alguna librería de segunda mano a precio de risa–, y que en nuestro país le perjudicó un tanto ya que, probablemente, evitó una mayor resonancia dentro de los círculos más «fandomíticos» y, por tanto, su desaparición como autor a editar.

Para aquellos que disfrutamos con sus obras, Shepard se convirtió en uno de esos autores añorados al que sólo podíamos seguir de lejos viendo los títulos –The Scalehunter’s Beautiful Daughter, The Father of Stones, Lousiana Breakdown, Viator…– y premios que recibía en años sucesivos –entre otros, seis Locus, dos Premios Internacionales de Fantasía, un Nebula y un Hugo–. Personalmente, además, me hice en ocasiones la pregunta de cómo habría evolucionado alguien tan especial como Shepard y óomo se habría desenvuelto en un mercado tan competitivo y atroz –para gente como él, tan diferente de los autores más adocenados y proclives al best-seller– como el que surgió en EE.UU. a mediados de los 90. Bien, gracias a una editorial tan arriesgada –por suerte para todos– como Bibliópolis parte de estas preguntas han obtenido respuesta gracias a la publicación de Dorada, una novela de 1993 que ganó el Locus a la mejor novela de terror.

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Corazón de tango, de Elia Barceló

Corazón de tango

Corazón de tango

Que Elia Barceló es una de las mejores plumas que escriben fantástico en castellano es algo que los que amamos este género sabemos desde hace tiempo, y lo demostró en obras como El secreto del orfebre o Disfraces Terribles. Para los que aún sean reticentes en compartir mi anterior aseveración tan sólo deben sumergirse en las páginas de su última novela, que es sin duda su mejor novela fantástica hasta la fecha y una de las mejores novelas fantásticas de lo que llevamos de año.

Corazón de tango es una novela aparentemente sencilla, pero que esconde toda una elaborada y precisa maquinaria de relojería que tan solo un artesano de las palabras como Elia Barceló es capaz de ajustar al milímetro. La narración se sitúa en dos ciudades muy distantes entre sí, tanto física como conceptualmente, casi antagónicas en sus estilos de vida como lo pueden ser Innsbruck y Buenos Aires, y el hilo conductor narrativo que nos llevará de una hasta la otra será el tango. De hecho éste es el verdadero protagonista de la novela. Pero no el tango como un simple baile de salón, como un estilo de música, sino el tango como pasión, como expiador de pecados, como fusión de almas, como máxima expresión del amor verdadero. El tango como sinónimo de libertad. Porque en el fondo esa liberación a través del tango es lo que buscan los protagonistas de Corazón de tango, liberación de la rutina gris del ejecutivo, del yugo machista de la hija obediente y esposa fiel, de la exclusión social del humilde, del desarraigo del inmigrante… En definitiva como liberación de la verdadera identidad que escondemos bajo las presiones sociales y morales.

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Magic For Beginners, de Kelly Link

Magic For Beginners

Magic For Beginners

Es raro a estas alturas de la vida encontrarse con autores que lo enamoren a uno a primera lectura, pero Kelly Link logró hace algún tiempo tal proeza. Se trataba de un relato titulado “Louise’s Ghost”, recogido en una de las recopilaciones anuales de Ellen Datlow y Terri Windling y que lograba dar un nuevo sentido a la historia de fantasmas contemporánea mediante un adorablemente excéntrico sentido del humor, una iconografía surreal y una consciencia melancólica y sensual de los sinsabores de la existencia humana. Treinta páginas bastaron para que me apuntara el nombre en la memoria, y desde entonces la reputación de Kelly Link no ha dejado de crecer en el ámbito anglosajón, mientras que su carácter inclasificable la ha convertido en una de esas firmas que se mantienen por debajo del radar de los editores españoles. Demasiado caprichosa e imaginativa para los lectores de literatura general, demasiado de arte y ensayo para los lectores de género.

Es difícil describir los cuentos que componen el segundo libro de Link, Magic for Beginners. Su retrato minimalista de las pequeñas angustias de las clases medias suburbanas podría recordar a Raymond Carver, pero a la vez su surrealismo «pop» de constante trasfondo ominoso tiene mucho de David Lynch, pero sólo si David Lynch cultivase un humor sutil y lacónico como el de Neil Gaiman en un día inspirado. Algunas piezas replantean en clave irónica o perversa los clásicos cuentos de hadas, otros se adentran en una visión insólita de la cotidianeidad que desemboca en finales enigmáticos que provocan al lector para que saque sus propias conclusiones.

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