La pistola de rayos, de Philip K. Dick

Lapistoladerayos.jpeg En algunos aspectos, el lector español de ciencia ficción puede considerarse afortunado. Por ejemplo, tomemos el caso de Philip K. Dick, quizás el mejor escritor que, hasta ahora, ha dado el género. De sus 38 novelas de ciencia ficción se han traducido 33, de sus cinco volúmenes con sus cuentos completos, tres, y de sus ocho novelas de narrativa mainstream otras tres. Desde luego, no está nada mal y es, dejando aparte el caso de Isaac Asimov o Arthur C. Clarke, el escritor más traducido y prolífico de los muchos que ha dado el género –otra cosa es que sus libros estén en catalogo a disposición del público, pero ese es otro asunto–. Lo cual no deja de tener su mérito si tenemos en cuenta que no es precisamente un autor fácil.

Ahora bien, la cruz de esta moneda es que si te has leído todo Dick olvídate de volver a encontrar obras maestras como Ojo en el cielo, El hombre en el castillo, Tiempo desarticulado, Dr. Bloodmoney, Tiempo de Marte, Ubik, Los tres estigmas de Palmer Eldrich o ¿Sueñan los androides con ovejas electrónicas?. Como bien ha explicado en múltiples artículos uno de los mayores expertos españoles en Dick, Juan Carlos Planells, lo que queda es más bien pobre y claramente menor. De ahí que la publicación de un inédito de Dick –aún quedan otros cinco– sea una buena noticia pero no tanto para el público general como para los entregados a la causa. La pistola de rayos no es el mejor Dick pero tampoco es, ni de lejos, el peor. Es un Dick menor –por mucho que se empeñe en lo contrario Albert Solé, el prologuista del libro– pero no es la mejor carta de presentación para un neófito que quiera iniciarse en este autor.

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Axiomático, de Greg Egan

Axiomático

Axiomático

Se considera habitualmente a Greg Egan como un autor críptico, cuyo disfrute queda al alcance de una selecta minoría de lectores que se mantiene al día de los descubrimientos en disciplinas tan sugestivas como la física cuántica, la genética o la biotecnología. Matemático de formación y programador de profesión, se caracteriza por plantear tesis con una base científica verosímil y conducirlas, mediante un desarrollo lógico brillante e implacable, a regiones sombrías en el límite de nuestro conocimiento a las que no se nos ocurriría mirar… y no precisamente por nuestro desconocimiento.

Contra lo que cabría suponer, el peso de la narración en su obra no recae, a pesar de su innegable peso específico, en lo tecnológico y lo especulativo. Egan desarrolla sus historias a través de planos largos, necesarios para el estudio racional –de ahí la sensación de distancia y frialdad que transmite– de la evolución de los personajes, cuyos conflictos existenciales son catalizados a través de la tecnología.

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El circo del Dr. Lao, de Charles G. Finney

El circo del Dr. Lao

El circo del Dr. Lao

Dándonos una vuelta rápida por las librerías podríamos llegar a la conclusión de que por fin disfrutamos de algo parecido a la normalización del mercado editorial de género fantástico. Al menos esa es la sensación que da la variedad de lo publicado en este momento –otra cosa es, ay, que se venda–. No sólo recibimos puntualmente las últimas novedades e hypes anglosajones, o lo más selecto del fantástico europeo incluido el del terruño, sino que además se están recuperando clásicos ocultos del género al-margen-de-dragones-y-elfos que uno pensaba que quedarían para siempre en el limbo de los inéditos o nunca reeditados: Entrebrumas, La nube púrpura, Riddley Walker, El tapiz del Sinaí y ahora ésta reedición de El circo del Dr. Lao –ya publicada hace muchos años por Bruguera–, la extraña y divertida novela corta de Charles G. Finney escrita durante los años de la gran depresión norteamericana.

En un caluroso y polvoriento mes de agosto llega a la insignificante ciudad de Abalone, Arizona, el circo del Dr. Lao. El acontecimiento despierta el interés de los habitantes del villorrio, microcosmos de policías ignorantes, funcionarios grises, abogados pedantes, inspectores de emigración, matrimonios de provincias, maestras reprimidas, fontaneros en paro y demás paisanaje. Todos se disponen a visitar el circo, pero sus expectativas de recuperar emociones vividas en la infancia se ven pronto defraudadas. Éste no es un espectáculo corriente: no hay payasos, ni acróbatas, ni malabaristas, ni elefantes amaestrados. En vez de eso se exhiben criaturas mitológicas supervivientes de una edad antigua y mágica: el famoso filósofo Apolonio de Tiana, adivinador y poderosísimo mago, un anciano sátiro, una Medusa, la Quimera, un huevo de Roc, una Serpiente Marina, un maravilloso Perro Verde, la Esfinge, y un oso. O un ruso. Incluso dispone de un picarón espectáculo de peepshow donde los adultos más atrevidos podrán ser testigos de cómo un gran dios africano recibe en sacrificio a una atractiva mujer noruega.

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El gran retrato, de Dino Buzzati

El gran retrato

El gran retrato

Una pequeña editorial, Gadir, ha encontrado un modesto filón en la recuperación de las obras de Dino Buzzati, y el año pasado le llegó el turno a la reedición –tras 40 años fuera de las librerías españolas– de su única novela incondicionalmente de ciencia ficción, El gran retrato –sí tiene numerosos cuentos en esta vena, notablemente en la inencontrable antología Historias del atardecer–.

El intríngulis futurista de la novela no quedará de manifiesto hasta bien entrada su segunda mitad. Sí sabremos, hasta entonces, que el profesor Ermano Ismani debe partir, acompañado de su esposa, hacia una instalación secreta –cuyo ambiente evoca al de El desierto de los tártaros– con una misión poco especificada. Esa primera mitad de la novela es algo morosa y en ella Buzzati conduce la intriga hasta un punto difícilmente soportable por el lector, que se pregunta en medio de pistas contradictorias cuál es la tarea que Ismani debe afrontar en compañía de un grupo de científicos de primer nivel en medio de un secreto máximo.

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