Si hay una tendencia dominante en nuestra moderna cultura popular de acomodados occidentales es, sin duda, el guiño al pasado, la referencia, lo retro, la revisión irónica o el pastiche de coña. En definitiva, los muchos disfraces de la nostalgia. Las razones de tanto reciclaje varían en un no tan amplio abanico que iría desde la búsqueda de la complicidad inmediata del lector/espectador, pasando por la simple y llana carencia de ideas hasta llegar a la reinvención de nuevos modos narrativos cimentados en el rico acervo del género que toque. O quizá es algo más profundo y turbulento, más anclado en nuestro inconsciente; el deseo de huir de un presente confuso donde no hay nada seguro a lo que asirse, de revisitar los lugares en los que ya estuvimos fingiendo que, más o menos, somos los mismos de entonces. Lugares donde, en nuestro recuerdo, todo era seguro, nítido, brillante y nuevo. Pero la memoria es traicionera y peligrosa, recordar es engañarse y la nostalgia un acto desesperado con el que reorganizar la realidad, darle sentido y encontrar la paz.
Y Paz es el título de una de las mejores novelas de Gene Wolfe –el más literario de los autores vivos de fantástico anglosajón, el mejor estilista, quizá el mejor a secas–, la más cercana a la literatura general de toda su producción y donde con mayor precisión y habilidad emplea sus herramientas narrativas a la hora de explorar sus obsesiones –si exceptuamos la monumental y majestuosa El libro del Sol Nuevo–. Es la obra que ya parecía perdida para el lector hispanohablante, recuperada ahora gracias al buen gusto y la voluntad de riesgo de la editorial argentina Interzona