Edén, de Stanislaw Lem

Eden

Edén

Lo que más me gusta de Lem es que es un autor de registros. Se mueve con una fluidez pasmosa entre la fábula socarrona, el humor más desternillante y el drama filosófico sin aparente esfuerzo. Muy al contrario que otros autores caracterizados por una tonalidad monocorde, Lem es capaz de desdoblarse en muchos Lem distintos, cada uno con la habilidad de abordar temas muy dispares de muy diferente forma. Con todo, no renuncia a su propia personalidad. Es, ante todo, un narrador minucioso, en el que los personajes o el entorno llegan a quedar en un segundo plano ante su habilidad para desgranar con detalle los sucesos que pueblan sus narraciones.

En Edén esto ocurre desde la primera página, en la que se describe el accidente. Sin recurrir a grandes artificios literarios deja clara la magnitud de la catástrofe, los porqués y las consecuencias. Lem no se pierde en largos parlamentos o interminables explicaciones. Enumera lo que ocurre con tal fluidez que esas otras herramientas literarias no le son en absoluto necesarias.

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