Durante muchos años una de las ideas dominantes en el fandom de ciencia ficción español fue el de leer a alguno de sus autores fuera de sus muros; romper el limitado techo de cristal dentro del cuál vivían y alcanzar al “gran público”. Vías para lograrlo sobre todo hubo una: el tránsito a través de la literatura juvenil; un sendero empujado por la participación en premios entonces excelentemente dotados y que permitió a César Mallorquí o Elia Barceló iniciar una escritura más o menos profesional donde consiguieron asentarse. El camino que trabajó Félix J. Palma fue opuesto. Aunque hubo una intentona (La hormiga que quiso se astronauta), se centró en perfeccionar aquello que había cultivado fundamentalmente: el relato. Hasta el punto que, durante la década de los 2000, se convirtió en un autor de cuentos magistral, ganador de diversos certámenes. Un incitador de todo tipo de emociones (melancolía, humor, sentimiento de pérdida) a través de narraciones de construcción intachable. Contradicciones que tiene la literatura, el éxito comercial no le llegó hasta que ganó el premio Ateneo de Sevilla con un tochaco como El mapa del tiempo, pero esa es otra historia.
En su evolución, hubo aspectos que Palma pulió. El más ostensible su tránsito de unas descripciones recargadas hacia una redacción más contenida. A pesar de su pulcritud, y la brillantez de las imágenes, subsumía los textos en un flujo denso y, a ratos, pesado, que, una vez fue capaz de aligerar, ganó filo sin sacrificar su capacidad para evocar lugares, sentimientos, ideas. Sobre esta transición hablan colecciones como El vigilante de la salamandra o Los arácnidos, sobremanera cuando se comparan con algunas de sus obras de finales de los 90. La más paradigmática sería este El amante de vidrio. Aunque, paradójicamente, el estilo está aquí a ratos justificado: sus dos protagonistas son holopoetas y el libro estaría formado por los “textos” que ambos componen; sobre todo uno de ellos, Olenos Krise, que inicia el libro contando el fallecimiento de Dorian, su maestro.
Los primeros capítulos de El amante de vidrio se centran en las sensaciones de Olenos al descubrir la muerte de su guía y rememorar su relación. Esta sección cuenta el mundo y, hasta cierto punto, muestra la parte más ramplona de la historia. Aunque el escenario es de ciencia ficción, un claro cyberpunk donde la tradicional división en castas no se hace tanto entre clases sociales como entre quienes crean arte y quienes lo consumen, el novum parece irrelevante. Se podría hacer la gracieta que estamos ante unos Rimbaud y Verlaine de la vida poniéndose de pellote con sus colegas en un rascacielos de Hong Kong, envueltos en papel aluminio e iluminados por luces de neón para enfatizar esa atmósfera futura. Por fortuna, en los preámbulos del holopoema de Dorian que ejerce de centro de la novela corta, se sustancia algo más que terminará de desarrollarse con posterioridad.
En la búsqueda de la trascendencia y la inmortalidad mediante el arte, Palma da un sentido a su lenguaje detallado al contar El amante de vidrio mediante los holopoemas de Dorian y Olenos. Estas creaciones destinadas a ser experimentadas desde todos los sentidos, dan rienda suelta a un uso del vocabulario en toda su amplitud, siempre preciso y acompañado de una cadencia que, especialmente en el holopoema de Dorian, invita a hablar de poema en prosa. Y justo en esa ensoñación llena de potentes imágenes se afianza la idea del poeta alimentando con su vida y la de sus discípulos a través de sus “textos” de una manera mucho más física de lo que al principio parece.
Para poder disfrutar de ello el lector tiene que abrirse a una propuesta estética expansiva que, en mi caso, también me ha resultado excesiva y extenuante. En su último tercio se me ha hecho muy cuesta arriba y he terminado pidiendo la hora.
Mención especial merece el volumen en el cual se editó esta novela corta en 1998: un volumen doble de Artifex Serie Minor maquetado con el habitual gusto de Luis G. Prado, que ya anticipaba lo que poco después comenzaríamos a ver en Artifex Segunda Época. Un ejemplo a seguir que, lamentablemente, se ha perdido viendo los volúmenes de bolsillo que publican algunas editoriales amateurs contemporáneas.
El amante de vidrio, de Félix J. Palma (Artifex, col. Artifex Serie Minor 5/6, 1998)
Bolsillo. 123 pp.
Ficha en La web de la Tercera Fundación