Los dientes de los ángeles es la cuarta novela de Jonathan Carroll que leo y profundiza en la ligera decepción que me supuso El museo del perro. Quizás sus dos primeros libros me dejaron una impresión equivocada; El mar de madera y, sobre todo, El país de las risas me parecieron apasionantes historias donde lo fantástico irrumpía la vida cotidiana de sus protagonistas. Además Carroll construía comunidades pobladas de personajes entrañables en su extravagancia; excepcionales cajas de resonancia tanto para los protagonistas como para sus inquietudes. Los dientes de los ángeles es fiel a lo primero pero prescinde de lo segundo. Olvídense de personajes con carisma, sus interacciones o situaciones potentes. Todos ellos han sido reemplazados por múltiples historias y anécdotas más próximas a las narraciones de autoay… terapéuticas a lo Jorge Bucay. Un cambalache que sólo puedo ver como una pérdida.
Si en su novela más conocida en España, El mar de madera, ya era evidente su preocupación por la fugacidad del tiempo, la maduración o el envejecimiento, en esta novela Carroll se acerca a temas íntimamente relacionados como la muerte y el sentido de la vida. Para ello se sirve de las confesiones de tres personajes: Jesse, un turista de vacaciones en Cerdeña donde ha conocido a un tipo que, en sueños, mantiene diálogos con la muerte; unas conversaciones tras las cuales, si no es capaz de entender sus respuestas, despierta con vistosas heridas. Después tenemos a Wyatt, un enfermo terminal que acude a Viena tras la llamada de una amiga para jugar su propio mano a mano con la parca. Por último encontramos a Arlen, una estrella de cine que tras atravesar diversas etapas durante su carrera (éxito, vida disoluta, caída, resurgimiento), se ha alejado de los focos y se ha entregado a lo que realmente quiere. Carroll hace uso de todo tipo de textos subjetivos (cartas, grabaciones de voz, confesiones en primera persona) para desnudarlos siguiendo una secuencia determinada.
Como un perogrullo new age, con buena mano para vestir verdades universales con vivencias cool, Carroll mantiene a sus personajes a una distancia prudencial de la muerte. Así, los mueve en círculos concéntricos a su alrededor mientras se hacen preguntas de más o menos de peso y obtienen respuestas un tanto limitadas (tampoco se espera la verdad revelada, pero sí alguna idea con un poco más de sustancia). Como consecuencia, a las ciento y poco páginas el interés de sus crisis existenciales se ha enfriado. Especialmente porque la petarda de Arlen tarda una eternidad en descubrir que la vida no tiene más sentido que el que tú quieras darle. Pero es de su experiencia de donde surge la manifestación destinada a resucitar Los dientes de los ángeles. Y de qué manera.
Tras doscientas páginas Carroll deja al descubierto una nueva perogrullada que, sorpresa, sirve de tenebroso aldabonazo: por muchas vueltas que le demos, el final, la ida, la muerte es caprichosa; te coge cuando te coge y de nada sirven tus planes, tu momento vital, tus intentos por comprenderla o negociar con ella. Tus ganas de tener un final rápido y placentero. Así, cuando la muerte abandona la empalagosa vestimenta que tenía hasta entonces, lo que era una historia blandita, como muy de autoay… terapéutica, se transforma en una aterradora narración de personajes enfrentados a un abismo insondable, arbitrario, voluble. Un giro doloroso porque deja al descubierto que con 150 páginas y centrada en un único personaje, Los dientes de los ángeles hubiera sido una sobresaliente novela de horror existencial. Tal y como está no pasa de ser una novelita irregular, remilgada e insípida. Por cierto, con una buena traducción de Omar El-Kasef muy coherente con la voz de Carroll que ya habíamos leído a través de Manuel de los Reyes en El mar de madera y El museo del perro.
Para terminar, una última reflexión sobre muertes, finales, olvido… Los dientes de los ángeles fue la última novela de Carroll que pagué a precio de novedad. Su salida, más o menos, coincidió en el tiempo con la institucionalización de los saldos de La Factoría. Una decisión empresarial que me sirvió para conseguir sus siguientes novelas por menos de lo que me hubiera costado una sola. Esta determinación, supongo que compartida con otros seguidores de Carroll, ha tenido secuelas; su última novela traducida, El fantasma enamorado, es del año 2010. Como otros tantos autores, Carroll ahora mismo carece de compradores suficientes como para compensar una nueva traducción. Algo que, quizás, podría haber sido de otra manera si (por poner un número) un par de cientos de sus lectores hubiéramos seguido pagando por sus libros en el momento de su publicación. También es algo que, quizás, podría haber sido de otra manera si esta editorial no hubiera devaluado su catálogo tal y como ha hecho. Como consecuencia de ello, sus novedades, más allá de los “nombres” que ha logrado mantener (mientras no venga una graaaaaaan editorial a “robarles” al autor X), apenas se comentan. Sus libros son cada vez menos visibles. Los aficionados más “ruidosos” apenas se acercan ya a ellos. Su nombre apenas sale en la red exclusivamente para darle palos. Empresarialmente, La Factoría de Ideas lleva tiempo ganándose a pulso su casi completa irrelevancia. Pero de esto prometo escribir otro día.
Los dientes de los ángeles (La Factoría de Ideas, Col. Línea Maestra 6, 2007)
From The Teeth Of Angels (1994)
Traducción: Omar El-Kashef
Rústica. 320pp. 18,95 €
Ficha en la web de La tercera fundación
La mayoría de los mejores libros de Carroll no se han traducido al español. Este, concuerdo, es de los peores: la propia El fantasma enamorado es mejor, pero nada en comparación con sus grandes libros no traducidos como Sleeping in flame, Bones of the moon o el abrumador Voice of our shadow.
Joer, qué recuerdos, éste es uno de los primeros libros, si no el primero, que leí en inglés hace casi veinte años. Y mi primera (de varias) decepciones con Carroll.
Yo lo que recuerdo es que el arranque era muy bueno, las peripecias del actor infantil muy graciosas, y cuando la novela se centra en Arlen se va a tomar por saco cuesta abajo y sin frenos. Remonta, como dices, cuando la muerte se convierte en un malote psicópata y anárquico (ahora que caigo, como un malo de tebeo Vértigo de la época, que eran todos muy así). Y la conclusión del final que era una chorradica tipo Coelho o similar. Se la dejé a alguien, no me la devolvió y no la eché de menos.
Luego vendría “El Museo del perro”, “El mar de madera” y un par más (“Voice Of Our Shadow” y otra que no me acuerdo) y me bajé del tren. Qué pena Carroll, todavía tengo un aprecio enorme por “El país de las risas”.
Coincido en muchos de los aspectos que comentas en esta entrada.
Carroll me había llamado la atención en “El mar de madera” y por eso leí “Los dientes de los ángeles”, pero la verdad es que me pareció decepcionante. De hecho, me ha quitado las ganas de seguir con otras de sus novelas publicadas posteriormente. Sin embargo, supongo que terminaré leyéndolas porque tengo todas las de La Factoría (“El fantasma enamorado”, “Sopa de cristales”, “Manzanas blancas”), gracias a la institucionalización de los saldos que comentas.
Una pena. Lo de Carroll y lo de la Factoría.