Leí La naranja mecánica hace veinticinco años. Apenas conocía la historia por la adaptación de Stanley Kubrick y me encontré con una lectura apasionante por dos motivos, el primero explícito en la película: esa manera de condensar las diferentes violencias a las que nos podemos ver sometidos. La individual, que es la que ejerce su protagonista, Alex, desde su primera página; verbal, física, contra todos sin importar su posible apego. Y la sistémica, aplicada sobre su persona desde una miríada de estamentos: esas fuerzas del orden sin cortapisas al ejercer su labor; las estructuras de poder político, sin ningún respeto ante los derechos de las personas; las instituciones de castigo y reinserción, entornos donde la presión se acumula y las reacciones entre los sometidos a su supervisión se aceleran…
La segunda razón no es exclusiva del libro, pero sí me parece más elocuente en sus páginas: el nadsat. Esa neolengua ideada por Burgess para enfatizar el total desapego por las convenciones de Alex, un alarde creativo que ha contribuido a mantener el carácter atemporal del texto. Sí que requiere un esfuerzo como la mejor ciencia ficción donde se reformula el lenguaje para subrayar el salto generacional, la xenogénesis dentro de la comunidad, un cambio en el tejido social. Pero a poco que fluyan los significados por el contexto o con alguna consulta al glosario en cuya versión al castellano colaboró el propio Burgess, es fácil sumergirse en la novela… siempre que se tenga estómago para soportar los excesos. Desde sus primeras páginas el autor de El reino de los réprobos trama una congoja que puede suponer una barrera.
Produce un tremendo desasosiego sumirse en las andanzas de Alex desde la reunión con sus drugos en el bar lácteo Korova. Ser testigos de cómo craquea chelovecos en las calles, irrumpe en casas de burguisos para darles el palo, se enfrenta con otros malchicos, viola a una mechera, sortea a unos milicentos… Por la relativa frialdad con la que relata sus hazañas pero, sobre todo, la cotidianidad enfermiza de unas acciones encuadradas en un día cualquiera. Este encadenamiento de atrocidades, la ausencia de motivo más allá de satisfacer unos deseos primarios, el frenesí de una prosa que no se detiene en las acciones, despliegan un primer acto que conduce a un nuevo círculo del infierno: la mencionada violencia sistémica.
Este nudo urde la destrucción de ese Alex, primero en su encarcelamiento y después mediante el conocido condicionamiento para coartar su violencia, durante el cual se eliminan también otras emociones, simbolizadas a través de su disfrute de la música clásica. Esa superposición de fuerzas (el resto de presos, el sistema político que los sitúa en el mismo lugar sin supervisión, un poder eclesiástico y científico en sincronía con el gobierno), conduce a una transformación y un tercer acto reflejo del primero. Alex se cruza con los efectos de su violencia fuera de la cárcel y padece sus consecuencias, mientras se teje una venganza inesperada contra quienes le han llevado a ese lugar. En ese sentido he disfrutado bastante de una inclusión inesperada para mi que había leído la edición de 1997.
Hasta ese año Minotauro imprimió la edición americana, la elegida por Kubrick para llevar al cine. De ahí mi sorpresar al encontrarme con un capítulo adicional proveniente de la edición inglesa, introducida por Minotauro en sus ediciones desde 1998. Un capítulo en el cual Alex abandona la violencia por aburrimiento y decide entrar en esa nueva etapa “forma una familia-ten una casa-consigue un trabajo”… Una coda revulsiva por lo que supone de progresión respecto a la secuencia anterior y lo que aporta de nuevos significados.
Me ha gustado releer La naranja mecánica en esta edición con la nueva traducción de Juan Pascual; si no me equivoco para la edición 60 aniversario del año pasado. Concilia el “respeto” por el nadsat tal y como lo conocíamos, con la voz de su narrador, Alex, ahora todavía más directa, sin recurrir a algunas perífrasis o construcciones alambicadas. Por el camino ha ganado algún signo de puntuación en enumeraciones, o un par de acotaciones del estilo indirecto al recordar diálogos, pero en conjunto resulta mucho más alineada con el original.
La naranja mecánica, de Anthony Burgess (Minotauro, Minotauro Esenciales 2023)
A Clockwork Orange (1962)
Traducción: Juan Pascual
Rústica. 248pp. 17,95€
Ficha en La tercera fundación