La ciencia ficción es un caleidoscopio verbal

Imágenes de cf

Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma
Cernuda

Una de las ventajas de leer ciencia ficción, si queremos verlo así, es que estás menos solo. Esto pasa con todo tipo de lecturas, claro, porque todas acaban siendo un lienzo de imágenes entrelazadas que puedes recordar. Pero con la ciencia ficción es un poco distinto. Un poco mejor.

El caleidoscopio verbal que es nuestro género se queda retenido en la memoria a la espera del disparador que lo haga florecer. Y el imaginario asociado está tan alejado de lo que nos rodea en nuestro día a día que es, en general, la propia ciencia ficción la que hará de acicate para que se activen sus bobinas verdeazuladas como en un cine. Como el cine que en el fondo son. Así, leer es un disparador de la memoria. Con otro tipo de lecturas puede suceder lo mismo pero la ciencia ficción, aunque tenga tanto y tanto subgénero, tiene en común la deformación de la realidad, y cada una de sus particularidades, cada deformación individuada, te puede retrotraer a otra.

Esa es, seguramente, la diferencia principal con el otro tipo de lecturas. Podemos leer alguna novela que quiera reflejar lo que llamamos realidad, y sus descripciones, limpias como espejos, nos podrán recordar muchas cosas. Pero evocarán tanto, tanta cosa diferente, que no las asociaremos a las otras literaturas de las que puedan venir. Con la ciencia ficción, en cambio, sí: está más acotada porque una descripción remitirá siempre a otra descripción perteneciente al género. Ese límite hace que los recuerdos sean ilimitados; entre la narrativa así llamada realista, que tiene menos límites porque lo incluye casi todo, nos perdemos, y la capacidad asociativa, por tanto, merma.

Son tan sugestivas las imágenes de nuestro género que acabas asociando, a menudo muy libremente, el robot del cuento aquél con el de la novela de tu lectura actual sobre un científico loco. Una imagen puntual despertará el recuerdo de otra que a su vez despertará el de otra y así será todo color y maravilla. Y cuando eso, ese viaje estático, por fin ocurre, se van trenzando las imágenes, todas retroalimentándose, y puedes jugar a identificar, en ese lienzo secreto que se extiende en tu memoria, las imágenes que más recuerdas, el contexto del que surgieron, y así será que en tus retinas habrá un despliegue de imágenes que te alejen de tu entorno. Sin que nadie más lo sepa ni se dé cuenta.

Envolventes fugas sin fin.

Me pasó no hace mucho leyendo la novela de Simak para el Clásico o polvoriento de este año. Las imágenes del libro, algunas de ellas, me recordaron a otras, anteriores, de lecturas que había hecho hace años: me pasó con alguno de los robots, que me recordaron lo visto en Sinsonte, o con una de las escenas postapocalípticas, un tramo de urbanidad arrasada, que me llevó a la ahí mencionada novela de Doris Piserchia. A comparar violencias latentes.

Y claro que puede pasar con novelas de otro tipo, ya lo sé, pero con las imágenes del futuro, con esas plausibles deformaciones de la realidad, puedes recrearte. Estarás solo o sola, acompañado o acompañada, pero en tu mente verás naves alejándose, valientes, entre estrellas moribundas. Pueblas así tu soledad, si es que la sientes, pero no con la soledad misma, como decía Cernuda, sino con las imágenes de una realidad añorada que no has conocido ni vas a conocer. Echas de menos el futuro y lo retienes con tus lecturas. Así la gente te verá distraído en el metro cuando en realidad estarás en las estrellas.

Y por eso quizá cuesta tanto salir del género. Porque una imagen te lleva a otra y así tus lecturas están siempre vivas en tu recuerdo. Más que las otras. Se mantienen engrasadas y ávidas de más, en constante influencia. También hay un hambre de imágenes que fomenta todo esto. La tendencia a acumularlas y asociarlas te pide más. A mí me pasa y lo noto siempre cuando termino un libro de ciencia ficción: noto que quiero más, sobre todo si el imaginario no ha sido tan llamativo y memorable como quería. Así, para resarcirme, busco otro libro esperando que las imágenes me lleven lejos de aquí. Para ver si encuentro o consigo ver lo que en la lectura anterior no pude, lo que esperaba de ese caleidoscopio verbal que es nuestro género.

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