En el ensayo sobre la utopía en la literatura de ciencia ficción, Soñar de otro modo. Cómo perdimos la utopía y de qué forma recuperarla, su autor, Francisco Martorell, señala una cuestión en principio sorprendente; a partir del trauma de la Segunda Guerra Mundial y el consecuente desprestigio de las utopías digamos “totalitarias” muy de moda a finales del siglo XIX y principios del XX, la ciencia ficción moderna apenas se ha ocupado de especular con otros mundos mejores o más justos de un modo que trascendieran dichas utopías decimonónicas, cuyas sociedades “perfectas” eran resultado de crudas operaciones de ingeniería social basadas en rígidas superestructuras que, en su propia naturaleza, albergaban la semilla de un sistema totalitario y opresor de la libertad individual, es decir, “el mundo según un iluminado”. Imaginar un sistema político, económico y social más justo e igualitario que no haya de estar reñido con las libertades individuales, que se encuentre en situación de cambio constante, y que no caiga en la prisión de la perfección y por tanto, del inmovilismo, parece una empresa a la que el género parece haber renunciado casi por completo. Martorell hace sus cuentas y en unos setenta años de ciencia ficción, apenas le salen tres obras que manejen estos parámetros; la Trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson, la serie de La Cultura de Iain Banks (ésta pelín irrealizable de momento) y Los desposeídos de Ursula K. Le Guin. Da la impresión que la ciencia ficción se ha tomado más molestias en refutar la utopía o proponer distopías antiutópicas que en reformular sus propuestas para mejorar este asqueroso mundo. Parece como si los autores del género sólo fuesen capaces de tomarse la literatura utópica por lo literal en lugar de lo metafórico, un “espacio de las ideas” en el que proponer conceptos en un principio inconcebibles para el orden social imperante pero que con el tiempo fueran permeando en la esfera pública y social para finalmente mejorar nuestra vida como colectivo, por lo que uno se queda con la impresión (y la sospecha) de que si a la ciencia ficción “de toda la vida” le ha costado horrores imaginar un futuro posible diferente al capitalismo, el anarcocapitalismo o el libertarianismo es porque ha sido un género predominantemente conservador. Y aunque Trouble on Triton, la novela de Samuel Delany que he traído al especial anual “amojamado o solamente medio muerto”, comparte en cierto modo esta actitud antiutópica, en este caso los argumentos presentados por Delany, sobre todo filosóficos y literarios, resultan mucho más elaborados e interesantes que los de sus colegas más de centro sensato liberal, por lo que creo que es una obra que merece ser recuperada y revisada.
Samuel R. Delany (Harlem, 1942) es un escritor extraordinariamente inteligente y de una excepcional capacidad intelectual, quien, aparte de firmar algunas de las mejores novelas de ciencia ficción de los sesenta y setenta, también es autor de numerosos ensayos de crítica y teoría literaria, aparte de ejercer durante muchos años como profesor de literatura en diversas universidades norteamericanas. Algo que, tristemente, ha jugado un poco en su contra; Delany considera que el lenguaje y la poética de la ciencia ficción poseen un nivel de complejidad y riqueza expresiva similar a otros movimientos modernistas como la música atonal o el arte moderno, y sus novelas suelen reflexionar sobre la filosofía y los mecanismos literarios propios del género, lo que, junto a su interés por la experimentación, no le han convertido precisamente en un escritor popular entre el fandom. Autor precoz, en 1962 vio publicada su primera novela cuando contaba sólo con veinte años de edad, Las joyas de Aptor, a la que siguió su periodo “clásico” con La balada de Beta-2, Babel 17, La intersección de Einstein o Nova, entre otras. Tras la publicación de esta última en 1968, Delany se tomó un descanso de varios años en los que se dedicó al ensayo, la crítica, a coquetear con los tebeos de superhéroes guionizando dos números de la serie de la Wonder Woman sin poderes de principios de los setenta (en un principio iban a ser seis, culminando en una batalla contra una banda de malhechores que asaltan un centro abortista, me hubiera gustado ver las caras de los gerifaltes de DC), y a publicar una violenta novela erótica de imaginería sadomasoquista, Equinox, que revelaba una nueva inquietud temática que, en lo sucesivo, sería muy importante en su obra; el sexo. En 1975 regresó a la ciencia ficción publicando un monumental experimento literario, Dhalgren, que reconozco he intentado leer varias veces sin éxito (en esta misma web pueden encontrar una estupenda reseña sobre esta serie de tres novelas). Tras esta trilogía que levantó cierta polémica en el mundillo de la cf, en 1976 apareció Triton (el título original de la novela era Trouble on Triton, pero Frederik Pohl, entonces editor en Bantam, sugirió acortar el título), una propuesta muy diferente a Dhalgren pero asimismo original y compleja, aunque en superficie resultase mucho más accesible.
En Trouble on Triton: An Ambiguous Heterotopia, como reza el título completo en su edición definitiva en inglés, Delany plantea un escenario futuro en el que la humanidad se ha extendido por todo el sistema solar; la Luna, Marte y los satélites de los planetas exteriores. En una de las lunas de Neptuno, Tritón, se ha establecido una colonia humana, la ciudad de Tetis, donde vive un tipo normal, Bron Helstrom, un inmigrante de Bellona, una ciudad marciana donde ejercía como trabajador sexual. Establecido en Tetis como técnico metalógico, la peripecia de Bron comienza cuando conoce a The Spike, una autora de teatro callejero para audiencias de una sola persona, y se enamora de ella. Seguiremos a Helstrom en su romance, introduciéndonos en su psique y sus procesos mentales a la vez que atisbamos a través de sus ojos esta sociedad futura que plantea Delany, una sociedad que podríamos calificar de heterotopía(*) libertarian, basada en el concepto de la “inviolabilidad subjetiva”, lo que en la práctica significa que cualquier ciudadano de Tetis posee un control absoluto e irrenunciable sobre su persona que ha de ser respetado. Se puede cambiar fácilmente de género, de sexo, de fisonomía, de apetencias sexuales o de creencias religiosas y nadie va a criticarte, oprimirte o marginarte por ello, ni, por supuesto, el gobierno va a interferir, es más, va a poner los medios para que la población pueda someterse a dichos cambios con facilidad. No existen los impuestos, se pagan los servicios cuando se utilizan, se ha eliminado la ignorancia y todo el mundo está educado en cierto consenso científico en el que sería inconcebible que existieran el equivalente a los terraplanistas o antivacunas y se proporciona una renta básica que incluye alojamiento y alimentación cuando a quien se quede sin trabajo. Incluso se han establecido unas zonas urbanas “no reguladas” que escapan al control de las autoridades, al estilo de los barrios rojos de algunas ciudades. Por otro lado, esta multitud de identidades sexuales, raciales y de género redundan en una mayor categorización de los tipos humanos, lo cual permite al estado organizar a la población en grupos o comunas según sus preferencias sexuales o de género (la familia tradicional está prohibida), existe una jerarquía social y económica muy definida y el gobierno espía a sus habitantes aunque es transparente respecto a ello. Además, sobre el sistema solar se cierne la amenaza de una guerra inminente y potencialmente devastadora entre las colonias de los planetas exteriores y los planetas interiores, Tierra, Luna y Marte, gobernados por regímenes autoritarios y reaccionarios que han generado sociedades extremadamente retrógradas. Esta estructura del sistema solar recuerda a grandes rasgos a la distribución político-social de los Estados Unidos de los años 70; Tritón y el resto de colonias en los satélites de los grandes planetas gaseosos parecen una traslación de la parte “progresista” de Estados Unidos: un San Francisco o un Nueva York idealizados, mientras Marte y la Tierra representarían a esa América profunda y conservadora que detesta a estos Estados Unidos “liberales”. En un momento de la novela se visita ese planeta Tierra del futuro y, salvo unos transportes subterráneos y un restaurante en Mongolia muy pintón, no es demasiado diferente a la Tierra circa 1976, e incluso todavía se emplean en abundancia los términos faggot o nigger.
En lo temático,Trouble on Tritón se sostiene sobre dos argumentos antiutópicos introducidos por Delany tras la lectura de Los desposeídos de Ursula K. Le Guin durante la elaboración de los primeros borradores de su novela (inciso, recordemos que el título completo de la novela de Le Guin es Los desposeídos: una utopía ambigua). Según lo que se desprende de esta larga e interesante entrevista de finales de los ochenta, en lo político Delany sigue la línea de pensamiento mencionada al principio de esta reseña, según el cual la utopía es “el mundo según un iluminado”, y que por lo tanto, en toda utopía se esconde la semilla que conduce indefectiblemente al totalitarismo. Por ejemplo, una de las debilidades de la construcción utópica de Los desposeídos que apunta Delany es que Le Guin se hace trampas al solitario en cuestiones como la ausencia de policía política en Anarres, algo que los anarrenses se pueden permitir gracias a que es el entorno hostil del planeta el que funciona como riguroso control ideológico, en un lugar donde reina la escasez no queda más remedio que adherirse a los principios odonianos si se quiere sobrevivir. La idea de Delany es que la utopía no puede funcionar en un entorno de abundancia, o, condensado al castizo; si la utopía de Los desposeídos existiese en el mundo “real” seguro que viene un capullo egoísta y te la jode. Lo que para unos es un paraíso para otros es un infierno.
Por otro lado, en su largo ensayo “To Read The Dispossessed”, y entre una maraña de cuestiones lingüísticas, Delany analiza cómo el trasfondo de Los desposeídos no permea adecuadamente la acción de la novela, es decir, se nos describen las características de la sociedad anarquista, diversa e igualitaria de Anarres, pero este trasfondo, esta superestructura utópica, no se corresponde con el comportamiento de los personajes, que adolecen de cierto conservadurismo, tanto en cuestiones sexoafectivas como de género (es muy gracioso el momento en que anuncia que se va a ofender porque Bedap, el único personaje homosexual de Los desposeídos, se siente fracasado ya que considera que jamás podrá tener descendencia, cuando durante aquella época el propio Delany pertenecía a un grupo de padres homosexuales de Nueva York). Delany considera que la literatura utópica (y la distopía antiutópica por extensión) no funciona en la literatura de ciencia ficción, rechazando la construcción de sociedades e instituciones mediante rígidos constructos basados en una serie de ideales que, a la hora de ser desarrollados, se mostrarían inoperantes enfrentados a la fricción del mundo real, un sistema complejo y caótico al que suelen importarle poco nuestros grandes planes por muy elevados que estos sean. Al contrario, Delany aboga por una ciencia ficción que se ocupe de estas sociedades del futuro a partir del planteamiento de problemas que afecten a la vida cotidiana de los personajes, sólo moviéndose hacia la superestructura política y social cuando la trama lo necesite, dejando que el lector cierre los detalles sociopolíticos generales por su cuenta. Así, Trouble on Triton surgió de una modesta chispa creativa, la redacción de una carta de ruptura que una mujer enviaba a un amante particularmente desagradable. A partir de esta carta, Delany construyó su sociedad futura dándole forma según las respuestas a una serie de cuestiones en un principio mundanas; ¿en qué tipo de mundo podría haberse redactado una carta así? ¿qué aspecto tendría al pasear por la calle? ¿qué cosas agradables y desagradables existirían? ¿cómo sería el sexo y las relaciones afectivas? ¿qué te gustaría hacer allí? ¿cómo influirían las acciones del gobierno sobre tu vida cotidiana? Por tanto, el resultado de elaborar una sociedad futura a partir de lo cotidiano, de lo “real”, en oposición a la utopía, que es un lugar “irreal” que se construye “desde arriba hacia abajo”, arrojaría como resultado la utopía posmoderna, la heterotopía, una utopía imperfecta y por tanto dinámica, efectiva, real y posible.
De este modo, mientras acompañamos a Bron durante sus andanzas cotidianas, se nos presentarán situaciones, personajes, diálogos o artefactos tecnológicos que irán iluminando la imagen de esta sociedad heterotópica desde su punto de vista (recordemos que Bron es un inmigrante marciano). Y aquí es donde entra en juego el retrato psicológico del elemento indeseable que impide la creación de un espacio utópico verdadero, “el capullo que te jode la utopía”. Bron es la encarnación y casi parodia de la masculinidad heterosexual más tópica; joven, rubio, alto, guapo, de origen escandinavo, quien, ya sea por el escaso afecto que recibió de sus padres, ya sea por su adolescencia y juventud como trabajador sexual en el barrio rojo de una colonia marciana o, incluso, siguiendo esa lectura contemporánea sobre la fragmentación sociopolítica de los Estados Unidos que apuntaba antes, ya sea por ese ambiente colonial marciano extremadamente retrógrado, un poco del profundo Sur, en el que creció y se educó, se ve afectado por graves problemas psicológicos que le impiden integrarse en la sociedad heterotópica de Tetis. Cotejando sus acciones contra sus pensamientos y su discurso interior, los lectores nos iremos dando cuenta de que Bron carece de autoestima, lo cual le convierte en un tipo sumamente egoísta, incapaz de conocerse a sí mismo ni de comprender a los demás, y, por tanto, incapaz de amar. Tremendamente posesivo, tradicionalista e intolerante, su ideal de vida familiar es el de la propaganda de los años 50 norteamericanos. Aún teniendo a su alcance la posibilidad y la libertad de ser quien quisiera ser, Bron elige comportarse como un cretino en todas sus relaciones, tanto amorosas como de amistad, sacrificándolas en el altar del constructo psicológico que ha ido levantando durante años de autoengaño, mediante el cual justifica sus acciones para mantenerse cuerdo, por lo que acaba deslizándose poco a poco hacia la psicosis y la más absoluta soledad. A pesar de lo avanzado de la sociedad en que habita, la heterotopía de la “inviolabilidad subjetiva” de Tritón fracasa con Bron, y, de modo paralelo, también fracasa en su relación con las sociedades de donde éste procede, con las que tampoco podrá resolver sus conflictos sin recurrir a la violencia y el exterminio.
Durante la (re)lectura de Trouble on Triton, este retrato psicológico de Bron es el elemento de la novela que me ha resultado más interesante, un realismo naturalista de ciencia ficción que personalmente encuentro muy atractivo, el de seguir la vida de un tipo normal y corriente (y sus neurosis) en una luna de Neptuno, experimentando a través de sus ojos como funciona una sociedad ajena a la nuestra, cumpliendo con esa importante función de la literatura de ciencia ficción que consiste en representar extraños mundos de ficción que, no obstante, nos ofrecen la oportunidad de obtener una mejor comprensión de nosotros mismos y lo que nos rodea. En lo formal, Delany escribe con elegancia y precisión, aunque no faltan los insertos y aclaraciones entre guiones y paréntesis y paréntesis dentro de paréntesis, recurriendo a la técnica de la incrustación al objeto de emular las distintas capas de pensamiento de Bron, lo que redunda en un texto quizá pelín denso en algunas ocasiones, pero evitando la experimentación modernista en la exploración de la psique de sus personajes al estilo de Virginia Woolf o James Joyce, que en un entorno de ciencia ficción quizá hubiese complicado en exceso la lectura. A este respecto la novela aparece escrita mediante un narrador omnisciente en tercera persona sin guardarse trucos bajo la manga, a estas alturas el ejercicio inmersivo en la sociedad de Tritón no resulta especialmente exigente. Sin embargo, el mayor problema en este aspecto del puro disfrute de la lectura es, creo, el marcado carácter de teórico de literatura de ciencia ficción de Delany y su interés en el aspecto esencialista del género. A lo largo de la narración se insertan diversos infodumps bastante largos y áridos sobre temas como la metalógica (la lógica de la lógica), el cálculo modular (una disciplina matemática inventada por Delany para abordar la solución de diversos problemas complejos en sistemas caóticos), el funcionamiento del escudo que protege Tritón del vacío espacial o la detallada descripción de la operación de cambio de sexo y género que se le ofrece a Bron (que es un poco como ir al médico y que éste te largue una charla de tres horas sobre cómo te va a extirpar las almorranas). Estos discursos se presentan por medio de diálogos que acaban por abarcar varias páginas, convertidos en unas interminables e ininteligibles conferencias, una especie de árido y complejísimo ejercicio metaensayístico sobre la importancia del infodump y la retórica pseudocientífica como contextualizadores y catalizadores de los neologismos en la ciencia ficción. En mi modesta opinión, estas exposiciones hubieran funcionado bastante mejor como parte de un apéndice teórico al estilo de los que se incluyen al final de la novela; uno de teoría literaria sobre la especificidad del lenguaje de la ciencia ficción y otro sobre Ashima Slade y su invención del cálculo modular, que en cierto modo aporta otra perspectiva que complementa el panorama del universo de Trouble on Triton.
Finalmente, y a pesar de estas pegas, la relectura de Trouble en Triton me ha resultado satisfactoria y me ha proporcionado muchas cuestiones interesantes sobre las que reflexionar. Además, me parecía importante dedicar un texto a Samuel R. Delany, un escritor que siempre me ha gustado mucho y que quizá permanecía demasiado olvidado tras su alejamiento del género a partir de los ochenta, cuando los gustos del público comenzaron a darle la espalda a esta ciencia ficción intelectualizada de los años 70, surgida, en el caso de Delany, a partir de un amor y respeto inusuales por el género, pero cuyas elevadas ambiciones y amplitud de miras tanto en lo temático como en lo formal, evitaron que fuese adecuadamente correspondido.
(*) Según la Wikipedia, la heterotopia es un concepto introducido por el zoólogo Ernst Haeckel en 1866 que se refiere a los cambios en la disposición espacial de algún proceso dentro del embrión, proceso producido por la evolución. Por ejemplo, heterotopia es el cambio en el posicionamiento de la capa germinal de un embrión, proceso que creó las gónadas. Esta acepción tiene su reflejo en la novela a través de los cambios de sexo a los que se someten algunos personajes de Trouble on Triton.
Por otro lado, el concepto posmoderno de heterotopia según el filósofo Michel Foucault, es un término que se refiere a los espacios urbanos. Frente a los modelos jerarquizados de ciudad del pasado, “el espacio en el que vivimos hoy en día (…) es un espacio heterogéneo. En otras palabras, no vivimos en una especie de vacío, dentro del cual localizamos individuos y cosas. (…) vivimos dentro de una red de relaciones que delinean lugares que son irreducibles unos a otros y absolutamente imposibles de superponer”. Opuesta a la utopía, que no es real, pero representa una versión perfeccionada de la sociedad, la heterotopía es un lugar real, efectivo. Por lo general, una heterotopía es una descripción física o aproximación de una utopía, un espacio paralelo que contiene cuerpos indeseables que no se podrían producir un espacio utópico verdadero.
Trouble on Triton. An Ambiguous Heterotopia, de Samuel R. Delany.
Wesleyan University Press, 1996.
Rústica, 326 pp. 21€.
Tritón, de Samuel R. Delany.
Traducción de Domingo Santos.
Ultramar Ediciones, 1991.
Rústica, 400 pp. Precio variable en el mercado de segunda mano.
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Magnífico artículo, muchas gracias!!
Muchas gracias alvaro, me alegro de que te haya gustado!
Excelente artículo, me dieron ganas de ojear “Tritón”, leí poco de Delany, voy a ponerme en campaña.