Las mentiras de Locke Lamora, de Scott Lynch

Las mentiras de Locke Lamora

Las mentiras de Locke Lamora

Todos los que somos aficionados a esta cosa llamada género fantástico nos hemos encontrado con grandísimas historias, aunque las más de las veces no hayan recibido el reconocimiento del gran público salvo contadas excepciones como 1984 o Matadero cinco en ciencia ficción o El Señor de los Anillos en la fantasía. Por más que nos pese el tipo de novelas que leemos no son capaces de atraer a la masa lectora. Es cierto que en los últimos años parece que algunas obras de corte fantástico han atraído a gran cantidad de público –la saga de Harry Potter o las novelas de Laura Gallego dentro del panorama nacional– pero estas novelas, aunque evidentemente de fantasía, no se han ideado ni desde dentro del género ni para gente del género. Más bien están preparadas ex profeso, nos pongamos como nos pongamos, para otro tipo público, joven, que con el tiempo podría dar el salto hacia el género fantástico pero, generalmente, se conforma con lo que ya ha leído y lo abandona. En escasas ocasiones aparece una historia de género ideada dentro del género pensada para lectores de género y con la fuerza, el dinamismo y, por qué no decirlo, los “ingredientes” que podrían atraer a otro tipo de público,

En este mundo de la literatura fantástica es muy arriesgado atribuirse las cualidades de profeta y vaticinar un futuro a un libro que, como mucho, puede vender unos cuantos miles de copias. Pero en el caso de Las mentiras de Locke Lamora sería una auténtica pena, de verdad, que no diese el salto.

La fantasía en su vertiente épica es el subgénero dominante en España. Estamos acostumbrados a que la trama de la historia se revuelva entorno a enormes conflictos que pueden derrumbar imperios, acabar con el mundo que conocemos y sentar al señor oscuro de turno sobre el trono del mundo. Estos conflictos tan grandilocuentes, y que parecen atraer a los lectores habituales de fantasía, tengo la sincera creencia de que suelen intimidar a los lectores más «generalistas», acostumbrados a problemas más mundanos, menos apocalípticos. Ésta es precisamente una de las características de la presente novela: los problemas a los que Locke Lamora se enfrenta solo le afectarán a él y la pequeña banda de compañeros que conforman su grupo, y el conflicto ni siquiera tiene repercusión fuera de los límites de la ciudad. Su autor, Scott Lynch, ha intentado con esta historia huir de los clichés del género; aquí no encontraremos profecías, elegidos o enemigos que quieran destruir el mundo porque sí. En esta historia los problemas son más cotidianos, y los motivos del villano tan naturales como pueden ser la avaricia, la ambición o el simple capricho de gobernar sobre otros.

Esta reducción del problema no sólo al ámbito de una ciudad sino al de las vidas de los personajes también ayuda a perfilar de una manera más completa y compleja las motivaciones y personalidades de los protagonistas, y el lector medio se puede sentir muy identificado, o por lo menos más concienciado, con sus problemas. También ayuda en este sentido la estructura elegida a la hora de contar la historia. Lynch dedica las primeras páginas de cada capítulo a hacer avanzar la trama principal y la última parte, a modo de sub-capítulos, a tratar de llenar los huecos en la personalidad de los personajes mediante flashbacks. Creo que en este caso se trata de un gran acierto porque sin esos flashbacks resulta muy difícil conocer las motivaciones del personaje principal e, incluso, gracias a ellos las situaciones climáticas de la historia pueden convertirse en momentos épicos de gran envergadura.

El estilo también resulta bastante directo sin detenerse apenas en desarrollar el trasfondo del mundo o los personajes salvo en los elementos que resultan indispensables para la historia. Esta sensación de descuido en el detalle también puede venir provocada porque el trasfondo de la historia, el desarrollo de personajes y de la ambientación se desarrolla principalmente durante los flashback que antes he comentado. Esto ocasiona que las secciones se mantengan siempre bien diferenciadas, teniendo siempre los elementos esenciales para el avance de la historia en el grueso de los capítulos y la información «de relleno» en las secuencias del pasado. Esta característica hace que Las mentiras de Locke Lamora resulte tremendamente adictiva y divertidísima de leer. Prácticamente no deja respiro para el lector que va saltando de una situación a otra y comprueba cómo todas las piezas van siendo colocadas en su sitio. De hecho aunque la trama inicial puede resultar innecesaria, a medida que se va descubriendo el argumento resulta del todo indispensable para, de nuevo, conocer el carácter del personaje principal y disparar los acontecimientos que conducen hacia el clímax final.

Otro factor que tal vez pueda resultar importante para atraer a un público menos acostumbrado al género fantástico es que la narración “finaliza”, aunque el autor ha reconocido que la historia estará contenida en una secuencia total de siete novelas. La trama que se nos cuenta queda completamente hilada en la presente novela y la sensación de satisfacción no se verá mermada por el consabido continuará al que tan acostumbrados estamos.

Antes he comentado que se trataba de una novela escrita dentro del género y para gente de género, por lo que ahora me veo obligado a comentar algunas de las influencias que pueden descubrirse en Las mentiras de Locke Lamora. Lo primero que salta a la atención en la historia es el cuidado que se ha prestado en la descripción de la ciudad que, aunque para el lector no iniciado pueda resultarle familiar al tratarse de una Venecia renacentistas con ligeros retazos de corte fantástico, el más o menos avezado puede descubrir trazas de otras ambientaciones fantásticas como la Lankhmar de Fritz Leiber, con sus gremios de magos y ladrones, o con la Viriconium de M. John Harrison, con sus artilugios extraños de una época perdida en la historia, quizás más avanzada que la actual. También los personajes y situaciones en las que se ven involucrados resultan a veces muy Martinescas, con un Locke Lamora que a veces podría recordar a Tyrion Lannister o secuencias que podrían competir con la famosa Boda roja o, incluso, dejarla en bragas. Ya fuera del género las situaciones y personajes también recuerdan poderosamente a las novelas de aventuras de Dumas llenas de venganza, traición, villanos carismáticos, buenos no tan buenos y malos no tan malos, que suelen aparecer en las historias de capa y espada a las que tanto nos acostumbró el autor.

Incluso dejando a un lado el mundo literario y pasando al cinematográfico, la estructura de Las mentiras de Locke Lamora recuerda a las películas de gangster o timadores al estilo de El Golpe u Ocean’s Eleven, o películas aventureras de ritmo frenético como la reciente Piratas del Caribe o clásicas como las aventuras de Indiana Jones. Locke Lamora puede llegar a recordar a alguno de estos personajes tan arraigados en la cultura popular al compartir muchas de sus cualidades: es desvergonzado, encantador, cobarde y un anti héroe clásico. Y aunque Locke Lamora es el protagonista indiscutible de la novela, en una buena historia de aventuras nunca pueden faltar los personajes secundarios inolvidables. De ahí que el elenco del que se rodea Locke es memorable, como el espadachín Jean Tannen, el pilluelo Bug o los gemelos Galdo y Calo.

Para terminar, llega el momento de aclarar que en esta novela no nos vamos a encontrar con una historia original o ideas innovadoras. Al contrario, su estructura es bastante convencional. Su fortaleza no se basa en romper los clichés del género, tan solo se trata de contar una historia ágil, bien narrada, sin altibajos y, sobre todo, divertida; no hay escenas de relleno, ni diálogos o descripciones innecesarias. Todo está medido para hacer avanzar la historia a la perfección. Así que los que busquen un nuevo Martin, un Sapkowski o el nuevo rey de la fantasía, mejor que busquen en otro sitio, porque Lynch nunca lo ha pretendido.

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