El jardín del tallador de huesos, de Sarah Read

El jardín del tallador de huesosLos pastiches me caen en gracia, así en general. Fácil que soy, me basta con que alguno de los elementos apilados en sus entrañas sea novedoso y potencie su mordiente, o el conjunto se reordene de manera que le dé aire fresco. Así, que una novela ocurra en 1926 y remita a una historia más propia del final de la era victoriana no supone una barrera infranqueable. Más cuando su escritura se aleja del estilo de la época y actualiza sus formas, reduciendo la carga de las descripciones y poniendo el peso sobre la acción y los diálogos. Sin embargo, cuando esta es su única aportación, y el resto se sostiene en una base descuidada que, además, tensiona la suspensión de la incredulidad, cuando no la trasgrede, me cuesta dar cuartel. Aunque vengan en una envoltura tan sugerente como El jardín del tallador de huesos, ganadora del premio Bram Stoker a la mejor novela debut de 2020.

Charley, huérfano de madre, es enviado al internado de Old Cross por su padre, militar de carrera con destino itinerante por el Imperio. En este colegio de pretendida elite el niño es recibido por sus compañeros mayores con la hostilidad esperada, un rechazo acrecentado cuando descubren su fascinación por diferentes tipos de artrópodos. En los prolegómenos de su primera noche obtiene la primera muestra de “simpatía” de los veteranos, en una acogida a la que se une el “fantasma” del lugar; una presencia que, al caer la noche, recorre los pasillos de Old Cross y ejerce de heraldo del misterio a desentrañar. Algo tan poco dado al cambio como esta institución de enseñanza que afirma formar los futuros caballeros del Imperio, encierra una historia de cambio. El edificio fue originalmente una abadía que, se supone, después de la disolución de las órdenes monásticas por Enrique VIII, tuvo mejor suerte que las más conocidas de la comarca de York. Pasó a ser propiedad de una familia de rancio abolengo que terminó perdiéndola a finales del XIX. Así nació el internado.

Sin disimulo, El jardín del tallador de huesos es la enésima representación de la máquina de hacer picadillo que la educación y el clasismo son para la juventud del Reino Unido. Una caracterización bastante trillada a la que Sarah Read apenas aporta un detalle medianamente original: el arraigo detrás de Old Cross es el de esa cafetería que pinta en su cristalera, “una tradición en la ciudad desde el año 2012”. Basta ver su funcionamiento o sus aulas para ser todavía más consciente del fraude detrás de la marca “colegio de elite” o “colegio para la elite”. Esta contribución queda oculta cuando Read pone en escena la intriga gótica del argumento. Un misterio sostenido sobre el final de la familia anterior dueña del lugar. Un martillo pilón para una descendencia que supuso su ruina a niveles mucho más cruentos que la desaparición del legado. Este drama familiar es bastante estereotipado, pero esta vez sin aportaciones de relevancia como, por poner un par de ejemplos, Stuart Turton o Silvia Moreno-García imprimieron a dos novelas con una composición similar como Las siete muertes de Evelyn Hard Castle o Gótico. Y aquí comienza a escapárseme entre los dedos El jardín del tallador de huesos.

Sarah ReadApenas existen dos personajes dignos de tal categoría: Charley y Sam, el jardinero de la escuela. Read les otorga espacio suficiente para darles un bagaje y realzarlos sobre el cartón piedra del resto. El escenario se contagia de esta carencia de personalidad. Sus salas abandonadas, desvencijadas, polvorientas y otros epítetos ruinosos, se alinean con los hechos brutales que ocultan, pero a la segunda travesía por sus espacios más oscuros su pegada se volatiliza. Las escenas se vuelven prácticamente indistinguibles, el foco se aleja de la acción y cede todo al protagonismo a la resolución. Y aunque alguna de las secuencias sí puede captar el interés, lo es más por el sufrimiento de los personajes que por la entidad de un relato que continuamente está poniendo a prueba la suspensión de la incredulidad. Aunque podría ser una faceta más de esa parte metafórica en la que las familias se despreocupan del futuro de sus hijos, cuesta creer que en 1926 las desapariciones que ocurren en Old Cross salgan gratis. La leyenda romántica de tres al cuarto detrás de un edificio tan imponente tampoco ayuda a capturar la imaginación al nivel que prometen la cubierta y el título.

Así que entre mi escepticismo ante cada nuevo giro argumental y mi indiferencia ha pasado este apolillado pastiche de internados británicos que fracasa donde otros textos recientes conseguían insuflar frescura. Basta recordar La casa de la muerte para ser más consciente de su escaso recorrido.

El jardín del tallador de huesos, de Sarah Read (Dilatando Mentes, 2020)
The Bone Weaver’s Orchard (2019)
Traducción de José Ángel de Dios García
268 pp. Rústica. 18,95 €
Ficha en la Tercera Fundación

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