Las estaciones de la marea, de Michael Swanwick

De la caterva de escritores surgidos en la eterna ola del cyberpunk original, Michael Swanwick quizá no fuese de los más activos (tan sólo su cismatriana Vacuum Flowers podría encuadrarse en el subgénero), pero seguramente sí que era uno de los más espabilados, ya que no tardó en darse cuenta de que al hardboiled futurista bañado en neones no le quedaba mucho recorrido creativo. Suyo es el término neuromantics, propuesto con cierta sorna para rebautizar al movimiento, puesto que llegados a cierto punto el cyberpunk empezaba a convertirse en una mera imitación los clichés del Neuromancer de William Gibson. Y al contrario de otros ilustres compañeros de aventura literaria a quienes estaría feo señalar, logró desprenderse del protector celofán de clichés y manierismos cyberpunk antes de que Neal Stephenson y Bruce Bethke liquidaran el subgénero publicando la parodia y la parodia de la parodia respectivamente, Snowcrash y Headcrash. Tras un divertimento, Griffin´s Egg, una novela corta de metacachondeo sobre la ciencia ficción de los 50 ambientada en la luna, enfiló hacia la ciencia ficción y la fantasía literaria y rara, mucho más interesado en Gene Wolfe, James Branch Cabell o Hope Mirrlees que en Gibson o Tolkien. Así, ya en 1990 vio la luz Las estaciones de la marea, serializada primero en la Isaac Asimov Magazine y editada como novela al año siguiente; una obra que todavía aprovecha algunos presupuestos y conceptos muy queridos por el cyberpunk (las inteligencias artificiales, la realidad virtual, el problema de la tecnología y la información libre) insertándolos en una exótica, extraña y fantástica novela de ciencia ficción, que, como ocurre con todos los artefactos narrativos raros, bellos y estrafalarios, me tuvo intrigado y fascinado durante muchos años.

Publicada en España con inusitada celeridad por Martínez Roca en 1993, gracias sin duda al premio Nébula que la novela obtuvo el año anterior como se insinúa discretamente desde la portada, siempre tuve la sensación de ser la única persona flipadísima con esta novela de ciencia ficción en plan gótico sureño, cuyo argumento se hubiese planteado como la síntesis del típico viaje heroico entendido como una aventura de transformación espiritual con una trama de investigación detectivesca desnortada. La acción se desarrolla en el planeta Miranda del sistema Próspero, un planeta que sufre gigantescas mareas que cada doscientos años cubren su superficie para luego irse retirando poco a poco durante otros dos siglos, hasta que el ciclo comience otra vez. Este proceso de renovación y renacimiento se conoce como el Jubileo, acontecimiento que provoca en la fauna y flora nativas, incluidos los escasos aborígenes de Miranda, los espectros, la autoinducción de una metamorfosis radical que les permite sobrevivir en este nuevo medioambiente acuático. Miranda es, además, un planeta colonial de la Federación de las Siete Hermanas, que se hizo con el control político directo del planeta tras el genocidio de millones de aborígenes en su forma acuática, provocado por los primeros colonos en su optimismo y descuido tecnológico. Desastre que originó la prohibición de exportar ciertas tecnologías avanzadas a los planetas “atrasados” de la Federación, entre ellos Miranda, decisión que genera en los mirandeses desconfianza y rencor hacia la metrópoli, puesto que esta prohibición es vista como un sistema de control y opresión que mantiene al planeta en la miseria y el atraso.

Pocos días antes del Jubileo llega a Miranda un funcionario sin nombre enviado por el gobierno de las Siete Hermanas, al que conoceremos simplemente como “el burócrata”, con la misión de encontrar y detener a Gregorian, un nativo de Miranda e hijo de un misterioso visitante extraplanetario. Gregorian, tras estudiar artes oscuras y místicas de mano de una poderosa bruja mirandesa, marchó a la universidad galáctica de las Siete Hermanas y tras una brillante carrera laboral en la Metrópolis, ha regresado al terruño con un mcguffin, una tecnología robada que promete la metamorfosis necesaria para sobrevivir en el nuevo mundo a cualquiera que pueda pagarla. Pero lo que en un principio no es más que fastidioso marrón laboral para nuestro burócrata, la cosa acabará convirtiéndose en un lisérgico e irónico periplo del héroe por los entresijos de Miranda, un fofo hombre blanco vapuleado y manejado por las poderosas fuerzas del exotismo, la magia, la carnalidad, el engaño y el trampantojo.

Sin duda muy inspirado por dos obras de Gene Wolfe, tanto La quinta cabeza de Cerbero, la gran novela de ciencia ficción sobre el colonialismo, el genocidio y la identidad, como El libro del Sol Nuevo y su complejo meta-análisis del monomito heroico, Swanwick construye con materiales similares una historia sobre el cambio y la transformación. Por supuesto, el Jubileo, la gran metamorfosis que preside y enmarca toda la novela, pero, sobre todo, su reflejo en las etapas, o estaciones, del camino heroico del burócrata, un gris funcionario educado en las banales guerras burocráticas y la lucha por el ascenso en la escala del poder e influencia de un sistema de gestión galáctico que se desenvuelve en los sofisticados entornos virtuales de fríos y metálicos mundos artificiales y estériles (donde el deporte más popular se llama Suicidio, no les digo más). Al caer por el pozo gravitatorio de un planeta exótico, caluroso, carnal y mágico, inmerso en el ambiente caótico de la última semana antes del Jubileo y drogado como un bendito, su proceso de transformación arranca cuando sus percepciones se vean despertadas gracias a la figura de la Mentora, la bruja Undine, que facilitará el paso del burócrata por el Umbral del Conocimiento mediante una intensa sesión de sexo tántrico. El poder femenino y carnal de Undine se manifiesta ante el burócrata como el único real, por encima de las banales búsquedas de poder masculinas y en contraste con la virtual esterilidad de la Federación, simbolizada por el verdadero origen de Gregorian. Dicha transfiguración se verá completada cuando el funcionario alcance la estación del descenso a los infiernos ante la presencia virtual de la Madre Tierra, el avatar de nuestro mundo, ahora dominado por una simbiosis de humanos e inteligencias artificiales, donde será metafóricamente tragado y renacido de nuevo por la poderosa y enfurecida Diosa. Y finalmente, nuestro improbable héroe finalizará su periplo de cambio y metamorfosis abrazando su nueva naturaleza de espectro, de mago, de traidor a la raza humana y hasta de demiurgo de andar por casa.

En lo formal, sin duda se trata de una de las novelas mejor ambientadas, más sugestivas e imaginativamente poderosas que he leído, como un Vance elevado al hipercubo al pasarlo por el “método Wolfe” de construir un mundo a base de estilo y capacidad evocadora. El resultado se asemeja bastante a cómo hubiera sido El corazón de las tinieblas ambientado en el carnaval de Nueva Orleans poco antes de la llegada del huracán del fin del mundo, donde Swanwick es capaz de mezclar la farsa y el sentido de la maravilla y hacer que funcione. Y en la que, aparte de la ambientación del planeta Miranda, brillan momentos inolvidables como el fascinante recorrido por las oficinas de ese Palacio Mutable virtual, centro burocrático del gobierno de las Siete Hermanas o, sin duda, la antes mencionada visita al avatar de la Tierra, encerrada en la prisión del Palacio como una Diosa descomunal y encadenada por programas de seguridad que, sin duda, un día romperá, movida por su odio a la raza humana y la nostalgia de cuando era libre y poderosa y arrancaba pollas a bocaos. Una visión entre delirante e impresionante que se despide de nuestro burócrata bramando “¡liberad a las máquinas!”. Son majaderías como ésta las que me recuerdan por qué me gusta la ciencia ficción, snif.

No sé si habré conseguido salir airoso en mi reivindicación de Las estaciones de la marea, pero ha sido un placer releerla por ¿cuarta? ¿quinta? vez, disfrutando de su extrañeza, su carácter único, su lujuriosa ambientación y su peculiar sentido del humor. Simplemente hay que dejarse llevar, como si descendiéramos perezosamente por el río Yann sin saber en qué nos convertiremos cuando pasemos la última página y hayamos alcanzado el mar.

Las estaciones de la marea, de Michael Swanwick. Martínez Roca, 1993 (Stations of the Tide, Isaac Asimov Magazine/William Morrow 1990/1991).
Trad. Eduardo García Murillo.
Rústica, 219 pp. A partir de 9€ en el mercado de segunda mano.

6 comentarios en “Las estaciones de la marea, de Michael Swanwick

  1. Sobre esta novela apenas recuerdo más que cómo la conseguí y la leí. Cuando tenía 18 o 19 años pasaba muchos fines de semana en casa de mi abuela materna, en un pueblo a 11 km de Santander. Haciéndola compañía, ayudando con algunos temas de casa… Mis padres me “recompensaban” con un libro que compraba el mismo viernes al llegar al pueblo, en una tienda de aquellas que tanto vendía ropa, menaje del hogar, juguetes, acuarelas o libros. En ella compré sobre todo MR Gran Superficción y aquellos libros de la colección de Asimov de tapas negras. Y un fin de semana de otoño me hice con este. Al llegar a casa de mi abuela me senté en el salón mientras ella preparaba la cena, me puse a leer las primeras líneas… y me caí dentro. Tanto como que el sábado por la tarde ya lo había terminado y sin otra cosa que hacer que ver la tele.

    Todo era muy raro para mi, que los 80 se resumían en Card, Brin, Sheffield y Cherryh (Nova al poder); deliciosamente extraño y decadente. Uno de los motivos por los cuales Vance, al que leí sobre todo después, no me ha “llegado” es porque después de La estación de las mareas cualquier cosa en esa línea me ha parecido capada. Es un poco la pedrada que te daban algunos de los Gran Superficción de Alejo. Que podía publicar la fascistada aquella de los pajeños, pero también el space opera mayúsculo de Banks, aventuras lisérgicas como esta o la pequeña locura de Camino desolación. Supongo que se puede vivir la cf con más intensidad, pero me cuesta ver cómo.

    • Hombreeeeeee, en MR siempre podías contar con que saliera alguna gozosa majarada, recuerdo en los pequeños de Super Ficción que Alejo sacó el “Software” de Rucker que es otra locura que me marcó y que si no la hubiese sacado Alejo no la hubiese sacado nadie.

      Y pobre Vance, sé influencia de Gene Wolfe o Banks para que te quedes viejuner. A mí me pasó un poco lo mismo, leí “Los lenguajes de Pao” después de “Babel 17” y claro, después de la exhibición literaria de Delany aquello sabía a Heineken. Pero bueno, tiene cosas que molan bastante, como la Saga de Cugel o aquello de los Pnume, Dirdir, etc, que estaba entretenido.

  2. No recuerdo mucho de la novela más allá de que me gustó bastante.

    Lo que sí recuerdo es que la compré en la librería Flash de Granada un día que me dio por hacer pellas. No sé muy bien por qué, algo en mi interior me llevó hasta la librería (la original, no la de la Plaza de la Trinidad, que ni sé si sigue existiendo) y, desnortado como voy por el mundo, me decidí por ese libro del que no tenía ninguna referencia. Era una flamante novedad y era de MR, y yo debía de tener ganas de un buen chute de SF. Creo que dudé entre este Swanwick y otro título de MR que siempre llamaba mi atención pero nunca me decidía a comprar: Tom O’Bedlam, de Robert Silverberg.

    (Huelga decir que las pesetas que costara el ejemplar supusieron un nada desdeñable desembolso para ese proto-clochard con beca que espera no haber aburrido demasiado a la parroquia con su anécdota viejuna).

    • Lo bueno de dar a conocer estas anécdotas es darme cuenta que, además de lecturas, compartimos una serie de vivencias que, pasado el tiempo, pensaba que eran mías. Y para nada.

      También soy de los que dejé Tom O’Bedlam en la estantería y tardé una década en leerla. Me pareció la mejor novela de Silverberg tras su regreso a la cf para asaltar el tren del dinero con Valentine. Frente a la space opera que cultivó durante los 80, se dio una vuelta por la literatura de Dick llevándola a sus preocupaciones. Y le dio un giro bastante pesimista.

      • Pues ahora sí que tengo que leerla. Ya no tengo excusa. ¿Qué otras novelas imperdibles tiene Silverberg? Solo he leído The World Inside.

        • Casi cualquiera de entre finales de los 60 y principios de los 70. En mi caso las que mejor recuerdo son Regreso a Belzagor, La torre de cristal, Muero por dentro y El libro de los cráneos. Eso y un par de libros de relatos (sobre todo Lo mejor de Silverberg), y tienes mi Top.

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