La entusiasta acogida de La espada de fuego hacía inevitable su continuación. El espíritu del mago transita por los mismos derroteros de fantasía épica con trasfondo tecnológico que su predecesora; sin embargo, es una novela de concepción mucho más adulta, elaborada y madura, pese a que dos nuevos personajes –Darkos y Ariel– sean adolescentes. Así, el horror de la guerra, el fanatismo religioso o la ambición de poder son temas que aparecen de forma recurrente. Pero ¿se nota realmente la autoría de un escritor español? Francamente, apenas. ¿Debería? En absoluto, aunque sería bueno que este tipo de éxitos comerciales no velaran los intentos por construir un fantástico de raíz más autóctona. Ejemplos no faltan, incluso en la misma editorial –Danza de tinieblas, Rihla–, aunque los resultados aún disten de ser comparables.
La narración se inicia dos años después de que Derguín Gorión conquistara la mítica Espada de Fuego. Tramórea atraviesa momentos especialmente convulsos: una terrible sequía está aglutinando a los belicosos pueblos nómadas del sur en un ejército de invasión al mando de El Enviado, caudillo religioso que preconiza el genocidio como forma de invocación de los dioses. Mientras, el Zemalnit vive asilado en la ciudad isleña de Narak, junto a un pequeño ejército de acólitos que adiestra en los secretos del Tahedo. A sus veintiún años, el peso de la responsabilidad ha marcado su carácter, tornándolo huraño y desconfiado, a la vez que la posesión de ese objeto de poder ha envejecido su alma. Ajeno a las intrigas que su presencia desata, su obsesión es devolver la vida al cuerpo de su amigo Mikhon Tiq, petrificado años atrás a consecuencia de un enfrentamiento con el nigromante Ulma Tor. Cuando, en sueños, el aprendiz de mago le exhorte a dirigirse a Etemenanki, la ciclópea torre del Rey Gris, Derguín unirá definitivamente su destino al de la propia Tramórea.
Pero los enemigos del Zemalnit son numerosos y no se limitan a actuar como meras comparsas sino que toman abiertamente la iniciativa. Derguín sufre además pesadillas que le advierten de que su adversario, Togul Barok, no ha muerto. Y mientras se gesta la gran confrontación bélica que dilucidará el destino de Tramórea, el enorme ejército del Martal prosigue su avance hacia las ricas ciudades del norte, dejando a su paso una interminable estela de muerte y destrucción. No hay poder capaz de hacerle frente, pues cuenta además con poderosas armas de destrucción y la ayuda de las artes oscuras. Llegado un momento, todo parece perdido…
Contrariamente a lo esperado, los primeros capítulos transcurren por terreno desconocido para el lector del volumen anterior: aparecen nuevos personajes, no se revelan los pormenores acaecidos en este lapso de tiempo hasta mucho más adelante –de forma, por cierto, harto cicatera–… Con ello se consigue asegurar la independencia de ambos libros, a costa de provocar cierta perplejidad en el seguidor de la serie. Afortunadamente, el autor vuelve a centrar los esquemas y la novela recupera pronto la ambientación y tono que le corresponde, con episodios tremendamente emocionantes, sangrientas e interminables batallas –que ahora, por fin, son numerosas– e inesperadas revelaciones que confieren al texto un cariz de saga familiar. Y, por si esto fuera poco, el desenlace se prolonga durante más de doscientas trepidantes páginas.
Negrete sigue la tendencia actual a la hora de crear mundos fantásticos de desarrollar los acontecimientos en un único continente de un planeta desconocido. Tramórea, como Westeros en Canción de Hielo y Fuego ó Argos en La Tierra del Dragón, posee entonces una permanente vía de expansión en caso de sobreexplotación, que afortunadamente no sucede. El curso de la acción nos traslada por lugares tan sólidos y atractivos como el archipiélago Ritión, la gran meseta de Málart, la ciudad libre de Ilfatar, la sensual Malabashi, el reino de las amazonas Atagaira, las tierras desoladas de los inhumanos, la torre de Etemenanki… Un exotismo que también impregna el terreno de la política, donde cada región hace gala de un régimen propio: monarquía feudal en Áinar, anfictionía en Ritión, monarquía matriarcal en Malabashi y Atagaira, caudillaje guerrero en la Horda Roja y el Martal, navarcas, etc. Pese a todo, la novela no es ajena al tópico en aspectos tales como características raciales –salvajes guerreros de piel negra, fanáticos Aifolu de color amarillo– o arquetipos sexuales, que denotan un mundo poblado por valores tradicionalmente asignados al rol masculino.
Al igual que para ese coloso de la fantasía épica que es George R.R. Martin, los personajes adquieren una relevancia capital para el desarrollo del argumento. Cada protagonista o secundario posee un interés legítimo y diferenciado, lo que da pie a una mayor complejidad de relaciones, y múltiples y variadas líneas de acción: Kratos May retorna a la disciplina de la Horda Roja, que se dirige a la rica Malabashi para brindar protección a cambio de oro; Darkos, hijo de una rica familia de mercaderes, padecerá los horrores de la guerra en la ciudad libre de Ilfatar; el joven Ariel descubrirá la vastedad de Tramórea a bordo de un navío de apariencia mercante; el hechicero Ulma Tor –auténtico cerebro en la sombra– continúa urdiendo planes aunque, sospecho, sin llegar nunca a mostrar todas sus cartas. Y un interminable etcétera.
Negrete se proclama como un excelente narrador, cuya elegante prosa –accesible y a la vez de gran belleza formal– consigue hacer vibrar al lector durante más de 700 páginas. Planifica con pulso de artesano, primero a un ritmo lento para ir acelerándose merced a sucesivas confrontaciones bélicas, que alcanzan un nivel de realismo insuperable. Retrata de forma magnífica introspección y sentimientos, con especial relevancia en Kratos May, cuya amargura por la fortaleza perdida se refleja de forma directa y a través de la mirada de otros personajes. Trata de forma abierta temas tabú en este tipo de literatura: el fanatismo, el genocidio, la homosexualidad, la violación, sin caer en la exaltación aunque sin obviar su crudeza. Todo ello hace de esta novela una narrativa de excepcional calidad literaria, por encima incluso de la anterior entrega, todo un hito de la literatura fantástica española contemporánea.
Pese a todo, al amante de la ciencia ficción puede decepcionarle el hecho de que el cada vez más definido trasfondo tecnológico del argumento no termine de resultar palpable para los protagonistas, obnubilados en sus luchas intestinas. Quizá el sombrío pasado de Tramórea, la verdad sobre los dioses y la amenaza de su regreso sean materia de la siguiente entrega; las ruinas de la antigua ciudad de Zenorta aún no ha sido hollada, y acaso Etemenanki, la torre de los Numeristas, los inhumanos y la propia Zemal –forjada para combatir a los dioses– desempeñen en ella un papel relevante. Mientras la legión de seguidores de la serie nos hacemos estas y otras preguntas, cabe el consuelo de seguir disfrutando de estos estupendos libros en edición de auténtico lujo o en su correspondiente versión en rústica. Imperdonable perdérselos.
Nota: Este comentario fue publicado en la sección de crítica de la web Literatura fantástica.