Hacía tiempo que un libro de ciencia ficción no estimulaba tanto mi capacidad para la maravilla como (gran parte de) las últimas 200 páginas de El fin de la muerte. Lo que Cixin Liu muestra en su tramo final supera las contadas muestras imaginativas de las dos novelas anteriores, caso del momento en el cual los trisolarianos crean los sofones o despliega la teoría del universo como un bosque oscuro. Los destinos del sistema solar, los protagonistas y el mismo universo me parecen equiparables al festival de ingenio detrás de la historia de la civilización alienígena de Mountain; uno de sus relatos largos traducidos al inglés años antes de El problema de los tres cuerpos. Aunque, no extrañará a nadie, en las 500 páginas anteriores he chocado con varias fuentes de amargor y un cierto sopor. No abundaré en ellas; ya fueron suficientemente tratadas en mis reseñas de El problema de los dos cuerpos y El bosque oscuro.
En el sindios etiquetador de las redes sociales, las reseñas en los blogs y los textos de cubierta trasera, se llega a considerar la obra de Cixin como hard y nada me parece más errado. Aunque las ideas científicas y tecnológicas ocupan el núcleo de muchas de sus historias su manera de afrontar la narrativa huye del cuidado formal y la exploración rigurosa en los límites de la ciencia contemporánea. Sus especulaciones no se ciñen a las bridas de lo probable. A la hora de crear una visión holística del conocimiento humano Cixin opta casi siempre por dar rienda suelta a su imaginación y sitúa sus textos en la cercanía de la historia del futuro prima hermana de La odisea del mañana o, en una escala más mundana, las novelas de Luis Ángel Cofiño aparecidas en Espiral y Parnaso hace tres lustros. Aunque cualquier comparación, el uso de referencias para acotar su obra, es un apaño particularmente injusto con un escritor que dignifica el término ocurrencia. E, incluso, llega al extremo de pasárselo en modo legendario.
Cixin es por encima de cualquier otra característica tamaño, amplitud de mirada. El problema de los tres cuerpos, El bosque oscuro y El fin de la muerte funcionan como tremendos mash-ups que, a partir de nociones vistas previamente, aprieta los pedales del desarrollo y la dimensión a fondo, sin rubor. Valga de ejemplo el inicio de esta última. Después de una introducción gratuita presenta a los dos personajes esenciales de la novela que se van a ver separados por una misión planteada alrededor del proyecto Orion. Aquella idea tan loca de los tiempos del utopismo atómico de propulsar una nave espacial a base de explosiones nucleares, en manos de Cixin se convierte en una exaltación de los pormenores del proyecto. Acelerar con la tecnología actual un objeto a una fracción apreciable de la velocidad luz con un ser humano en su interior, y aguardar cientos de años al paso de la flota trisolariana en las afueras de nuestro Sistema Solar, deviene en una explicación en el que se vuelca como si estuviera sometido a un tribunal de foro. La obsesión con la que relata sus detalles generales roza lo enfermizo mientras evita entrar al fondo de cualquier cuestión científica. Los lectores más interesados en una divulgación superficial supongo se sentirán tan atraídos en la misma medida que contrariados los que deseen las especifidades físicas o biológicas o, en otro campo, los más preocupados por el mundo interior de los personajes. Cixin los sigue tratando con la escasa fortuna de los libros anteriores.
Veo en El fin de la muerte una estructura más meditada que en El problema de los tres cuerpos y El bosque oscuro. Alrededor de unidades argumentales relativamente estancas, mueve la historia a lo largo de cientos de años, diferentes escenarios y temáticas; de la distopía a la space opera de primer contacto, pasando por la historia con trazas de ciencia ficción, el preapocalíptico y, literalmente, el fin de la civilización. Esta segmentación deja un flanco expuesto en los capítulos bajo el epígrafe “Un pasado ajeno al tiempo”. Subrayan el talento de Cixin para el ensayo narrativo a la vez que resaltan sus limitaciones como escritor. La escasa pertinencia de varios de ellos, su forma de abundar en detalles de por qué las cosas ocurrieron de una manera y no de otra, inciden en la idea que apuntaba anteriormente: el autor de The Wandering Earth parece estar dirigiéndose al lector analítico que se detiene sobre el argumento, piensa y repiensa las acciones, apunta posibles fallas argumentales… Esa presencia de pasajes descriptivos cuestionables se extiende una vez más a numerosos fragmentos de la narración propiamente dicha. Párrafos que se incluyen por el escenario y no por el relato, caso de la descripción del ascensor espacial y la estación espacial a la que viaja la protagonista a mitad de novela. En el contexto en el que se desarrolla, carecen de sentido.
Otra de las cualidades marca de la casa que merece la pena destacar está en cómo Cixin te engatusa con un potencial éxito para, de un párrafo al siguiente, transformarlo en un fracaso descomunal. Valga el desenlace de su particular proyecto Orión, pero no es el único ejemplo. Ni el más espectacular. No obstante nada iguala a esas últimas 200 páginas. El momento en el cuál El fin de la muerte deja caer el corsé que, hasta el momento, ha estado atándose y desatándose en bucle y libera sobre el sistema solar el Armageddon prometido en el primer libro, forjado en un caudal creativo que rompe con cualquier expectativa… aun cuándo es coherente con las pistas proporcionadas. La gracia en la que entra Cixin incluso le lleva a lograr buenos momentos desde el punto de vista estético. Pasajes con frases concebidas desde un sencillez deslumbrante, como (y perdónenme el spoiler)
Todas las naves que escapaban estaban cayendo en el espacio bidimensional como gotas de agua contra el cristal
Quizás haya párrafos, y páginas, que pierdan esa potencia minimalista en pro de descripciones más prolijas. Pero después de millar y medio de páginas es evidente que la mesura y el equilibrio no son de las virtudes de Cixin. Algo irrelevante cuando ya sólo quedan ante el texto los (muchos) fieles y un puñado de curiosos con tiempo libre.
Como me preguntaba un amigo cuando le comenté lo que me había parecido, ¿me he dejado llevar por un retorcido sentimiento de culpa de haberme tragado tantas páginas de una obra cuya mayor parte me parece mediocre? ¿Quiero congraciarme con los lectores que han devorado con ansia de la primera a la última página? La respuesta puede ser más sencilla si la desacomplejada orgía de imaginación que, ocasionalmente, inunda sus páginas activa la indulgencia y el lector se abandona a su particular maelstrom. Así he podido llegar al final. También es cierto que sin muchas de volver a leer una novela suya. Relatos, quizás, sea otro asunto.
El fin de la muerte (Ediciones B, col. Nova Ciencia Ficción, 2018)
Sǐshén yǒngshēng (死神永生) (2010)
Traducción: Agustín Alepuz
Rústica. 736pp. 21,90 €
Ficha en la web de La tercera fundación