Jordi Costa no es crítico de cine. Es fácil pensar que lo es, teniendo en cuenta sus disecciones, cada viernes por la mañana, en las páginas de El país, pero esas brillantes lecturas que desgrana en la prensa sólo son una pequeña parte de su contribución a la cultura crítica y al ensayismo más lúcido que se escribe en castellano. Autor, entre otras maravillas, de Películas clave del cine de animación, de Vida mostrenca. Contracultura en el infierno posmoderno, y partícipe, a menudo destacado, en libros colectivos como CT o la cultura de la Transición o Una risa nueva, Costa ha sido una notable influencia en otros autores de la no ficción española –Jordi Carrión lo llamaba maestro en un estado de Facebook– y precursor de algunos de los mejores ensayistas de nuestro tiempo (pienso en Eloy Fernández Porta y Jorge Fernández Gonzalo). Es, además, un hipnótico prosista, afilado y sorprendente. (Atención al uso que hace aquí de la palabra “polinización”). Y, ahora, en su último libro, Costa absorbe las tareas y los talentos del historiador y el analista político para añadirlos a los suyos habituales. Entre otras cosas, ha pensado la cultura española del fin de siglo XX y del cambio al XXI en un contexto político social muy consciente, con sus macabros paralelos con el pasado.
En Cómo acabar con la Contracultura. Una historia subterránea de España, analiza Costa la cultura desplazada, podríamos decir, de la España de los años sesenta en adelante. Empieza con el nacimiento del rock sevillano en los sesenta y el cómic irreverente underground, pasando por el cine entendido “como una piedrecita en el zapato” y las primeras discotecas de Barcelona e Ibiza. ¿Qué tiene cada una de estas manifestaciones de elemento contracultural? Lo que tienen de “impugnación de los discursos dominantes precedentes”. Siempre se es contracultural, como el propio nombre indica, en oposición a algo, y, en el caso de la España en la que se abre paso la Contracultura, se es en oposición al “prejuicio cultural”, como subraya el autor con total pertinencia, pues los mismos prejuicios actúan hoy en otros aspectos de la vida cultural de este país. A través de la Contracultura nos habla a la vez de la cultura, la oficial y propagada por el Estado, y de ese Estado postfranquista –menos post que franquista– al que se opone en sus inicios. Así, establece preocupantes concomitancias con la situación de nuestro Estado actual: la Contracultura se puede entender como una ofensa al gusto extendido, oficial, de las instituciones, a ese gusto que pasaría de ser patrimonio de “la sotana y el atavío militar a la pana (social)demócrata”.
La maquinaria institucional devora la disidencia artística, eso pasa siempre en todas partes. Pero para esa maquinaria (local) Costa tiene reservado el nombre, nada inocente, de “Gusto Socialdemócrata”. En ese sentido el libro no deja de tener un aire melancólico, un tono fúnebre por la asimilación de la Contracultura en esa arteria principal de la cultura democrática. Al ser una manifestación cultural de autoafirmación colectiva frente a una cultura dominante, oficial y hegemónica, que desplaza e infravalora la libre creatividad, tampoco es casual que a menudo vincule la palabra Contracultura a la de Utopía.
Por otra parte, el ensayo tiene tanto de fino análisis de la Contracultura, de sus significados y sus logros, como de Historia acumulativa y cronológica; y a veces, en ese sentido, pierde algo de la deslumbrante frescura que tiene cuando se pone analítico, interpretativo.
El libro establece algún que otro pasadizo con El intelectual melancólico. Así como el libro de Jordi Gracia era –es– una celebración del presente cultural y una apasionada invitación al optimismo, aunque quizá algo impermeable a las osadías contraculturales, el de Costa es un canto fúnebre por la muerte de esa Contracultura que pudo haber sido y no acabó de ser. El libro de Costa es el reverso anímico de El intelectual melancólico. Gracia invitaba a olvidarnos de ese pesimismo cabizbajo con el que normalmente afrontamos la cultura de nuestro tiempo, y dio como resultado un libro fresco y necesario, optimista con conocimiento de causa. Costa no. Costa nos invita a mirar atrás con ojos críticos, y a pensar el presente cultural desde el que se escribe el libro.
Hay dos movimientos culturales en la sociedad. El visible, que avanza hacia no sabemos dónde; y el que, oculto y despreciado, avanza también, pero en dirección contraria, hacia la liberación de esos impulsos aherrojados por lo visible. Lo malo, demuestra Costa, es que esas líneas se acaban fusionando, y avanzan las dos en la misma, armoniosa dirección. Desde ese presente se escribe el libro.
Uno llega a la conclusión de que la Contracultura es, ante todo, una actitud (una actitud ácrata, en mi opinión). No quiero ser otro de los que dice que Jordi Costa es una enciclopedia andante, pero es cierto que su vasta cultura ayuda a dar una visión panorámica más desalentadora, por detallada y omniabarcadora, del panorama contracultural, que si se hubiera centrado en un uno solo de los campos de la Contracultura. De todos modos, y como el zombie que emerge de su tumba tantos años después, como pasa en la película Shock Waves, por poner un ejemplo, Costa advierte, en el emocionante capítulo final de su ensayo, una pequeña apertura de luz al final del túnel, o de la noche más larga, por usar unas palabras de Luis Eduardo Aute que el mismo Costa usa en uno de los capítulos. Nos da esa alegría de vivir con el testimonio de Esty Quesada, Soy Una Pringada, como la portadora actual del genuino ADN de la Contracultura, como la impugnación de esa cultura youtuber y de las costumbres millenial,impugnación autoconsciente, desidealizadora y autocrítica. Ella es una parcela incómoda, cuestionadora y desafiante, de la cultura que nace en su tiempo. Y Jordi Costa, de un par de generaciones anteriores, lo ha sabido ver y aplaudir en un libro de primera categoría, y darle así un broche final de esperanza a un discurso general como de despedida de la Contracultura.
Cómo acabar con la Contracultura. Una historia subterránea de España (Taurus, col. Pensamiento, 2018)
Rústica. 336pp. 20,90€
Ficha en la web de la editorial