El verano pasado me zambullí (guiño, guiño) en Mares tenebrosos, la afamada antología editada por José María Nebreda para Valdemar. Por su selección de autores, la diversidad de narraciones, su calidad, un muestrario de relatos de terror y misterio en el mar imprescindible. En esta línea, Aguas profundas era una apuesta arriesgada. Al continuar la senda marcada por aquel libro, las comparaciones iban a ser inevitables.¿Estaría la galería de nombres a la altura? ¿Conseguiría Nebreda mantener las señas de identidad, variando el menú lo suficiente como para insuflar frescura en su propuesta? ¿Sería capaz de encontrar un nuevo “Al otro lado de la montaña“?
El primer “relato”, una columna del semanal del grupo Vocento escrita por Pérez Reverte, supone una pequeña bofetada en la mejilla. Vale, el creador del Capitán Alatriste habla sobre una supuesta experiencia con un barco fantasma mientras se encontraba en la costa de Tarifa, y la conecta con su bagaje personal sobre este tópico. Un texto anecdótico, que podría haber pasado como una presentación del volumen con mínimos retoques, se incluye como parte esencial en un puesto de privilegio. Me parece una decisión poco afortunada en una antología donde la atmósfera, la descripción de los escenarios, las emociones de los personajes, la pequeñez del hombre frente a la inmensidad del océano, marcan el paso de las páginas. Más cuando, puestos a alejarse del “clasicismo”, se incluyen un par de textos notables que podrían haber ocupado su lugar; sendos cuentos de escritores españoles impresos por primera vez en este libro.
En “El hombre que llegó con la marea”, Daniel Pérez Navarro firma un sentido homenaje a William Hodgson a través de la historia de un hombre que dice ser él y ha aparecido en una playa del Mediterráneo. Ese acto de admiración no se reduce a rimar sus vicisitudes un día de verano con la narrativa del maestro en base a una serie de referencias más o menos claras. El autor de Fafner se hace fuerte en el incierto terreno entre la ficción y la no ficción y remueve elementos de la una en la otra mientras una serie de criaturas y situaciones grotescas acompañan al naufrago para atormentar su experiencia. El final cierra una insidiosa pirueta metaliteraria que tanto puede hacer asentir al lector como sacarle de sus casillas. En mi caso fue lo primero. Mientras, Emilio Bueso apuesta en “Terminar el trabajo” por una narración muy equilibrada. Sin sacrificar sus señas de identidad, el autor de Cenital y Los ojos bizcos del sol lima su habitual retórica cazallera y acierta a integrarse en el conjunto con un aguerrido cuento de rescates en el mar.
Hay en Aguas profundas otro autor español, Luis Mollá Ayuso, en mi caso bastante menos atractivo. Más que por sus maneras convencionales, por cómo hace uso de una voz engolada en exceso. Una pena porque la premisa de “Sudario de hielo”, la desaparición y reencuentro con un buque de la armada española (el San Telmo) en el siglo XIX, era atractiva. Afortunadamente ese registro fatuo no abunda en el resto de textos. Incluso los más antiguos
Entre la ficción escrita en inglés, el grueso de Aguas profundas, hay piezas magníficas. En “La historia de Davy Jones” Elizabeth Walter vincula el rescate fallido de un velero en la costa de Inglaterra, con sus rocas traicioneras, su faro y su barco de rescate minúsculo, a un relato romántico de pasiones secretas cien años más tarde. Mientras cierra su presa sobre el narrador, uno de los vértices del triángulo amoroso, Walter amplifica todo el potencial de los cuentos de fantasmas para empujar a los personajes hacia sus anhelos prohibidos, su perdición, y exacerbar el sentimiento de culpa. Esta presencia y uso de los elementos sobrenaturales se sitúa en uno de los extremos del menú expuesto por Nebreda. En el otro se encuentran relatos aparentemente desprovistos de ellos como “La isla maldita”, de Mary E. Counselman, con un grupo de náufragos enfrentados a la soledad y la carencia absoluta de recursos en un minúsculo atolón. El miedo a lo incierto, a lo desconocido, se abre ante el lector desde enfoques poco comunes en Mares tenebrosos, entre el terror psicológico y lo espeluznante.
Esta búsqueda de alternativas se extiende con diverso éxito a otras historias que suceden mayormente en tierra firme. “El barco en la botella”, de P. Schuyler Miller, traslada las leyendas de marineros condenados a vagar toda la eternidad hasta una de esas cotidianas tiendas mágicas, donde un comprador experimenta la llamada del mar proveniente de un barco embotellado. Esa atracción irracional por el océano, para toparse con su faceta más funesta, también se deja sentir en “Niebla”, de Dana Burnett, donde el narrador transcribe la obsesión de un personaje por el mar, un pecio y un personaje femenino. De los autores clásicos sale bien parado Algernon Blackwood. “Una isla encantada” transcurre en una especie de resort lacustre canadiense donde un hombre se da de bruces con lo ominoso, sustanciado en unos indios fantasmagóricos que visitan su propiedad por la noche con oscuros propósitos. Cuenta con una buena atmósfera y deja un agradable sabor de boca… siempre que pases de puntillas sobre el aire de superioridad cultural blanca propia de un señor Europeo de comienzos del siglo XX (y XXI).
Pasando a terrenos ya más transitados en Mares tenebrosos, del gran autor de horror en el mar, William Hodgson, apenas se incluyen un par de brevísimos poemas. Sin embargo su presencia se hace notar no sólo en el ya mencionado homenaje de Daniel Pérez Navarro. La narración más extensa incluida por Nebreda, “La isla misteriosa”, de John M. Ford, está muy influida por la imaginería del autor de “Una voz en la noche” y Los botes de Glen Carrig, con un barco atrapado en mar de los Sargazos y condenado a una situación desesperada donde el riesgo cobra forma en un paisaje y unas criaturas terriblemente físicas. No obstante esa macabra amenaza se difumina por una sucesión de acontecimientos errática, condicionada por las necesidades del escritor, no de los personajes, y un ritmo innecesariamente moroso. Además sufre en la comparación con el cuento de Ford seleccionado en Mares tenebrosos, el magnífico “El pecio de la muerte”, y con “Al otro lado de la montaña”. No sólo al convertirse, por extensión y situación en la antología, en el texto espejo para Aguas Profundas de la obra maestra de Michel Bernanos. Abundan las semejanzas entre ambas, desde el carácter existencialista de su primera persona al infierno viviente por el que se mueve su narrador. A pesar de sus puntuales aciertos, se podría haber prescindido de “La isla misteriosa” para haber apostado por dos o tres cuentos más frescos, en la línea de los ya comentados.
“La isla misteriosa” no es el único tributo incluido por Nebreda. En “El faro”, Joshua Snow participa de ese ejercicio tan extendido que es darle un final a las escasas líneas dejadas por Edgar Allan Poe en su inicio de ¿relato? del mismo título y que, por ejemplo, tan buenos resultados le rindiera a Robert Bloch. Snow utiliza algunos de los grandes temas de las Narraciones extraordinarias (el amor imposible, las tendencias autodestructivas, el sentimiento de culpa, la ausencia de perdón) y le acopla algo de horror cósmico para cerrar un círculo con bastante sentido. También es cierto que su inclusión en Aguas profundas despierta las dudas sobre quién pudiera estar detrás de tan enigmático escritor. Según Nebreda, un marino de mediados del siglo XIX. Sin embargo que su rastro en internet sea cero y que la primera publicación de las líneas de Poe de “El faro” no fuera hasta el siglo XX lo dejan fuera de juego. Sería interesante saber cuáles son las fuentes, porque la presencia de este escritor comienza a parecerme una pequeña charada.
También me despierta dudas la acreditación de “La historia del oficial de policía” a Henry Fielding, el autor de Tom Jones. Supuestamente escrito a mediados del siglo XVIII, comienza tal que así
He visto un montón de cosas raras en mi vida -dijo el oficial de policía-. Antes de ir a Birmania fui limpiabotas en Auckland, y antes de eso ejercí de pastor en Nueva Gales del Sur; pero la única aventura verdaderamente interesante que me ha acontecido la viví cuando era aprendiz en un barco de vela.
No hace falta ser un experto en historia para saber que en vida de Fielding ni Australia ni Nueva Zelanda se habían descubierto y la concatenación de lugares hace dudar mucho de que, por ejemplo, Nueva Gales del Sur se refiera a la provincia de Canadá que en algún momento se llamó así. Creo que merecería algún tipo de aclaración por parte de la editorial o el seleccionador/traductor.
Por Aguas profundas también presentan sus respetos las sirenas (“La canción de las sirenas”, Edward Lucas White), ratas (“El barco del grano”, Morgan Robertson), extraños sucesos sobrenaturales (“El navío de los hombres silenciosos”, de Philip M. Fisher), criaturas sociales marinas (“En la isla de los hombres azules”, de Robert W. Sneddon, con llamativas similitudes con La piel fría), asesinos que reciben su merecido (“Polizón”, de Claire D. Pollexfen)… Generalmente con los nombres menos afamados haciendo un mejor trabajo que los más conocidos: Frank Belknap Long y, especialmente, Donald Wandrei no justifican su presencia.
Al final, Aguas profundas recoge cerca de una treintena de relatos que, si bien globalmente dejan una sensación menos rotunda que Mares tenebrosos, conforman un volumen compacto, muy recomendable para retomar la temática de misterio y terror en el océano. Su único talón de Aquiles vuelve a estar en una corrección final que ha dejado sin resolver más detalles de las debidos en un volumen de más de treinta euracos.
Aguas profundas (Valdemar, col. Gótica nº110, 2017)
Traducción: José María Nebreda
Tapa dura. 685pp. 32 €
Ficha en La tercera fundación