El grupo pop avant-garde formado por globos oculares con cuerpo humano más famoso de todos los tiempos, The Residents, publicó a mediados de los años setenta su clásico The Third Reich´n`Roll, un disco en el que se proponía una lista de éxitos del pop que sonaría en el Reich de los Mil Años, lista formada por versiones de standards del acervo de la música popular norteamericana pero como retransmitidas desde el infierno a través un transistor de esos que llevamos los señores mayores para oír el Carrusel Deportivo durante el paseo de los domingos. El resultado es una sátira de la tiranía radiomusical, la música pop vista como ese puto ruidillo de fondo que suena a todas horas por todas partes, que banaliza y quita valor al acto de escuchar música. Pero, y tratándose de mí siempre hay un pero, al llevar este concepto a un extremo en el que la forma se ajusta al fondo como un guante de terciopelo forjado en hierro, el resultado es un pelín árido de escuchar, más cercano al arte conceptual que a la inmediatez de la música popular. Y me viene de perlas traer este disco a colación, porque la lectura de La era del espíritu baldío me ha recordado a la experiencia de escuchar el sarcástico elepé del grupo de chalados de San Francisco; la traslación implacable al papel de una serie de conceptos dificilillos y nada simpáticos, básicamente la disolución de nuestra realidad consensuada y los pilares que la sostienen como es nuestra propia identidad, la imposibilidad de entender un mundo del que los descubrimientos científicos arrojan una imagen cada vez más abstracta y refractaria a la percepción humana y el apocalipsis no como punto final, sino como transición hacia una nueva realidad totalmente ajena e incomprensible para los seres humanos que la habitan.
La era del espíritu baldío es un fix-up compuesto por seis relatos en los que se nos presenta un mundo post-apocalíptico que se ha ido a hacer puñetas tras una serie de movimientos tectónicos que han provocado la expulsión de un gas subterráneo a la atmósfera. Dicho gas (se le llama gas por convención, no se aclara su naturaleza exacta) provoca todo tipo de alteraciones físicas, temporales y espaciales, además de una extraña y devastadora enfermedad, el fractalismo, que disuelve la carne humana. Para acabar de arreglarlo, tras la catástrofe se desata una guerra civil entre varias facciones del país o países imaginarios del indeterminado futuro en el que se desarrolla la narración. El lector llega a la historia cuando han pasados varios años desde el final de esta guerra, en los inicios de las fábulas de la reconstrucción, y asistirá a la lenta, pero inevitable, evolución de una realidad o un mundo más o menos reconocible hacia algo completamente diferente y ajeno a la percepción humana. Seis historias que presentan la progresión de esta metamorfosis desde diferentes puntos de vista, arrancando con el relato de una misión de exterminio en el sistema de túneles donde se refugian los restos de la resistencia al nuevo régimen, hasta terminar con los esfuerzos de las empresas-estado para recuperar y entender este nuevo mundo sumido en un sindiós metafísico, pasando por cobradores de deudas perdidos en extraños sanatorios de afectados por la fractalosis o empleados de corporaciones que por cosas de las identidades fluidas acaban convertidos en entrenadores de canguros púgiles.
La era del espíritu baldío no llama a engaño, ya desde el título se nos anuncia que esta no va a ser una lectura fácil, ligera o luminosa. El tono es lúgubre, cenizo, cansino incluso, la acción es un continuo deambular de peña que no se entera de nada por lugares inhóspitos y desolados, incapaces de entender o comunicar lo que están viendo o experimentando, siempre en búsqueda de algo o de alguien cuya naturaleza e identidad resulta ambigüa y oscura, tanto para los lectores como para los propios personajes, siempre sumidos en la confusión, la apatía y una mansa desesperación producto del hastío. El paisaje general de la historia parece un reflejo del apocalipsis espiritual de estos ya largos años de creciente anomia contemporánea, la sensación de estar paralizados por el hastío, sumidos en una época moribunda y estéril que no acaba de dar paso a lo nuevo. Siendo “lo nuevo” algo que, para más inri, no tiene muy buena pinta; frente a un entorno y una realidad que creíamos poder entender y controlar, los descubrimientos científicos y el devenir de la Historia han convertido al mundo futuro en un lugar que asoma ajeno, sombrío e incomprensible. Pero tampoco nos vengamos muy arriba, la sensación de estar viviendo los peores tiempos posibles tampoco es un privilegio de nuestros tiempos, sino que se trata de casi una constante a lo largo de la historia de la humanidad, que se podría resumir en “cinco mil años de decadencia añorando una imaginaria edad de oro”.
Como ocurre con Third Reich´n Roll, en La era del espíritu baldío el “cómo se cuenta” se ata de pies y manos al concepto que se quiere transmitir y lo que en un principio debería ser una virtud deviene en una lectura en exceso árida, áspera e incluso antipática. Es como si Cordones hubiese tomado todas las decisiones con el objetivo de presentar el muermo existencial del modo más preciso posible. Los personajes no son más que meros retransmisores de información, apáticos, vacíos, e intercambiables entre sí, aparte de un penoso fatalismo no tienen mucha más vida y sus peripecias se repiten una y otra vez; básicamente vagar infructuosamente por entornos inhóspitos, ya sean desiertos o edificios abandonados, buscando siempre algo que se les escapa en una realidad confusa, inaprensible, que jamás podremos entender. También me ha resultado otro escollo la reiteración de un recurso que, de nuevo, se ajusta muy bien a lo que narra Cordones, es decir, escamotear al lector cualquier resolución satisfactoria de las situaciones planteadas, algo que tras superar un par de relatos juega un poco en su contra; resulta complicado interesarse por historias protagonizadas por personajes vacíos cuyas peripecias resultan difusas, vanas e incluso repetitivas ( por ejemplo “Fractal” y “Lugar baldío en cabeza humana” son historias muy parecidas donde el meollo central es similar; grabaciones encontradas, confusas e incompletas, que describen fenómenos incomprensibles en la periferia de la disolución de la realidad) que sé que no van a dar ningún fruto, ni interesa que lo den, salvo el de apuntalar los temas centrales de la obra. Me ha gustado cierto lirismo extraño de “Fieras del hastío” (la descripción de el entorno del lago o los fantasmas del tiempo), alguna idea muy buena (el aciago destino de los ingenieros en la cabaña de “El esqueleto de la oquedad”), pero no me ha resultado suficiente para compensar la escasez de todo lo demás. El estilo contribuye a esta sensación de decaimiento general en su afán de verter el subtexto de la manera más implacable posible, en la narración los personajes emplean con profusión un seco lenguaje burocrático-corporativo como aséptico vehículo de lo incomprensible y abunda el adjetivo de mal rollo; “inane”, “ruina”, “baldío”, “infecto”, “molicie”, “hastío”, “podredumbre”, con los que Cordones remacha con contundencia los párrafos, añadiendo otra capa de lapidaria gravedad a un relato ya bastante cenizo de por sí. Y ojo, que en general el estilo me ha gustado, una manera de escribir que a mis limitadas facultades mentales sólo se les ocurre describir como literaria, el estilo está ahí para que te salte a la cara y contribuya a comunicar la idea, ajeno al naturalismo o la sutil invisibilidad narrativa y, cosa rara en las novedades que leo últimamente, se trata de una voz diferente y propia, que recuerda mucho más al género fantástico continental (quizá La ciénaga definitiva de Manganelli, quizá Buzzati, quizá Bruno Schulz, quizá Lem, con Kafka revoloteando sobre todos ellos) que a la omnipresente tradición anglosajona.
(Creo que) Entiendo las intenciones de Cordones y me parece consecuente y elogiable su decisión de no ponernos las cosas fáciles, comprometerse con lo que quería contar hasta sus últimas consecuencias. Pero ese mismo compromiso ha generado un texto excesivamente árido y monótono, convirtiendo un concepto que prometía una lectura diferente y estimulante, en una experiencia finalmente insatisfactoria.