Hace cuatro años era, como pueden suponer, un poco más joven. Tenía más pelo en la cabeza, vivía más cerca de Santander, trabajaba en un centro amenazado por cierre, solía leer más novelas de fantasía y, especialmente, tenía más paciencia con los libros de más de 350 páginas. Ahora mi cabellera ralea, vivo en otro continente, trabajo en un centro público con más de 2300 alumnos, prácticamente he dejado de lado la fantasía épica y, especialmente, he perdido la paciencia para leer cualquier libro que tenga más de 300 páginas.
Supongo que ya pueden imaginarse por dónde van los tiros de esta reseña.
Hace cuatro años era de los que esperaba Danza de dragones con avidez. Tenía fe ciega en que Martin se recuperaría del gatillazo que supuso Festín de cuervos. Una novela en la que además de traicionar la coherencia interna de su propia narración dejó ver que estaba metido en un nudo condenadamente difícil de desentrañar. Más si, como está claro que es su intención, sigue aportando hilos y más hilos a la madeja para convertirla en una maraña todavía más intrincada. Durante el último año hice oídos sordos a todos los que ya la habían leído y decían que, con razón, era más de lo mismo.
Cuánta razón tenían.
Sólo he leído los libros de Canción de Hielo y Fuego en una ocasión (y, la verdad, después de los dos últimos volúmenes, creo que me guardaré mucho de releer la serie entera). Pero tengo la sensación que lo que ofrecían Juego de tronos, Choque de reyes y Tormenta de espadas, o mejor dicho, lo que yo creo que me ofrecieron, se ha perdido en el olvido. Me explico (¡por fin!).
En libros anteriores estaba deseando que llegaran los episodios del personaje x, el y o el z porque sentía verdadera ansiedad por lo que les estaba pasando. O porque a través suyo podía seguir ciertas acciones que eran dinámicas, sorprendentes, fundamentales… Hoy el personaje x ha muerto, y está desaparecido en combate y ha sido sustituido por n, con la mitad de carisma y la cuarta parte de interés, y z se halla sumergido en arenas movedizas en el proceso de hundirse hasta límites cuasi abisales. Sé que es estúpido no poner nombres a las incógnitas porque si alguien se lee una reseña del quinto libro de una serie prevista (¡¡a ver cómo lo consigues, Martin!!) de siete volúmenes, debería estar preparado para leer spoilers. Aunque sí se puede hablar del paradigma de zzzz: Daenerys.
Llegado al punto donde la había dejado en Tormenta de espadas, Martin necesitaba trabajar dos aspectos: que sus dragones crecieran para que se convirtieran en la amenaza que deberían ser y que la mujer se fogueara en el juego de tronos; forjar un poco más su carácter para que, cuando llegara el momento de ir a a los Siete Reinos, se hiciera merecedora del trono que, salvo giro final, le pertenece. Para lograrlo, la vara en un nido de avispas en el que las conspiraciones se suceden por doquier y donde confluyen todo tipo de señoritingos que tanto desean convertirse en su consorte como pasarla por la piedra (en todos los sentidos de la expresión). Y allí la mujer reina, imparte justicia, se ve obligada a tomar decisiones que no le gustan un pelo, sufre, disfruta un poco, sacrifica ideales… en una serie de capítulos anodinos que dan vueltas casi todos sobre las mismas claves. Hasta el punto que ni siquiera cuando llegó el spoiler que la editorial española ha tenido a bien situar en la cubierta del libro la cosa levanta el interés.
Cuando hace dos libros algo así le ocurría a un personaje siempre tenías otro a quien acudir. Pero aquí Arya Stark, Jon Nieve o Tyrion Lannister, que en libros anteriores tenían algunos de los mejores capítulos y que realmente se aguardaban con emoción, sufren el mismo padecimiento. Sirva como ejemplo el episodio entero donde Jon acompaña a los nuevos miembros de la Guardia de la Noche a tomar su juramento y que podría haberse quedado como una simple y anecdótica línea en otro de sus capítulos.
Danza de dragones adolece de demasiadas páginas en las que no pasa nada acompañadas de demasiados dos párrafos finales de cada capítulo que dan el obligado pequeño pasito hacia adelante. Demasiados capítulos que hacen avanzar la trama a paso de perezoso amazónico en comparación a los escasísimos momentos cruciales que se pueden encontrar en sus más de 1000 páginas. Seguimos en un libro demasiado “nudo” donde todos y cada uno de los personajes se mueven por el mapa todavía hacia el punto de inicio del esperado desenlace. El cual, seguro, tendrá el mismo octanaje que la narración que nos hizo caer rendidos ante la primera mita de la serie. Pero que aquí todavía no se intuye. No por nada el libro no cierra las acciones más importantes que se desarrollan en él.
Aun así, a pesar que los nuevos personajes no funcionan al mismo nivel que los antiguos que quedaron por el camino (por muerte, ocultación u olvido), Martin se las arregla para enriquecer la historia con ellos y potenciar su complejidad manteniendo la coherencia interna de la historia, algo de agradecer. Incluso se las arregla para, como quien no quiere la cosa, retorcer enigmas que parecían más o menos claros. Es el otro clavo al que me agarro para no dejar de lado una serie que ahora mismo ha perdido medalla por no medir bien el esfuerzo.
Hola Ignacio, muy buen artículo. Aunque yo pienso un poco diferente. En mi opinión la historia y los personajes están madurando en el conjunto de la saga. ¡Ánimo Ignacio!, ya verás como todo encaja al final. Si Martin quiere tanto a sus personajes como lo hacemos nosotros, seguro que no los abandona, ni a ellos ni a nosotros jejejej.