Cualquiera que se acerque a Pólux sin conocer su contenido lo intuye como un libro tan atractivo como necesario. No por nada pone en circulación ciencia ficción procedente de una narrativa bastante desconocida por estos lares. Sin embargo, una vez que se descubre lo que se encuentra en su interior esa atracción se diluye.
Para el lector aficionado a la ciencia ficción no hay satisfacción posible ya que los relatos recogidos en esta antología carecen de cualquier tipo de presentación, aparecen completamente desubicados en el tiempo –tanto podrían ser de ayer mismo como de hace cien años; nada se dice–, y, lo que es más importante, ya estaban presentes en la antigua y clásica antología publicada por Bruguera hace treinta años –todavía disponible en librerías de segunda mano–, mucho más completa. Mientras, el ajeno tampoco se puede decir que se vea excesivamente recompensado al estar ausentes autores de la talla de Zamiatin, Efremov o los Strugatski, con relatos traducidos de calidad superior a los aquí publicados. Además la selección detrás de Pólux es francamente irregular. Aun sabiendo que estamos ante obras escritas en su mayoría a mediados del siglo XX la decepción se hace patente y es equivalente a la que cualquiera sentiría si le diesen una antología de ciencia ficción estadounidense que mezclase algunos de los mejores relatos de Ray Bradbury o Fredric Brown con otros más envejecidos de Murray Leinster, Edmond Hamilton, James E. Gunn o George O. Smith.
Aquí hay que hacer una aclaración: en ningún momento los editores de El Nadir nos venden la moto de publicar los mejores relatos de la ciencia ficción rusa o soviética. No obstante, para una vez que una iniciativa así sale adelante, qué menos que buscar nombres un poco más representativos, reflejar los mejores autores, buscar a algunos de los nuevos que más suenan,…
Pasando a comentar la selección en sí, entre los cuentos que merece la pena recuperar está el gran clásicode Anatoli Dneprov, “Los cangrejos caminan sobre la isla”, presente en la selección de los cien mejores cuentos de ciencia ficción que coordinó Julián Díez para la desaparecida revista Solaris. En él un científico y su ayudante acueden a una isla a poner a prueba un arma que se muestra definitiva: una máquina de Von Newman que utiliza el metal del enemigo para crear copias de sí misma y proliferar sin control. Desarrollado con pulcritud y economía de medios, acusa el paso del tiempo mucho menos que el resto de cuentos recogidos en Pólux y supone una acreditada vuelta de tuerca al complejo de Frankenstein.
También es recomendable la lectura de “Mister Risus” de Aleksander Beljaev, una crítica ácida –como no podía ser de otra forma– a la sociedad occidental a través de un estudioso que ha conseguido desentrañar las claves que producen la risa entre sus congéneres. Beljaev realiza un recorrido por el modo de vida capitalista y sus formas de hacer negocio, en el que codicia, avaricia, venganza, sobreexplotación,… se sucenden hasta que al final llega la –inevitable– muerte de la gallina de los huevos de oro. E, increiblemente, evita caer en el panfleto.
Curiosa es “El despertar del profesor Bern” de Vladimir Savchenko, una humorada negra con un regusto a Fredric Brown que sabe darle la vuelta al aire fatalista de la guerra fría y al pesimismo bélico en el que acostumbra a caer el género humano. Una narración que basa su impacto en su conclusión que, aun siendo añeja, conserva su efectividad.
El resto, la otra mitad de los relatos, me temo han envejecido mucho peor. En “El capitán de la astronave Pólux”, de Valentina Zuravleva, y “La infra de dragón”, de Gueorguiï Gurevich, nos hallamos ante sendas loas desangeladas a los cosmonautas soviéticos; hombres experimentados que lo sacrifican todo, incluida su vida, por su misión y sus compañeros. Dos historias trazadas con escuadra y cartabón, con personajes de perfil acerado y una capacidad para emocionar similar a la de Silverster Stallone en Pánico en el tunel. Un relieve equivalente al de “La esfera de fuego”, la última historia que falta por comentar. Tras la llegada a nuestro planeta de un cometa, se origina un descomunal incendio que amenaza a una serie de científicos a los que hay que rescatar utilizando un tanque ignífugo recién inventado. Tan gris como excesivamente cientifista –la única base de la historia es mezclar el cometa de marras con un par de nociones básicas de comunicación mediante antenas– se hace extenuante por lo innecesariamente largo de su argumento. Quizás en la mitad de páginas el resultado habría sido otro.
Como colofón, la edición, sin ser mala, contiene múltiples gazapos de todo tipo que unidos a su corta extensión –poco más de doscientas páginas de letra hermosa– o su precio desajustado –17 €–, redondean una antología manifiestamente mejorable que resulta prescindible.