Es admirable cómo Iain Banks construyó su universo de La Cultura a través de novelas independientes con repartos de personajes y escenarios creados ex profeso para la ocasión. Cómo cada título arroja luz sobre aspectos apenas tocados hasta ese momento y profundiza en su cosmogonía mientras se aleja de personalidades y entornos “gancho”, los socorridos recursos para ayudar a descodificar la historia sin adentrarse más de lo conveniente en ese territorio de popularidad en retroceso llamado incomodidad. En el caso de A barlovento además me he encontrado con el entramado más desdibujado de las cinco novelas de la serie que llevo leídas (siguiendo el orden cronológico de publicación, me faltaría Excesión). Mayormente se desarrolla en tres escenarios distintos; uno de los hilos alterna dos secuencias temporales; el reparto se puede calificar de coral… Y me temo que los engranajes de las tramas no están engrasados por igual. La que sucede en el entorno más original aparece encajada entre las otras dos de forma colateral, lo que unido a la naturaleza didáctica de la narración, muchas, demasiadas veces centrada en tratar la vida en La Cultura, resume por qué me ha costado entrar en él.
Pero no quiero restarle valor; A barlovento rezuma ese talento para el space opera grandilocuente tan característico en Banks. La mayor parte de sus páginas transcurren en un orbital donde un compositor exiliado de una civilización ajena a La Cultura se prepara para el estreno de su última gran obra. Justo cuando a esa mega construcción llegue la luz del estallido de una supernova desencadenada durante una de las acciones más trágicas de la guerra iridiada; aquel megaconflicto en la base de Pensad en Flebas donde comenzó a trazarse el carácter mayúsculo de este universo.
Fiel a sus enfoques eclécticos, Banks no sostiene A barlovento sobre las habituales maquinaciones de Contacto o Circunstancias especiales. Se preocupa más por el día a día de esa utopía donde se ha hecho realidad el sueño colectivista y, en especial, la pasión de sus ciudadanos por las prácticas de riesgo como el rafting en ríos de lava o la práctica de la caída libre. Actividades en las que toman parte dispongan o no de mecanismos de salvaguarda que garanticen la recuperación de su personalidad si mueren. Esta despreocupación, incomprensible para los embajadores foráneos presentes en el orbital, permite introducir uno de los leitmotivs de la novela: cuál es el sentido de la vida en un entorno donde las limitaciones son cosa del pasado. Si como civilización, una vez alcanzado un determinado status, es posible no ya decaer sino mantenerse.
La muerte ocupa el lugar central del escenario gracias a Quilan, un soldado chelgriano reclutado por las élites de su planeta para llevar a cabo una venganza. Veterano en una guerra civil, perdió a su mujer en combate y, tras haber atravesado un período errático, ha encontrado un nuevo propósito vital: una acción de castigo cuya amplitud no se pone de manifiesto hasta el tramo final de la novela. Tal y como contaban Alfonso García e Iván Fernández Balbuena en la reseña aparecida en Prospectiva, su diatriba introduce un tono crepuscular que contagia otros hilos argumentales.
Quilan asume su éxito como una quimera. Su entrega, con un sustrato de fanatismo compartido con el grupo de fundamentalistas que se sirven de él, amenaza con quebrarse al recordar la vida compartida con su mujer cuando su existencia tenía otro sentido. Imposible de recuperar y reemplazado por un afán de venganza incapaz de satisfacerle por más que intente convencerse de lo contrario.
Como no podía ser menos, las IAs también reciben su cuota de desarrollo. Banks explora cómo hacen posible la utopía y una sociedad dependiente de ellas. Indaga en su vínculo con los ciudadanos, en las antípodas del paternalismo o el ludismo tradicionales en la ciencia ficción, caracterizados por extremos como Los humanoides de Jack Williamson o Robopocalipsis. Muestran sus cualidades prácticamente divinas mientras exhiben su desdén por el control. Alcanzan su plenitud al supervisar a unos seres con los cuales viven en simbiosis. Observan, dialogan, toman sus decisiones, se equivocan, viven con ello y, llegado el momento, desean la muerte. Incluso imponen un tono amargo en la descripción de la utopía al introducir, una vez más, matices distópicos; en las habituales intervenciones en sociedades ajenas, esta vez descarrilando como el gobierno de George Bush Jr. en Oriente Medio, y en la sugerencia de quién puede estar detrás de la misión de Quilan.
Aunque suene pretencioso, desde estos ángulos Banks escribió una space opera sobre el sentido de la vida. Y, dentro de estas coordenadas (recordemos, una novela de aventuras de ciencia ficción), no salió mal parado siempre que se tenga en cuenta que la novela es abrumadoramente discursiva, centrada más en contar la vida, obra y pensamientos de sus personajes a través del diálogo que en plasmarlos mediante sus acciones. Supongo que algo nada casual después de haber escrito Inversiones dos años antes, la historia más alejada del corpus central de La Cultura.
A barlovento (La Factoría de Ideas, Col. Solaris Ficción 106, 2008)
Look To Windward (2000)
Traducción: Marta García Martínez / Paula Gamissans Serna
Rústica. 320pp.
Ficha en la web de La tercera fundación
Otra buena novela de una gran serie. Ojalá publiquen en castellano las que faltan.
Si hubieran hecho una serie de televisión como se especulaba, quizá hubiera ocurrido (y tal vez volviendo a traducir [mejor] las ya publicadas… soñar es gratis). Pero el tiempo va pasando y no parece que vaya a suceder; una lástima.