La casa de la muerte, de Sarah Pinborough

La casa de la muerteEn la explosión de literatura juvenil de ciencia ficción del último lustro se observan una serie de rasgos prácticamente repetidos de gran éxito en gran éxito, con cada historia moviéndose alrededor de un sistema social que coarta el desarrollo individual y gobernado por una elite tiránica, el enemigo a ser derrotado. Los protagonistas, sin demasiadas nociones de cómo se llegó hasta allí, lo combaten mientras se enfrentan a todo tipo de retos, retiran los velos de misterio que encuentran en su camino y profundizan en las complejidades de su realidad. En este contexto, La casa de la muerte se abre camino apostando por una alternativa, hasta el punto de poder hablar de una singularidad.

Llama la atención su brevedad: tiene menos de 250 páginas absolutamente autocontenidas; no hay que esperar continuaciones ni libros derivados porque toda la historia se encuentra en su interior. Asimismo destaca su apuesta por mantener un escenario mínimo: la novela transcurre en una isla inhóspita en la cual apenas se levanta la construcción que le da el título. Una especie de residencia juvenil donde un grupo de adolescentes aquejados de un mal, los defectuosos, aguardan la llegada del estadio final de su enfermedad; el momento de ser llevados hasta el sanatorio de donde nadie regresa. Por tanto, apenas interactúan con el mundo exterior. Su vida en familia anterior a su internamiento, la evolución de las sociedades británica, europea y mundial en ese futuro (aparentemente) cercano, permanecen como un enigma neblinoso que germina en escasas ocasiones. Una clara postura de Sarah Pinborough por explorar la relación entre los residentes.

El narrador es Toby, el líder del dormitorio 4. Un joven hecho a la tediosa rutina de la casa, la tensa espera hasta ver quién será el siguiente en desarrollar los síntomas, tras aferrarse a la idea que no hay salvación posible. Apenas mantiene lazos con los otros jóvenes salvo con sus compañeros de habitación; una nueva familia de la que preocuparse. Su salud mental está relacionada con su determinación. Es el único chaval que lleva semanas sin tomar la “medicina” nocturna; la dosis de tranquilizantes que lleva a dormirse al resto. Emplea esas horas de soledad en pasear por la mansión mientras recuerda sus días de normalidad y medita sobre su situación. Esa rutina se ve alterada cuando, entre un grupo de recién llegados, aparece en escena Clara, el inevitable foco romántico en todo novela juvenil.

La casa de la muerte se mueve a caballo entre una historia edulcorada de internados británicos, donde la crueldad de los profesores y los alumnos se mantienen bajo mínimos (una falta de crudeza que le resta un poco de fuerza), y el relato romántico; el despertar al amor de Toby y Clara, tan ingenuo, sencillo e inocente como se puede presuponer en un ambiente alejado de la influencia de sus iguales o de los fantasmas y tabúes impuestos por el entorno, en la isla reducido a la mínima expresión. No obstante, sobre estos dos asuntos se alza un tercero destinado a darle a esta novela su relevancia: cómo Pinborough centra su atención en temas tan poco frecuentes en este tipo de literatura como la enfermedad o la muerte.

Sarah PinboroughLas historias juveniles suelen venir estructuradas alrededor de la idea de la lucha contra la adversidad y el afianzamiento de la propia personalidad, coronadas en el desenlace con algún tipo de victoria. A pesar de las contrariedades, de lo bien estructurado que esté el enemigo a batir, de las draconianas normas impuestas por los adultos, de las derrotas parciales… al final llega un triunfo, dulce o amargo, que abre las puertas a una renovación. Los sistemas sociales se regeneran. Los velos se desvanecen. Por contra, en cada página de La casa de la muerte se percibe una verdad incuestionable: Toby y Clara son dos enfermos, y aprovechan cada minuto que tienen, noche y día porque no hay salida posible. La muerte les aguarda y la única incógnita es saber de cuánto tiempo disponen.

En su acercamiento, de nuevo, Pinborough se guarda de poner toda la carne en el asador. De hecho, para un lector con una mínima experiencia, las ideas que surgen pueden parecer un tanto livianas, pero no resultan triviales; caso del materialismo puesto de manifiesto cuando varios jóvenes crean una iglesia donde recordar a los compañeros caídos y buscar consuelo ante su ineludible destino. En primera instancia, una visión de la religión como fuente de tranquilidad ante el fin de la vida que, como queda claro en la visión de Toby, no es más que una herramienta carente de sentido frente al confort que ofrece disfrutar de la actividad diaria junto a sus compañeros.

Ante la legión de clones y derivados de Los juegos del hambre, La casa de la muerte se convierta una vívida alternativa. Una pequeña historia, sencilla y bien escrita, alrededor del amor y la amistad como fuente de fortaleza ante la enfermedad y la muerte. Guardando las distancias, puede verse como un Nunca me abandones destinado a un público adolescente. No se me ocurre mejor halago.

La casa de la muerte (Alianza Editorial, col. Runas, 2015)
The Death House (2015)
Traducción: Francisco Muños de Bustillo
Rústica. 248pp. 16 €

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