El cura y los mandarines, de Gregorio Morán

El cura y los mandarinesEl cura y los mandarines debería haber aparecido en Crítica, la editorial del grupo Planeta especializada en ensayo. Sin embargo en Octubre de 2014 saltó la noticia que no lo haría debido a la negativa de Gregorio Morán a modificar algunos de los aspectos más polémicos de su redacción. Censura por un supuesto miedo a querellas por aseverar hechos difícilmente demostrables. Tras la pequeña polémica el texto terminó publicado por Akal un par de meses más tarde tal y como lo había entregado Morán. Si no me equivoco, la única consecuencia fue un empuje promocional que ha impulsado las ventas y la visibilidad del libro.

Después de haberlo leído, me llama la atención la torpeza del editor de Planeta. Perfectamente podría haber acudido a uno de los boquetes más evidentes de El cura y los mandarines, del tamaño del iceberg que hundió el Titanic: estamos ante un libro necesitado de una reescritura, de principio a fin. Una labor que trasciende el trabajo de un simple corrector para limar pequeños defectos. Desde el propio título y la estructura que le ha dado Gregorio Morán, toda la redacción resulta tan inestable como las construcciones de Jenga levantadas por un niño de 3 años. Y esta no es precisamente pequeña.

Morán, uno de los periodistas más ácidos de los últimos 40 años, autor de la biografía más crítica sobre la figura de Adolfo Suárez, aborda en El cura y los mandarines un repaso al mundo de la cultura española y sus sinergias con el de la política desde 1962 hasta 1996; una pseudo continuación de su libro sobre Ortega y Gasset, El maestro en el erial. Cultura entendida como palabra escrita; en sus páginas apenas aparecen cineastas, pintores, escultores… Como la tarea es titánica y además podría ser un tanto confusa sin un hilo conductor, Morán lo impone a través de Jesús Aguirre: el sacerdote que durante muchos años llevó el timón de la editorial Taurus y que, una vez abandonados los hábitos, terminó siendo duque de Alba. Aunque, para ser preciso, debería haber escrito supuesto hilo conductor. Pronto se descubre que su figura apenas se manifiesta durante cientos de páginas; el cura Aguirre es una excusa demasiado evidente para contar cómo funcionaba la intelligentsia en tiempos del franquismo y cómo evolucionó durante la transición para acabar dando forma a la realidad que ahora conocemos. El ajuste de cuentas de Morán con la historia oficial tal y como se ha intentado contar y recordar en los medios de comunicación: dulcificada, amancebada. Ideal.

Los mejores capítulos del libro son, sin duda, los que se dedica a glosar en diversos capítulos diseminados por toda la obra un puñado de figuras, personajes esenciales en el devenir cultural de la España de la segunda mitad del siglo XX y que Morán glosa para poner en su justo valor, en su mayor parte para revalorizarlos y recuperarlos del olvido en el que han caído la mayoría. El más sinomático es el dedicado a Max Aub. Además de señalar los motivos por los cuales debería ser más recordado, hace un retrato demoledor de la España del franquismo donde estar en el exilio te conducía, más allá del olvido, directamente a la inexistencia. En este sentido, Morán utiliza lo que dejó escrito Aub en La gallina ciega, su diario de su visita a España en 1969, para ahondar en esa “expulsión del presente y, por tanto, del futuro -lingüístico, cultural, político- del país de origen” de los exiliados de la que hablaba Claudio Guillén. Algo que contrasta con el capítulo dedicado a Camilo José Cela, el reverso gris NO-DO de Aub, epítome de trepa intelectual, un habilidoso buceador en las entrañas del régimen capaz de auparse hasta una posición de dominancia a través de todo un arsenal de artimañas ahora sepultadas por el peso de los años.

El cura y los mandarionesTambién destacan los capítulos dedicados a Luis Martín Santos o el filósofo Manuel Sacristán, en este último caso en un texto que resume por qué el Partido Comunista no pudo alcanzar en la transición el lugar que había ocupado durante el franquismo. O un capítulo centrado en la vida en Santander y el mundillo cultural surgido tras La Guerra Civil donde se maceró la mente de Jesús Aguirre. Un puñado de páginas donde tanto se pone en su justa medida un panorama que en tiempos de Franco recibió el vergonzante sobrenombre de la Atenas del norte como se exponen los esfuerzos de un puñado de escritores por alumbrar su obra en un yermo baldío.

Pero como dejé caer al comienzo, prácticamente todo El cura y los mandarines choca con un discurso pésimo. Aunque el curso cronológico es nítido, y hay una serie de eventos troncales que establecen las guías generales (el “contubernio” de Munich, el asesinato de Julián Grimau, los 25 años de “paz”, la fundación de El País…) el desequilibrio del relato es evidente cuando los años 60 ocupan más de la mitad del libro. A su vez, las tres décadas posteriores se reparten el resto del volumen en una estructura “grumosa”, donde tras la densidad de los capítulos dedicados a años como el 62 o el 63 apenas se relatan tres o cuatro hechos cruciales en un panorama general vahído. Una tarea que algún editor tendría que haber hecho notar, así como la redacción despreocupada de Morán. Además de multitud de frases sin sentido es capaz de apuntar tres, cuatro o cinco veces el mismo hecho en páginas consecutivas, como si el libro tuviera un narrador que siguiera el flujo de su conciencia

Aun así, si se persevera y se pasa de puntillas sobre tal guirigay expositivo, se puede profundizar negro sobre blanco en el erial de mediocridad que caracterizó al franquismo. Un sistema donde, tras la Guerra Civil y la represión posterior, las elites culturales habían sido segadas hasta un nivel de vulgaridad intachable. Se había constituido una red de intereses desconectada de las vanguardias del resto del mundo occidental y se había alumbrado un ecosistema artificial donde el talento y la valía eran camino abonado para ser repudiado y condenado al ostracismo. Un lugar donde la oposición silenciosa era una entelequia y todo enfrentamiento se reducía a dar un pequeño portazo ante una decisión injusta (tremenda la anécdota con la que Morán abre el libro). Es en esa visión del franquismo, y la revisión de figuras como las de José Luis López Aranguren, Julián Marías, Pedro Laín Entralgo, Javier Pradera… además de la cera que se reparte a auténticos hijos de la dictadura como Manuel Fraga, y la conexión con nuestro mundo cultural heredero de aquel, donde El cura y los mandarines cobra su verdadera dimensión. Un ensayo honesto y con una visión corrosiva de nuestra historia reciente que apenas ha sobrevivido a una redacción que lo convierte en prácticamente ilegible.

El cura y los mandarines (Akal, 2014)
Tapa dura. 832 pp. 29 €
Web del libro

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