Al comienzo de cada capítulo del libro de Lengua que tuve en 3º de EGB había un texto a una columna acompañado de una ilustración a toda página. Había cuentos, relatos históricos más o menos relevantes… Uno de ellos estaba dedicado a la batalla de Covadonga y en su ilustración correspondiente se veía sucumbir una columna de soldados sarracenos en una estrecha garganta por la acción de las piedras arrojadas desde lo alto de las montañas por los cristianos.
Así es como arraigan las leyendas en el imaginario colectivo.
Tres o cuatro años más tarde fui con la coro del mismo colegio a visitar Covadonga. Recuerdo que, mientras viajaba en el autobus, esperaba encontrar de alguna manera el lugar que había recreado a partir de aquella ilustración. Como pueden suponer, no lo encontré por ningún lado. Un par de años más tarde, ya en el instituto, subí a los Lagos y todavía esperaba ver algo remotamente parecido a aquella garganta angosta; el lugar en el que unos pocos podrían haber hecho frente a miles; algún objetivo que mereciera el esfuerzo de las tropas musulmanas. No vi nada semejante.
Fue una manera tan buena como cualquiera otra de darme cuenta que la Historia no siempre es como te la cuentan.
Escribo esto 25 años más tarde cuando no puedo afirmar si el libro del que he extraído el recuerdo era de Lengua o Historia (quizás de la misma editorial y con el mismo formato). Tampoco si fue de 3º, 4º o 5º de EGB. Ya saben lo fiable que suele ser la memoria cuando ha tenido tiempo para enredar consigo misma. En este caso apenas es un mísero recuerdo personal. No ha intervenido la transmisión oral ni ha sido reconstruido un par de cientos de años más tarde a partir de vestigios escritos convergentes/divergentes. Tampoco hay una intención de legitimar una visión personal, ni hacer predominar esta sobre ninguna otra. Si hubiera participado cualquiera de estos procesos, seguramente mi recuerdo gozaría de un carácter épico.
Parto de Covadonga porque, junto a Don Pelayo, es uno de los iconos elegidos por Miguel-Anxo Murado para elaborar su discurso en La invención del pasado. Tal y como expone, un evento y un personaje de los que no existen evidencias escritas coetáneas y que, si han llegado hasta nosotros, ha sido a partir de documentos redactados cientos de años más tarde bajo toda la problemática asociada a la transmisión oral o los textos escritos a partir de otros de los que no se han encontrado restos. Además las primeras evidencias de ambos contienen multitud de elementos previos eminentemente mitológicos, ahora fantásticos, tomados de relatos clásicos, bíblicos, vidas de santos… Algo que también se puede decir de otro dueto batalla-héroe de la misma época: Poitiers y Carlos Martel.
Covadonga y Don Pelayo, Poitiers y Carlos Martel, la batalla de Guadalete y Don Rodrigo, el nacimiento del califato de Córdoba, la figura del Cid, el origen del reino de Castilla… son puestos en cuestión tal y como son estudiados en la actualidad, de una manera certera, sin recrearse más de lo necesario. La invención del pasado es mucho más que una exposición de dudas; incide en el esquema repetido en la creación de cada uno de estos hitos entre lo histórico y lo legendario y profundiza en los mecanismos mediante los cuales se han ido reelaborando a lo largo de los siglos.
La disertación de Murado depara múltiples momentos en los que merece la pena detenerse como los que comenta este artículo de El País que me sirvió para descubrirlo. Pero si tengo que elegir un fragmento revelador este llega de la mano de los Austrias, y cómo la visión de esta dinastía ha variado a lo largo de los siglos. El concepto de su Imperio y la idea de su auge y su caída no siempre han tenido la forma con la que se enseña en las escuelas. De hecho esa estructura de creación-apogeo-declive es compartida con otras dinastías europeas. Tal y como expone Murado, la manera mediante la cual se construye la Historia pero, sobre todo, cómo se transmite obedece a las normas por las cuales se elaboran y valoran los relatos literarios. Con su lógica interna, su cadencia, sus conflictos y tensiones, sus clímax y anticlímax. Es más
La historia es un combate entre narrativas en conflicto en el que gana la que cuenta con más poder para imponerse. Una vez que esto sucede, las demás versiones dejan de repetirse y reproducirse, y se vuelven inverosímiles a fuerza de resultarnos poco familiares. Es de esta forma como se crea un canon histórico, la versión convencional del pasado.
Como ejercicio desmitificador e iconoclasta destinado a sacudir las bases de nuestra Historia de España La invención del pasado es una lectura refrescante y subversiva. Pero su verdadero valor se halla en su exhortación a mantener una visión escéptica de la Historia. En las antípodas de la incredulidad sistemática, en la asunción que las herramientas con las que los historiadores trabajan carecen de la precisión y la consistencia de las que manejan un médico o un físico. Algo que, si alguna vez nos han contado, tendemos a olvidar con demasiada frecuencia.
Yo también leí aquella entrevista en El País y tenía este libro en el punto de mira. Es muy interesante como se manipula la historia, mayormente para legitimar el statu quo. Y de nuevo, es interesantísmo esa Historia como combate entre narrativas y que, al final, sea la ficción dramática la que se impone. Nos gusta más un relato que a un tonto un lápiz.
Lamentablemente, cuando se plantean estos temas en España siempre es el mismo rollo; las batallitas nacionalistas, Santiago y cierra España y así no hay manera. Imagino que este autor, siendo gallego, habrá recibido su ración de palos por “independentista”.
No solo porque nos gusten los relatos; esa coherencia interna que necesitan todas las narraciones es fundamental para darle sentido a hechos separados en el tiempo que no tienen por qué tenerlo. Y joder si necesitamos que las cosas se ajusten a un plan. Además en una etapa fundamental de nuestra vida necesitamos certeza (a mi la cosa se me fue curando con el tiempo, pero si recuerdas mi post sobre Fin y su adaptación al cine, ya sabes de qué pie cojeo). Si vas a un colegio o un instituto, agarras un “manual” de historia y te pones a quitar todo sobre lo que hay serias dudas, hasta la Edad Media te quedas en exclusiva con el modo de vida y las interpretaciones sobre el arte. Explícale tú a los chavales que no sabemos nada de cómo llegaron los musulmanes a la península. O aquí en Cantabria que no tenemos ni la más remota idea de cómo fueron las épicas Guerras Cántabras que tanto celebramos en los últimos años. Implícito está el gran defecto de la didáctica de la Historia tal y como la entienden muchos profesores (extensible a tantas otras asignaturas): sigue siendo una mera exposición de hechos que el alumno debe repetir como un lorito. Si no tienes hechos, no tienes materia. ¡Qué sudores fríos me están entrando!
Sobre la otra idea que apuntas, aunque no lo desarrolla, Murado hace extensible esa invención del pasado a otras Historias. Me da que cualquier tipo de nacionalismo lo tiene crudo con la visión escéptica que propone.
Entiendo lo que dices. Además el problema quizá sea más general, a ver cómo pones en solfa los mitos fundacionales de la identidad nacional, sobre todo con la serenidad y la madurez con la que tratamos este tema en España. Esto queda para el ámbito académico y para el público en general, la mítica.