En 1961, Robert A. Heinlein dijo que la John Birch Society, un think tank de ultraderecha creado tres años antes, era “preferible a los liberales y los conservadores moderados, aunque sea una organización fascista”. En 2016, la John Birch Society aseguró que la elección de Donald Trump como presidente hacía posible que al fin “muchos de nuestros impulsos fundacionales hayan llegado a la Casa Blanca”.
A la muerte de Heinlein en 1988 se creó un galardón con su nombre para “impulsar y premiar el progreso en las actividades comerciales en el espacio”. Ha sido otorgado sólo tres veces: a Elon Musk, Jeff Bezos y Peter Diamandis. Lo primero que aparece en Google al buscar quién es Diamandis es que organizó un evento en enero de 2021 en Santa Mónica, en el que cobraba 30.000 dólares por asistencia, y en el que a pesar de difundir algunos tratamientos alternativos muy singulares sobre el covid (por ejemplo, ketamina), la práctica totalidad de los asistentes se contagió por la absoluta falta de medidas de prevención.
Entre los doce libros que Elon Musk asegura que le cambiaron la vida, cita La Luna es una cruel amante y Forastero en tierra extraña. Paul Allen, uno de los cofundadores de Microsoft, es otro admirador confeso.
Milton Friedman, el célebre economista ultraliberal que fue uno de los fundadores de la Escuela de Chicago, asesor de los gobiernos de Augusto Pinochet o Margaret Thatcher, publicó en 1975 una recopilación de ensayos titulado There’s No Such Thing As a Free Lunch, Aunque esa frase existiera de antes, Heinlein fue quien la popularizó en La Luna es una cruel amante, novela que Friedman elogió por la época de su publicación original.
Mientras que la influencia de Ayn Rand en la visión de la política conservadora actual es un hecho bien conocido, la de Heinlein parece pasar en comparación de puntillas. Todo en torno a la situación de Heinlein hoy resulta chocante: el que tradicionalmente se consideró como uno de los “tres grandes” del género no tiene ahora mismo más que un libro a la venta para el lector español, la juvenil Ciudadano de la galaxia. Como es natural, en consecuencia, Heinlein está fuera del debate. Mientras su obra quizá sea más importante que nunca como referente ideológico, por ejemplo entre los miles de entradas de esta web en sus años dedicados al género no hay una sola sobre él. Posiblemente lo único que sepa sobre Heinlein cualquier lector de cf de menos de treinta años es que era un señor antiguo y rancio, sobre el que se ha discutido muchas veces. Aunque quizá sea quien más ha cumplido ese secreto sueño de la cf de dar forma a la realidad, más que anticiparla.
¿A nadie más le parece fascinante esta extraña combinación?
Nunca he escrito extensamente sobre Heinlein. En su momento se decía demasiado y cosas bastante repetitivas. Además, sus libros (quizá con la excepción de sus primeros relatos de los cuarenta, casi todos recogidos en los volúmenes de Historia del Futuro) nunca me parecieron tan gran cosa como para ponerle al lado de Clarke y Asimov, ni siquiera La Luna es una cruel amante y Forastero en Tierra extraña, y ni mucho menos por encima de otros.
Pero creo que la evolución de los acontecimientos ha venido a reforzar mi idea básica sobre Heinlein: no es tan fácil de catalogar con un “fascista” sin más. Como la mayor parte de la gente que ahora me cae fatal en el espectro político tampoco se ajusta a esa simplificación. En parte, porque buena parte de sus opiniones, y la primera fase de su carrera, no se ajustan en absoluto a las vecindades de esa etiqueta. E incluso después, el panorama es más amplio: Heinlein era por completo (y hasta exageradamente, como explico más abajo) abierto en cuestiones sexuales. Sin embargo, esa heterodoxia puede también encontrarse en todo el abanico de los que hoy de forma perezosa se bautizan como “fachas”, todos tienen algún punto de fricción con los demás: el anticomunismo con simpatía hacia China de Orban, la beligerante rusofobia polaca, el animalismo de Milei, los antisemitas versus los islamófobos, los que hacen de la tecnología su primer arma contra los que desconfían de toda ella.
Habría que crear un término que englobe a este conjunto de reaccionarios: posiblemente algo que se centre en sus denominadores comunes. “Darwinistas sociales” es bastante exacto y ya se ha empleado pero no se ha extendido, creo que entre otras cosas porque la denominación parece olvidar la abundancia de los fanáticos religiosos entre esta gente. “Iliberales” no puede salir adelante por la confusión en torno al término “liberal” en las dos orillas del Atlańtico. Quizá algo tipo los “excluyentes”, los “turbocapitalistas”, los “clasirracistas”, qué sé yo: no parece haber una forma de combinar de manera breve y sencilla su amalgama de mercadofilia irracional, supremacismo en extraño combo con victimismo y supuesta heterodoxia librepensadora (inmejorablemente representada por el supuesto canallita vestido de forma estandarizada con la misma ropa de marca que los demás), que camufla una abyecta servidumbre a los poderosos de toda la vida. Varias de estas cosas, por cierto, no se corresponden al fascismo tradicional estricto o al nazismo, que por ejemplo eran muy de economía dirigida y poco hablar de libertad.
Así que habría que afrontar a Heinlein. Pero, por otra parte, la verdad, no tenía ni puñetera gana de volver a leerme esas novelas que recuerdo vagamente que no están mal, y ni mucho menos de repetir con las malas o adentrarme por vez primera en aquellas cuya fama infecta hizo que ni siquiera en mi época más frikilorra me atreviera con ellas (hablo por ejemplo de Ruta de gloria). ¿Cómo actuar, puesto que parece necesario al menos un mínimo ajuste de cuentas con Heinlein? Por suerte, rastrear el vago recuerdo de ciertos pasajes (¡ah, Lazarus, cómo olvidar tus diatribas!) y la presencia de incontables citas en esos rincones de internet que parecen concebidos para que se hagan chuletas los estudiantes de ADE (esa carrera que prepara a los mamporreros de quienes hereden realmente el dinero para emprender o seguir con lo de la familia) me ha permitido reunir material variopinto y dejar, en buena medida, el balance final al juicio del lector una vez expuestos los hechos, incluyendo algunos no tan fáciles de caracterizar.
Antes de empezar, otra particularidad. Siempre es injusto atribuir a un escritor las opiniones de sus personajes. Sin embargo, casi en cada historia de Heinlein hay uno repetido: el hombre hecho y derecho que sabe cómo son las cosas de verdad. El indomable solitario que no se arruga y dice las cosas como son, guste o no, a veces amparado en el sentido común y en otras soltando atroces disparates de señoro. El John Wayne, el Arturo Pérez Reverte, el Manolo Lama, el Ubercuñado Boomer que al final de la trama puede pasar unas facturitas porque todo ha ido como él esperaba. En palabras de una muchachita de la especialmente infecta Los dominios de Farnham, “papi, siempre tienes la desconcertante costumbre de llevar la razón”. A efectos de este artículo, considero que las afirmaciones de estos personajes específicos a los que las tramas de Heinlein siempre se orientan para darles la razón, las sucesivas encarnaciones de Lazarus Long en resumen, son tan válidas como las propias declaraciones del autor.
Heinlein con cosas que hoy pueden interpretarse como muy de derechas
“La justificación para la libre empresa no es que sea un mecanismo más eficiente, sino que es libre”.
“La democracia son cuatro lobos y una oveja votando qué se va a cenar”.
“Una democracia con líderes es algo maravilloso… Para los líderes. Y su mayor fortaleza es la llamada “prensa libre”, donde “libre” se define como “responsable”, y son los líderes los que deciden lo que es irresponsable”.
“A lo largo de la historia, la pobreza es la condición natural del hombre. Ciertos avances que permiten superar esta norma (aquí y allí, en uno u otro momento) son resultado del trabajo de una minoría extremadamente pequeña, con frecuencia despreciada, a menudo castigada, y casi siempre opuesta a toda la gente bien pensante. Cuando a esa minoría diminuta se le obstaculiza su creatividad o (como ocurre a veces) se la aparta de la sociedad, la gente vuelve a descender a la pobreza abyecta. Y a eso le llaman “mala suerte”.
“¿Da cuenta la historia de algún caso en que la mayoría llevara la razón?”.
(Sobre el proyecto reganiano de La Guerra de las Galaxias) “Lo apoyo a diferencia de los Sagans, los Asimovs, los Garvins, los Arthur Clarkes y otros tontos de mentes blandas que fantasean sobre un mundo que no existe”.
“Hay quien insiste en que “mediocre” es preferible a “lo mejor”. Les deleita cortar las alas ajenas porque ellos no pueden volar. Desprecian a la gente con cerebro porque no lo tienen”.
“Que somos esclavos lo he sabido toda mi vida… Y no podemos hacer nada al respecto. Es cierto, no nos compran o venden. Pero mientras exista una autoridad que tenga el monopolio sobre lo que podamos tener, y lo que podamos vender para comprarlo, seremos esclavos”.
“No te pases con la bebida. Podría hacerte disparar al recaudador de impuestos… Y fallar”.
“No hay peor tiranía que la que obliga a un hombre a pagar por lo que no quiere simplemente porque alguien piensa que es lo mejor para él”.
“Los impuestos no se diseñan en beneficio de quienes los pagan”.
“Las etiquetas políticas como monárquico, comunista, demócrata, populista, fascista, liberal, conservador y demás no son criterios básicos. La raza humana se divide políticamente entre los que quieren que se controle a la gente y los que quieren evitarlo. Los primeros son idealistas guiados por los más nobles impulsos. Los segundos son cascarrabias molestos que resultan sospechosos por su falta de altruismo. Pero son vecinos más agradables que los otros”.
“Soy libre, sin importar qué reglas me rodean. Si las encuentro tolerables, las tolero; si me parecen demasiado odiosas, las rompo. Soy libre porque sé que soy el único responsable moral de todo lo que hago”.
“Existe un anhelo en el fondo del corazón humano que le empuja a impedir que los demás hagan lo que quieran”.
“La decisión de no meterse en los asuntos de los demás es al menos un ochenta por ciento de la sabiduría humana… Y el otro veinte por ciento no es muy importante”.
“La libertad nunca es inalienable. Debe reconquistarse periódicamente con la sangre de patriotas o se pierde. De todos esos llamados derechos humanos naturales que se han inventado, la libertad es el que resulta más improbable que salga barato, y con certeza nunca es gratis”.
“La América de mi línea temporal es un ejemplo de laboratorio de lo que le puede ocurrir a las democracias, lo que le ha terminado por ocurrir al final a todas las democracias perfectas a lo largo de todas las historias. Una democracia perfecta, una democracia viva en la que cada adulto pueda votar y todos los votos cuenten por igual, no tiene ningún impulso para autocorregirse, sólo depende de la sabiduría y el autocontrol de sus ciudadanos… Que se opone a la estupidez y falta de control de otros ciudadanos. Se supone que en una democracia cada ciudadano soberano siempre vota en pro del interés público, por la seguridad y el bienestar de todos. Pero lo que ocurre es que se vota en interés propio según el punto de vista de cada cual… Lo que se traduce para la mayoría en pan y circo”.
“La idea de pan y circo es el cáncer de la democracia, una enfermedad para la que no existe cura. Es frecuente que la democracia funcione bien al principio. Pero el día en que un estado extiende la idea de igualdad para todos, sean productores o parásitos, comienza el principio del fin del estado. Porque cuando la plebe descubre que pueden votar por el pan y el circo para sí misma sin límite y los miembros productivos de esa entidad política no pueden pararles, el ciclo continúa indefinidamente hasta desangrar al estado, o que en su situación de debilidad sucumba a una invasión”.
“Cuando escribí Los hijos de Matusalén seguía siendo políticamente ingenuo y mantenía las esperanzas de que algunas nociones libertarias pudieran influir en el proceso político… Ahora me parece que cada vez que conseguimos alcanzar una libertad, nos arrebatan otra, o dos. Y eso me parece algo característico de una sociedad que envejece, se sobrepobla, sube los impuestos e incrementa el número de leyes”.
“Es mala señal cuando la gente de un país deja de identificarse a sí misma con el país y empieza a hacerlo con un grupo. Un grupo racial. O una religión. O un idioma. Cualquier cosa que no incluya al conjunto de la población”.
“Una cultura moribunda invariablemente presenta ciudadanos maleducados. Malos modales. La falta de consideración por los demás en asuntos menores. La desaparición de la cortesía, de las buenas maneras, es más significativa que los disturbios”.
“Claro que el juego está amañado. Pero no permitas que eso te detenga; si no apuestas, no puedes ganar”.
“Un ser humano debería ser capaz de cambiar un pañal, planear una invasión, destripar un cerdo, dirigir un barco, diseñar un edificio, escribir un soneto, llevar su contabilidad, levantar un muro, colocar un hueso, confortar a un moribundo, recibir órdenes, dar órdenes, cooperar, actuar en solitario, resolver ecuaciones, analizar un problema nuevo, manejar estiércol, programar un ordenador, cocinar una comida sabrosa, pelear con eficacia, morir con gallardía. La especialización es para insectos”.
Heinlein con cosas que igual Elon Musk no ha leído
“Este país ha sido muy bueno conmigo y los contribuyentes me han mantenido durante muchos años” (en 1941, cuando todavía estaba con su primera mujer, notoriamente rojeras).
“Nunca he aprendido nada de alguien que estuviera de acuerdo conmigo”.
“Ha crecido en la mente de algunos grupos de este país la idea de que porque un hombre o corporación haya obtenido un beneficio del público durante un determinado número de años, el gobierno o los tribunales deben garantizarle ese beneficio en el futuro, incluso a pesar de que se hayan producido cambios en las circunstancias y sea contrario al interés común. Esta extraña doctrina no está respaldada por ningún estatuto o ley. Ningún individuo o corporación tiene derecho alguno a ir a los tribunales a pedir que la historia se detenga, o dé marcha atrás”.
“Creo que quizá de todas las cosas que puede hacer un estado policial a sus ciudadanos, distorsionar la historia es posiblemente la más perniciosa”.
“Es una perogrullada que casi cualquier secta, culto o religión legislará para convertir sus creencias en leyes si consigue el poder político suficiente para ello. Lo siguiente será suprimir cualquier oposición, manipular la educación para dirigir a los niños desde pequeños y matar, encerrar o enterrar a cualquier oposición”.
“Creo en toda mi especie (amarillos, blancos, negros, rojos, marrones), en la honestidad, coraje, inteligencia, resistencia y bondad de la abrumadora mayoría de mis hermanos y hermanas en todas partes de este planeta. Me enorgullece formar parte de la humanidad”.
“A veces se pide pagar demasiado para salvar a los Estados Unidos. El reclutamiento es uno de esos costes. El reclutamiento es una forma de esclavitud, y no creo que ninguna persona o nación tenga el derecho de salvarse a sí mismo a costa de la esclavitud de otros, sin importar qué etiqueta se ponga. Llevamos veinte años con ello y creo que es una vergüenza. Si un país no puede salvarse a sí mismo con el servicio voluntario de personas libres, lo que pienso es: ¡que se vaya por el desagüe esa maldita cosa!”.
“Creo que la ciencia ficción tiene un valor terapéutico distintivo porque siempre tiene que ver con un postulado básico: el mundo cambia. No puedo insistir lo suficiente en la importancia de esa idea”.
“Toda la idea de la censura es errónea. Es como pedir a hombres adultos que tomen leche desnatada porque los bebés no pueden comer filetes”.
“Cuando un gobierno, o una iglesia para el caso, dice a sus seguidores que no pueden leer esto, o ver lo otro, o les está prohibido saber tal cosa, el resultado final es la tiranía y la opresión, sin que importe lo sagrados que sean los motivos”.
“Todavía no ha sido posible medir la capacidad del ser humano para tragarse insensateces y escupirlas en forma de actos violentos y represivos”.
“La noción más absurda que jamás ha concebido el homo sapiens es la de que Dios, el Señor de la Creación, hacedor y amo de todos los universos, requiere una actitud servil de todas sus criaturas, puede ser convencido con plegarias, y se siente molesto cuando no recibe adoración. Pero esta disparatada fantasía, sin la menor evidencia que la respalde, paga todos los gastos de la mayor, más antigua y menos productiva industria de la historia”.
“Cuando las mujeres han insistido en una igualdad absoluta con los hombres, han salido perdiendo. Lo que son y lo que pueden hacer supone que sean superiores a los hombres, y la táctica adecuada sería que pidieran privilegios especiales”.
Un comentario extra: Heinlein mismo con su mecanismo
Hay otro elemento en la obra de Heinlein que me resulta extraño y me parece oportuno mencionar, aunque su relación con el tema del artículo pueda parecer un tanto tangencial. Me refiero a su obsesión solipsista.
En uno de sus grandes cuentos de los cuarenta, “Por sus propios medios”, Heinlein construía una trama en la que finalmente todos los personajes resultan ser el mismo, viajando por el tiempo, en distintos momentos de la trama. El tropo definitivo a esta pirueta lo dio ya en los cincuenta con el célebre “Todos vosotros zombis”, en el que el protagonista termina por ser su propio padre y su propia madre para llegar a la un tanto estrafalaria conclusión que él sí es un ser humano que conoce su origen, a diferencia del resto de nosotros, que deambulamos por ahí sin saber quién ha sido nuestro bisabuelo.
Después de sus problemas de salud de comienzos de los años setenta (cuando estuvo casi dos años inactivo), la obra de Heinlein se vuelve autorrecursiva y desciende de manera obvia en calidad. Tiempo para amar es la primera (y aún legible) de una serie de largas y progresivamente incoherentes novelas vagamente interconectadas, con la presencia no sólo de Lazarus Long, sino de secundarios o detalles ambientales de otras de sus obras. La excusa para ello es un concepto que cautivó a Heinlein en los últimos años de su vida: “el mundo como mito”. Que no entiendo muy bien de dónde saca esa denominación, porque a lo que se refería era a la idea de que todas las creaciones de artistas verdaderamente poderosos (como él mismo, vamos) dan lugar a universos paralelos (por ello los personajes de Heinlein visitan en esas novelas tardías Oz o Barsoom), sin olvidar que nuestro propio universo haya podido ser creado a su vez por un artista. El mundo como mito ha sido definido en ocasiones como un “solipsismo multipersonal”, ya que cada universo del tejido del tiempo es generado a partir de la mente de un individuo que es su dueño y señor.
Otra característica común a todas las obras de esta última etapa de Heinlein, y bastante más chocante, es su progresiva obsesión con el incesto. Si en Tiempo para amar Lazarus Long retrocede en el tiempo y tiene un encuentro íntimo con su madre, porque quien mejor si no, la cosa se va desmandando progresivamente hasta que en la final Viaje más allá del crepúsculo la familia Long se entrega a un despiporre de alegres orgías entre parientes consanguíneos, extensamente justificadas como una cosa de lo más estupenda, que resulta bastante incómodo de leer. La novela ha caído en un piadoso olvido al igual que otras de sus obras más cuestionables, como Los dominios de Farham (según una reseña del momento de su publicación, “resucita algunos de los más horrorosos estereotipos raciales imaginables” para convertirse en “la novela antirracista que sólo le gustaría a un miembro del KKK”) o I Will Fear no Evil (en la que un multimillonario de 94 años traslada su personalidad a su secretaria de 28 y luego se embaraza a sí mismo con su esperma congelado).
Esta obsesión con el incesto, con la versión más inquietante posible del “en ninguna parte como en casa”, enlaza con el solipsismo expuesto anteriormente. Heinlein parecía querer tener trato con la menor cantidad de gente posible, le preocupaba cada vez menos el bien común, y mostraba una falta de empatía obvia producto de algún tipo de creencia íntima que, como mínimo, trasladaba a una visión del mundo caracterizada por un radical “nosotros contra ellos”, siendo “nosotros” la gente que siempre lleva razón al final, y “ellos” los que le parecían potenciales parásitos de todo tipo: pobres, enfermos, vagos, incapaces de destripar un cerdo y programar un ordenador, o desheredados en general.
La falta de empatía propia del solipsismo es una posible explicación para muchas tendencias actuales, y que la carrera de Heinlein concluyera apuntando desde distintos ángulos en esa dirección resulta cuando menos sugerente.
Muy interesantes reflexiones. A Heinlein le he leído mucho menos de lo que siento debería, por la relación amor-odio que me genera. Es un escritor brillante con oficio, algunas ideas fantásticas, y que, sin embargo a medida que va poniéndose más discursivo en sus historias me pierde. Y esto, independientemente de que pueda estar de acuerdo con algunas de sus posturas, porque como has descrito era un tipo complejo políticamente (un debate eterno y espinoso al que no me voy a meter).
No obstante esa progresión que mencionas hacia el solipsismo yo la entiendo como una persona idealista que se va desencantando con la humanidad a medida que trata con ella y tiene problemas para ajustarse a un mundo que cambia más rápido que él. Desde luego el ictus que sufrió empeoraría estas opiniones (el daño vascular suele acentuar rasgos de personalidad premórbidos, aportar más rigidez cognitiva, etc), pero este giro es progresivo y creo queda registrado en su ficción: pasa de la aventura pura y dura al discursito (tal vez incluso, autopropaganda) disfrazado de narración. Sin embargo, puedo empatizar con el desencanto subyacente en tanto que es evidente cierta soledad o autoalienación al verse tan alejado de gente como él, que aún valora cosas que la sociedad ha terminado por despreciar o directamente ignorar.
En este sentido, tal vez haya un debate ahí en lo que comentas en el último párrafo. Creo que esas tendencias actuales encajan más con el narcisismo que con el solipsismo, aunque la impresión a efectos prácticos pueda ser la misma. Pero el solipsismo al menos consta con cierta seguridad a nivel metafísico, mientras que el narcisismo no, sino que depende de la validación externa y de ser muy vocal sobre la identidad proyectada para reafirmarla. Heinlein plasmó su opinión en vida y obra pero hasta donde sé no martirizaba a la gente con ellas fuera de la página, cosa que hoy día si ocurre con muchos de estos grupos de gente. Tal vez es que simplemente murió mucho antes de que llegara Twitter.