Mad Max: Fury Road es la única película que he visto en el cine dos veces durante su primer pase desde que tengo acceso a internet de banda ancha. En este tiempo en el cual la mayoría de los blockbusters me aburren desde sus guiones de taller de escritura de regional preferente; plagados de efectos especiales dominados por una animación digital de videojuego; construidos alrededor de arcos dramáticos equiparables a los de una película del ciclo don’t fuck with Liam Neeson, Fury Road abre las ventanas y llena la habitación de un aire vigorizante con su manera de presentar un lugar narrativo; la secuenciación de unas escenas magnéticas; el encadenamiento de imágenes icónicas… Treinta años después de la última película de Mad Max, George Miller volvió a su universo cinematográfico para sorprender con un film excepcional.
Esta singularidad se puede desarrollar desde muchas vertientes. Una de ellas es la existencia de Blood, Sweat&Chrome. Una historia oral publicada siete años después de su estreno que abarca la concepción de la película; el dilatado proceso de preproducción a lo largo de varios lustros; un rodaje extenuante, a niveles que el testimonio de los participantes no llega a transmitir del todo; una fase de postproducción repleta de obstáculos… Esta polifonía de testimonios de todas las personas significativas involucradas en el proyecto han sido entretejidos por Kyle Buchanan hasta construir una absorbente radiografía de la parte sumergida del iceberg que pudimos ver en la gran pantalla.
Aquí hay relatos fascinantes, como lo cerca que estuvo de rodarse una película con Mel Gibson a inicios del siglo XXI, con coches ya construidos y mandados destruir porque la Fox cerró el grifo de la pasta; la construcción de la narración a partir de un storyboard apabullante que privó a la película de un guión propiamente dicho; la elaboración de toda la parafernalia (vehículos, ropajes); el proceso de construcción de cada personaje y las interpretaciones alrededor de ellos; el día a día en Namibia durante el rodaje… Y, cómo no, los problemas surgidos sobre el terreno, centrados en la estancia durante seis meses en un lugar precioso y, a la vez, inhóspito; la dificultad de algunos actores para introducirse en sus papeles; cómo ambas cuestiones afectaron a las dos estrellas sobre las cuales descansaba el peso de la producción; los torpedos lanzados desde la propia productora para salvar/hundir la película… Un dulce irresistible para quien sienta devoción por Fury Road.
Detrás, subyace la historia que vertebra Mad Max desde su nacimiento en la Australia de finales de los años 70. La vida de George Miller, un cineasta cuyo pasión por contar historias quedó plasmada particularmente en las dos primeras películas de la serie. Hacer una autopsia de Fury Road requiere que todas las personas involucradas terminen hablando de cómo llegaron hasta él, cómo desarrollaron su creatividad y de una u otra forma fueron modelados por un director único cuya visión es la fuerza motora del proyecto. Aunque Blood, Sweat&Chrome sigue siendo un tributo a todas las personas que participaron, inevitablemente se convierte en un homenaje a Miller y su perseverancia.
A medida que pasan las páginas, el hecho de que todo sea a posteriori y la noción desde el mismo estreno de haber logrado un hito irrepetible, lleva a pensar que falta una línea crítica más clara sobre la responsabilidad de George Miller y sus tres productores en los problemas de rodaje. Al final consiguieron una obra excepcional, pero parte del coste físico y emocional que se dejaron por el camino es posible que se hubiera evitado con una aproximación más convencional a ciertos elementos (la existencia de un guión; una gestión de los egos de las grandes estrellas…) En todo caso, parte de las heridas están a la vista y, a pesar de la redención, no han quedado ocultas por la arena y la incompetencia de unos productores que más que velar por una inversión parezcan anhelar que esta se vaya por el desagüe.
Hay muchas personas que merecen loas y entre ellos se alza Margaret Sixel. La montadora de la película tuvo un papel crucial en la postproducción, dando forma a la narración tal y como la pudimos ver. El ritmo, los relatos de cada personaje que anidan en el metraje, la construcción de los sucesivos clímax… Su clarividencia y trabajo fueron indispensables para dar forma a un diamante en bruto que en otras manos habría sido un desastre. En esto sería interesante ver el montaje alternativo que prepararon desde Warner en la fase final de postproducción, cuyo lamentable resultado dejó sin recorrido a un intento de arrebatar la película a sus creadores para acomodarla a una supuesta mejor acogida en las salas.
Además de este caudal de historias sobre Fury Road y todo lo que supone la producción de una película dentro del sistema de grandes estudios, en los pequeños textos que cosen los testimonios hay alguna perla. En mi caso ha sido una sorpresa encontrarme con una interpretación sobre el encaje de las diferentes películas de Mad Max que no recuerdo haber leído hasta ahora. Tal y como están contadas, dos y tres encajarían como suelen hacerlo los relatos contados sobre un personaje legendario en cuya mitología Fury Road sería una pieza más. Imposible de casar de modo secuencial, una adición deslumbrante por lo que cuenta y cómo lo cuenta. Y para ser testigo nada mejor que acercarse a este libro sobre la magia hecha entre bastidores por George Miller y todas las personas que la hicieron posible.
Blood, Sweat&Chrome, de Kyle Buchanan
William Morrow, 2022
384 págs. Hardcover. $28,99