Matter, de Iain M. Banks

En 2008, ocho años después de la publicación de Look to Winward, apareció en el mercado editorial Matter, la octava novela de la serie de la Cultura. Preguntado en algunas entrevistas por las razones de esta larga pausa en la celebrada serie de anarquistas utópicos del espacio, Iain Banks ofrecía una serie de prosaicos motivos que se pueden resumir en “la vida es eso que pasa mientras andas ocupado en otros planes”. Que había estado muy liado con el proyecto de un libro sobre el whisky escocés que no llegó a ver la luz, que la redacción de The Algebraist, un tocho de considerable tamaño y exhaustivo worldbuilding, le había ocupado demasiado tiempo y que, para acabar de rematar, su matrimonio había atravesado una grave crisis, circunstancia que no le ayudó precisamente a encontrar el ánimo necesario para escribir. Y cuando en esas mismas entrevistas alguien le preguntaba si es que ya se había cansado de la Cultura, Banks declaraba que en absoluto, que precisamente le divertía muchísimo escribir sobre su más famosa creación, y que en Matter había disfrutado enormemente mostrando al detalle los entresijos de Circunstancias Especiales, ampliando todavía más el alcance galáctico de la serie y analizando las interacciones de las especies extraterrestres que entretejen la compleja jerarquía cósmica de su universo, una ambición que juega un poco en su contra como veremos más adelante.

Larry Niven, creador de la serie de Mundo anillo y una de las principales influencias literarias reconocidas por el propio Banks (sí, en fin, qué le vamos a hacer), se quejaba en alguna parte de lo difícil que le resultaba crear conflictos interesantes en civilizaciones muy avanzadas tecnológicamente. Ponderando este problema, Banks encontró una posible solución centrándose en el cuestionamiento moral y ético de las acciones de estas supercivilizaciones galácticas en sus interacciones con las culturas ubicadas en parte baja de la tabla cósmica, tal y como ocurre en novelas como The Player of Games, o Inversions. De este modo, en Matter se recurre a un planteamiento similar; el relato arranca en un insignificante rincón de un colosal y alucinante constructo espacial, Sursamen, un mundo artificial construido por una misteriosa raza alienígena que, siguiendo un impulso desconocido, recorría el universo dejando tras de sí estos artefactos antes de desaparecer en los pliegues del tiempo. Sursamen es un mundo concha (o mejor, un mundo cebolla), es decir, su estructura está formada por quince niveles concéntricos habitables unidos y comunicados entre sí por innumerables torres, gigantescas y huecas, y en cuyo núcleo se aloja un extraño alienígena que se refugió allí por razones ignotas. Este planeta se encuentra bajo el control territorial y burocrático de dos razas alienígenas, los oct y los autridia, que a su vez responden a otra cultura de un nivel más alto, los nascenos, quienes a su vez están “supervisados” por los morthanveld, otra civilización alienígena que, según podemos deducir por las descripciones de sus inmensos hábitats artificiales, sería aún más avanzada que la Cultura. Con el tiempo, Sursamen se fue convirtiendo en una especie de planeta santuario, y en el momento en que transcurre la acción, cada nivel aparece habitado por una raza diferente de exiliados, refugiados o emigrantes, uno de ellos funciona como incubadora de una especie marítima y otros niveles simplemente se encuentran vacíos o abandonados. El nivel octavo, que es el que nos interesa, está ocupado por los sarlos, una raza humanoide de exiliados cuya cultura es una monarquía absoluta más o menos feudal y fuertemente patriarcal, al borde de un análogo de la Revolución Industrial, en una situación que recuerda vagamente a la Rusia prerrevolucionaria. Los sarlos, además, se encuentran en guerra con los dendrinos, los habitantes del nivel noveno, una cultura humanoide de inspiración asiática. En un principio, ni los oct ni los autridia, supervisores directos de Sursamen, pueden inmiscuirse directamente en estos conflictos, aunque en realidad, como ha ocurrido en numerosas ocasiones a lo largo de la historia humana, las luchas por el poder también se dirimen mediante guerras proxy. Así, ayudados por los oct, los sarlos obtienen una victoria decisiva. Y durante esa misma batalla triunfal, el victorioso rey Hausk, unificador, pacificador y padre de la Patria Sarla, es asesinado en las ruinas de un molino abandonado por su fiel mano derecha y amigo de toda la vida, tyl-Loesp, ante la mirada del aterrorizado príncipe heredero, Ferbin, quien, tras ser dado por muerto durante una escaramuza de la que se había librado por cobardía, se encontraba escondido allí por casualidad.

A causa de este luctuoso suceso de aroma shakesperiano, el príncipe Ferbin, un cretino pomposo con daddy issues (se convirtió en heredero al trono tras la muerte de su hermano mayor, el ojito derecho de papá) emprende la huida de Sursamen acompañado por su sirviente, Holse (un poco el personaje-del-lector, al estilo de Sancho Panza o Samsagaz). Su propósito inicial es hacer valer sus derechos al trono y vengar el crimen de tyl-Loesp recurriendo a la ayuda de Xide Hyrlis, un antiguo agente de la Cultura que ayudó a su padre a unificar el reino sarlo y reclutó a su hermana, Djan Seriy Anaplian para Circunstancias Especiales, la CIA de la Cultura, como pago por sus servicios (“su padre creía que los representantes de la Cultura eran unos idiotas afeminados al interesarse más por ella que por sus hermanos”). Como suele ocurrir en las novelas de la serie, esta línea argumental se alterna con otras dos: una en la que Anaplian, informada por su superior de Circunstancias Especiales del fallecimiento de su padre y la nueva situación política de la nación sarla, emprenderá un largo un viaje de regreso a Sursamen, y otra en la que Oramen, hermano menor de Ferbin y Anaplian, y heredero al trono por descarte, permanece en Sursamen bajo la tutela del regente, tyl-Loesp, ignorando el papel de éste en el regicidio, corriendo el peligro de sufrir un desgraciado accidente cualquier día. Y este “sucinto” resumen es tan sólo el planteamiento.

Que vuelva la ilustración pulp ya.

Matter es una obra que parece salida del mismo molde que The Algebraist, donde un exhaustivo y detallado worldbuilding se comía gran parte de una novela que navegaba a duras penas entre lo enciclopédico y lo narrativo. Pero a pesar de que estas exhibiciones pirotécnicas de construcción de mundos (o universos) se suelen contemplar, muchas veces con razón, como ejercicios pajeros y vacíos, en el caso de Matter la construcción de mundos sí que funciona mejor que en The Algebraist en dos aspectos. Por un lado, el inevitable sentido de la maravilla generado por la superlativa capacidad imaginativa de Banks, que en esta novela está pletórico pero en plan “madre mía este pavo”, de tal modo que, aunque en muchas ocasiones el argumento no es que esté avanzando precisamente, te mantiene hipnotizado con los destellos de un cosmos repleto de misterios y maravillas, trasladando la novela decimonónica de aventuras coloniales y mundos perdidos a los universos de ciencia ficción, manejando con habilidad los prodigios y las incógnitas de un cosmos inconcebiblemente antiguo e inmenso, poblado por civilizaciones cuyo propósitos nos resultan indescifrables, explotando estas incógnitas para estimular la imaginación del lector. Por otro lado, este worldbuilding también funciona como herramienta narrativa y temática, en cierto momento casi podía imaginarme a Banks progresivamente entusiasmado con la metáfora del mundo concha que había concebido, puesto que este armazón de esferas concéntricas refleja tanto las elaboradas descripciones de la estructura jerárquica que define las interacciones entre civilizaciones galácticas, como el periplo narrativo en el que Holse, un insignificante sirviente de una cultura patriarcal, clasista y extremadamente jerarquizada de un rincón perdido del universo, emprende un viaje de conocimiento que le llevará hasta las esferas estelares, entrando en contacto con poderosas civilizaciones alienígenas, y como la ruptura de estas barreras será condición imprescindible para romper con su destino y el de su mundo de origen.

Abundando en esta metáfora de lo inmenso que contiene las esferas de lo pequeño y cómo ambos conceptos se relacionan, resulta interesante reevaluar el modo en que se maneja esa relación en Matter, sobre todo si lo comparamos con el cosmicismo lovecraftiano que se planteaba en el epílogo de Consider Phlebas, la primera novela de la Cultura que establecía el marco de la serie. En dicho epílogo, Banks, tras relatarnos una trágica historia de varios personajes envueltos en una operación bélica encuadrada en una inmensa guerra entre la Cultura y la civilización iridiana, nos revelaba que dicha guerra, aún poseyendo un tremebundo alcance temporal y espacial, no era más que una mota de polvo en un universo increíblemente inmenso, y por supuesto, indiferente. Sin embargo, y aunque en un principio la intención de Banks era la de alejarse de la arrogancia del típico héroe de acción de la space opera más tradicional capaz de imponer su voluntad en trascendentes asuntos galácticos, esta especie de cosmicismo pesimista venía marcado por un interesante matiz; es cierto que la tragedia de los personajes no significa nada en el orden cósmico de las cosas, que su sacrificio ha sido inútil e incluso absurdo, pero a nosotros, como lectores, nos importa y Banks, al contárnoslo, le otorga un significado. En Matter esta idea resulta más evidente aún: es posible que el sacrificio heroico que cierra la novela tampoco signifique nada en el gran escenario del cosmos, pero dicho sacrificio redundará en la transformación de la sociedad sarla en una más justa y equitativa. Y entenderemos también que en el inmenso universo que ha planteado con extenuante detallismo Banks a lo largo de toda la historia, poblado de poderosas razas alienígenas y civilizaciones antiquísimas que han sublimado o trascendido a realidades superiores, es posible trascender de otro modo, prescindiendo de todo egoísmo (Anaplian y, sobre todo, Ferbin), mediante pequeños actos de bondad desinteresada que otras personas aprecien y recuerden (Holse, o el chiquillo Toark, rescatado por Anaplian en una de sus misiones). No por pequeñas o breves que sean nuestras vidas hay que considerarlas absurdas o carentes de valor e importancia.

Sin embargo, por muy estimulante que sea el trabajo de Banks en estos aspectos, la novela adolece de algunos problemas en lo que respecta al pico y pala narrativos. En primer lugar, el trabajo de worldbuilding genera una estructura descompensada en la que tranquilamente tres cuartos de una novela ya de por sí larga, son planteamiento y desarrollo que acaba precipitándose en un final que se percibe excesivamente acelerado. La peripecia, en el caso de las líneas argumentales de Ferbin, Holse y Anaplian es básicamente gente viajando por el deslumbrante escenario que ha elaborado Banks, una especie de Dias de ocio en el país de la Cultura muy largo en el que se insertaran algunos interludios; uno, que roza lo metaliterario, en el que Fiasp, Holse y un Xide Hyrlis más allá del corazón de las tinieblas, disertan sobre la materia y la naturaleza simulada o real, del universo, y cómo las mentes de la Cultura influyen en lo que los personajes perciben como real y natural. Mientras, Anaplian va de transbordo en transbordo, mientras que su psique navega entre el conflicto cultural que le provoca su nueva situación como agente de Circunstancias Especiales y el recuerdo clave de una misión en un conflicto bélico en el que Anaplian rescata a un chiquillo que ha visto como unos soldados han asesinado a su madre, un pequeño e impulsivo acto de bondad no contemplado en los planes de las Mentes. Por otro lado, la historia de Oramen discurre entre juergas e intrigas en la sociedad sarla hasta que es destinado a la exploración de la inmensa catarata de Hyeng-zhar, otro lugar de potente presencia imaginativa en el que Banks se entrega de nuevo a enredarse en el detalle. Sin embargo, el mencionado desequilibrio estructural perjudica enormemente a esta línea argumental, ya que en el fondo no es más que una palanca narrativa que sirve para echar a rodar la novela en su último tercio, mera excusa para un acelerado rush final cuyo mcguffin parece un poco pillado por los pelos. La falta de elaboración de esta trama deja algo coja la transformación de un sistema político y social, retrógrado e injusto, en una sociedad democrática más igualitaria, ya que este cambio no viene producido por la dinámica de clases en la sociedad sarla o una voluntad popular, sino por la influencia directa o indirecta de la Cultura en las acciones de Anaplian, e, incluso, muy probablemente, por un plan a largo plazo de Hyrlis, lo cual deja cierto regusto extraño. Si ya en Inversions Banks abogaba con cierta ambigüedad por esta especie de intervencionismo “civilizatorio”, en este caso su postura queda aún más clara. Es difícil posicionarse abiertamente en contra de estas injerencias de buen rollo (¿libre albedrío o impedirles beber lejía?), pero cuando, siguiendo el razonamiento de Hyrlis, se traslada de la esfera metafórica de la literatura a lo material y real, quizá las cosas no resulten tan sencillas.

Pero lo que realmente importa, ¿en qué lugar de la jerarquía de la Cultura colocaría Matter? ¿es la peor de la serie como se dice por ahí? ¿por debajo de Inversions pero por encima de Look to Winward? A pesar de que ni la peripecia ni los personajes son nada especial (en ambos aspectos Banks va un poco en piloto automático), o que a ratos el exceso descriptivo lastre la novela, la lectura resulta satisfactoria tanto por el manejo del worldbuilding como herramienta para explorar ideas, temáticas y conflictos éticos, como el mero placer que produce el despliegue imaginativo del autor escocés. Porque lo que hace Banks en varios tramos de esta novela es una magia que sólo está al alcance de muy, muy pocos, que armado únicamente con un puñado de palabras sea capaz de estimular la imaginación del lector hasta llevarlo a lugares insospechados es algo que, por muchos libros que haya leído, todavía me admira inmensamente.

Matter, de Iain M. Banks. Orbit, 2009. Tapa blanda, 656 pp. 12€.

Materia, de Iain M. Banks. Traducción: Marta García Martínez. La factoría de ideas, 2014. Tapa blanda, 447 pp. Desde 30€ en el mercado de segunda mano.

2 comentarios en “Matter, de Iain M. Banks

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