Hay en este relato de Michael Moorcock, (sip, relato) un capítulo en el cual un redivivo Jimi Hendrix conversa con el trasunto de un pipa de Hawkwind sobre qué había de auténtico y qué de impostura en sus canciones. Tres páginas magníficas sobre a qué debes dedicar tu arte, hasta qué punto puede haber espacio para carga política en la belleza de una composición musical, qué queda con el paso del tiempo… Este mazazo, escrito en el despertar del sueño contracultural, es el nudo de un argumento que hasta entonces era un cuento fantástico de perfil bajo. El viaje de esa personificación de currela de conciertos, Shakey Mo, y un supuestamente retornado Jimi Hendrix por las carreteras del Reino Unido de mediados de los 70.
Mo, habitual proveedor de Jerry Cornelius, conduce entre la vigilia y la alucinación de las sustancias recreativas por unos lugares apenas transformados por la mano del hombre (Lake District, las Highlands, Skye). Lejos de las interferencias de Londres y ese epicentro que fue Ladbroke Grove, se destila un Easy Rider sobrio, pulcro, mínimo, sin fricciones. El entorno ideal para hacer resonar la manifestación del desengaño tras la desaparición del swinging London, reforzado mediante un último capítulo a la altura de ese diálogo. Un desenlace emocionante y con su carga que me ha hecho olvidar lo poquita cosa que es el libro en la edición de Aristas Martínez.
Entre 1978 y 1980 este relato se tradujo tres veces. Primero en una de las encarnaciones de Zikkurath (12 páginas), un año más tarde en el número 118 de Nueva Dimensión (19 páginas) y, finalmente, como parte de la colección de relatos de Moorcock El libro de los mártires (29 páginas). En 2024 la única manera de verlo de nuevo circulación es mediante el equivalente de un Cátedra Letras Populares (introducción extensa de su traductor, Javier Calvo, que contextualiza lo que se va a leer.) destinado a leerse en un trayecto en metro. Es decir, encapsulado como esas minicajas de bombones con dos o tres piezas en el interior; un volumen independiente con márgenes generosos, abundantes páginas de cortesía, una ilustración de cubierta atractiva, y precio de novela breve. No es mal cuento pero no merece el desembolso.
Esta afirmación no tiene que ver con lo logrado por el autor de He aquí el hombre y Mother London. La gente de Zikkurath le dio un premio al mejor relato y Moorcock muestra por qué es mucho mejor escritor de lo que se suele recordar en España. Lo traumático está en que a estas alturas de la producción editorial es imposible encontrarse, no ya una publicación comercial que pueda publicar un puñado de historias, contemporáneas o clásicos, tanto da; o una amateur con unos mínimos estándares de significancia. Un libro de relatos con diez, doce piezas, donde “Cantante muerto” fuera un cuento más mediante el cual zambullirse en la escritura de su autor. Esta posibilidad lleva años vedada para los nombres de siempre o los afortunados con una serie de televisión con tirón o películas en la cartera. El único resquicio que queda son publicaciones para coleccionistas, convertidos en las vacas a ordeñar sin miramientos. Hasta la última gota.
Tampoco hagan caso de quienes “olviden” mencionar el estándar de edición elegido. Su labor de prescriptores culturales entra en el terreno de la mala fe.
Cantante muerto, de Michael Moorcock (Aristas Martínez, 2024)
Bolsillo. 96 pp. 12,90 €
Ficha en la web de la editorial
Que la obra de Moorcock, no sea más y mejor conocida, para mí, es una verdadera pena. Uno de los grandes “influencers” de toda la fantasía y ciencia ficción que se presume original en lo que llevamos de siglo. Para mí, un genio.