Los empleados, de Olga Ravn

Los empleados, de Olga RavnQué ganas tenía de echarle el guante a Los empleados, de la escritora danesa Olga Ravn. Qué prometedor es el argumento con el que la editorial (ni más ni menos que Anagrama, esa que nunca defrauda) nos tienta en la contraportada: «extraños sucesos» empiezan a ocurrir en una nave espacial después de que ciertos «objetos» encontrados en un planeta inexplorado sean subidos a bordo y causen efectos inesperados en los humanos, nacidos y fabricados, que integran la tripulación. Al comprador indeciso se le deja caer, además, que el texto es «una reflexión sobre el sistema de trabajo, la explotación laboral, el control, las relaciones sociales y los roles sexuales». O sea: crítica social, marchamo de calidad y un punto de partida quizá no demasiado original, pero sin duda intrigante. ¿A quién no le va a gustar un imperio romano del siglo primero?

Ravn escribe muy bien: conjura imágenes de una fuerza tremenda (oh, esas pesadillas tripofóbicas) y es capaz como pocos de evocar experiencias sensoriales (gusto, tacto, olfato) a través de las palabras. Los empleados, sin embargo, ha resultado ser una decepción, quizá porque la danesa (a quien la pequeña biografía de la solapa presenta como «poeta y novelista», así por este orden) tiene mejor mano con la lírica que con la narración de historias. Yo solo sé que la novela se me caía de las manos por su vaguedad argumental y la ausencia de personajes, especialmente durante el primer tramo (más adelante la cosa mejorará ligeramente hasta desembocar en un lánguido final), y si pude llegar a terminarla sin excesivo esfuerzo fue —la longitud reducida también ayudó— gracias a su prosa suculenta y fascinante.

El problema es que, en este caso, la principal virtud de la novela rema precisamente en dirección contraria, ya que su estilo cuasi poético no pega ni con cola con el tono que pide la historia tal y como está planteada. Supuestamente el libro está constituido por las declaraciones de decenas de tripulantes de la «nave seis mil», todos ellos entrevistados por un equipo de investigadores enviados por la empresa para la que trabajan. Pero los testimonios están tan cortados por el mismo patrón que se dirían todos procedentes de la misma persona (algún primo hermano de la voz en off de La delgada línea roja, probablemente), y esto rechina tantísimo que ni siquiera merece la pena entrar en otras puñetitas como el tono y el formato de las entrevistas, por ejemplo, que tampoco se corresponden con el aspecto que tendría un informe elaborado por un comité de burócratas. «Vivo igual que viven los números y las estrellas, del mismo modo que vive la piel curtida cortada del vientre del animal, o la cuerda de nailon […]» «[…] si lo veis, decidle por favor que […] debe recordar que fui yo quien lo besó y se lo llevó al otro lado de la colina, que justo entre la noche y el día llegó el rocío […]» «Cada vez que lo miro puedo notar el sexo entre las piernas y entre los labios. Se humedece». «[…] una nave flotando libremente en la oscuridad, rodeada de copos y cristales […], sin mantillo ni agua ni ríos, sin descendencia, sin sangre, sin animales marinos, sin la sal del agua salada y sin el nenúfar que asciende a través del agua fangosa hacia el sol.» «Dentro de mí, el objeto es al mismo tiempo pequeño como un huevo de herrerillo y grande, mayor que la sala, como un museo o un monumento. Un recipiente amistoso y seguro que contiene el relato reiterado de una catástrofe». Estas son algunas de las frases que los distintos profesionales del sector aeroespacial (técnicos, ingenieros, limpiadores, pilotos…) le espetan a los (imagino que patidifusos) miembros del departamento de recursos humanos.

Olga RavnComo todo libro de género publicado en editorial generalista, Los empleados ha sido presentado en sociedad como una obra que va «mucho más allá de la ciencia ficción». La odiosa cantinela, carente siempre de sentido, es en este caso especialmente inoportuna porque el libro de Ravn no es que no vaya más allá, sino que se queda más acá: la autora utiliza tropos que resultarán familiares a cualquier aficionado (naves interplanetarias, misteriosos objetos alienígenas, tensiones entre humanos y androides), pero, más que desarrollarlos, los esboza: apenas llega a arañar la superficie. La novela no funciona, pues, como literatura de ideas, y también resulta tibia en su vocación confesa de crítica al sistema laboral (por si el título no fuera lo suficientemente elocuente, a la traducción en inglés le añadieron una coletilla, «A Workplace Novel of the 22th Century»), más por falta de pegada que por exceso de sutileza.

El caso es que, según ha explicado la propia autora, los textos que integran Los empleados fueron concebidos originariamente no como narración, sino como acompañantes de las esculturas de una artista danesa, Lea Guldditte Hestelund, en su primera exposición en solitario. Así que todo tiene sentido: el argumento oscuro y superficial, la estructura deslavazada, la ausencia de personajes, el hecho, en fin, de que se trate de una novela tan poco novelesca. Aunque esto no significa que su lectura sea una experiencia estéril: hay belleza, hay algún que otro capítulo que se lee casi como un microcuento, hay una manera de narrar diferente y, por tanto, sorprendente y fresca. Como diría Pollyanna después de haberse tragado un libro esnob y algo plomo.

Los empleados, de Olga Ravn (Anagrama, Col. Panorama de narrativas 1093, 2023)
De ansatte (2018)
Traducción: Victoria Alonso
Rústica. 144pp. 17,90 €
Ficha en La web de la editorial

Un comentario en «Los empleados, de Olga Ravn»

  1. Hey. Empecé a leerla y a las pocas páginas tuve que dejarlo porque no lo vi claro. No me trasmitió nada en su arranque, más por mi estado mental en ese momento que por el texto en sí. Lo que comentas de que era un texto que acompañaba a una obra de arte tiene todo el sentido del mundo. Y la verdad es que tiene pinta de ser el típico libro que depende mucho de lo paratextual para su oportuno paladeo (en mi caso al menos, que debo de ser el más snob por estos lares –guiño al p. amo A. García).

    Es algo patético a estas alturas de partida que editoriales como Anagrama, cuando se atreven a publicar algo que se sale del género “literario”, tengan que recurrir a las cantinelas que comentas. Más les valdría no hacer ninguna alusión a ningún tipo de género y dejar que los libros hablen por sí solos. En este caso parece que habría funcionado mucho mejor.

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