El cierre de Fata Libeli supuso un doble mazazo: la desaparición de un criterio editorial atractivo, de esos que no se limita a publicar al tun tun y erige un catálogo con personalidad; y el aviso de la imposibilidad de mantener un sello exclusivamente digital con los mejores estándares de edición en papel. Esta segunda cuestión, además, nos llegó con un corolario. Años después, la única manera de poder hacerte con lo publicado es a través de la bondad de los compradores que bien te pueden “dejar” un ejemplar, bien lo “subieron” a un servicio de descarga donde permanecen almacenados. Sin bibliotecas, sin mercado de segunda mano en el cual dejarte los cuartos, no hay otra alternativa que recurrir a estos canales “alternativos”. En mi caso, todavía tengo pendientes algunas compras que hice durante la vida de la editorial y se mantienen en la pila virtual. Una de ellas era esta novela corta, además mi primera narración de Nina Allan.
El enfoque de Tejedora desde una óptica de mercado puede parecer revolucionario. Frente a esa ciencia ficción de pretendido sentido de la maravilla, de grandes imperios sumidos en conspiraciones palaciegas y fuegos de artificio, de entornos reducidos en los cuales se maceran los buenos sentimientos frente a un exterior hostil, plantea un escenario de los próximos cinco minutos sumido en una cotidianidad ligeramente transformada entre la ciencia ficción y la fantasía. En este caso, la persecución y condena a muerte de las personas que manifiestan una cierta clarividencia, ejecutada de manera cruel. Tal fue el destino de la madre de Layla, la protagonista, algo que no se afirma en toda su amplitud hasta bien entrada su extensión, cuando se rememora ese recuerdo traumático.
Hasta entonces Nina Allan expone al lector a su cotidianidad en su viaje a la ciudad de Atolón desde un entorno rural, sus tensiones mientras se acomoda a su nueva realidad (laborales, su relación con un hombre), y las dudas que le despierta su habilidad como tejedora. Un arte que domina con una maestría innata y que, a través de un encuentro con una anciana, asocia a los poderes adivinatorios de su madre. Esta cuestión se amplía cuando una mujer se la aproxima para que ayude a curar a su hijo, aquejado de una enfermedad terminal. Layla se toma con escepticismo estaba capacidad sanadora, pero es la puerta que conecta su pericia como tejedora con cómo ha vivido su aceptación de los dones y el trauma por la pérdida de su madre.
Hay una cierta frialdad en cómo Nina Allan despliega este momento decisivo; una contención a la hora de relatar sus vivencias que me ha mantenido poco involucrado a pesar de las virtudes de su escritura. La precisión a la hora de elegir lo que cuenta y el uso de las palabras (un ejemplo más del buen hacer de Silvia Schettin en la traducción); la simbología detrás de cada recodo del argumento; lo acertado del escenario, una distopía en un escenario muy próximo a Grecia pero con las suficientes alteraciones como para sembrar no sólo incertidumbre sino una atmósfera de extrañeza muy sutil… hablan con elocuencia de una novela corta escrita con firmeza y pulcritud.
Queda el detalle que mejor traslada en su desenlace. Cómo resuenan en Tejedora las barreras a las que se enfrenta el arte y, a pesar de ellas, su manera de abrirse paso. Su condición de vehículo para contar el mundo y remedio eficaz extirpar de una serie de males que pretenden ahogarlo. Una problemática a la cual la ciencia ficción vuelve una y otra vez aun cuando no sea especialmente recibida por su público. A lo sucedido con obras como En alas de la canción me remito.
Tejedora, de Nina Allan
Trad. de Silvia Schettin
Fata Libelli 2014
ebook
Ficha en la web de La Tercera Fundación