Hola. Había escrito una reseña muy graciosa sobre Alif el invisible, en la que me choteaba de mí, de la crítica, los críticos, los lectores y de Ratatouille, pero tras dos semanas de atracón de twitter, leyendo miles de opiniones opinando sobre otras opiniones, me he replanteado una serie de cosas en mi vida (yo me entiendo) que me decidieron a descartar aquella primera crítica (graciosísima, insisto) y reescribirla de nuevo. Para que vean la profesionalidad y entrega del que esto escribe, ni en mi trabajo diario le ponía tanto empeño. Así me va, claro.
Alif el invisible, es la primera novela de la periodista y guionista de tebeos G. Willow Wilson. Se trata de un young adult de cariz fantástico, ambientado en un hipotético reino árabe del Golfo Pérsico. Un emirato, para ser más exactos, una dictadura cuya maquinaria de control sobre la población se mantiene bien engrasada gracias a la prosperidad que proporciona la abundancia de petróleo. El argumento se puede resumir muy rápidamente; es un bildungsroman de libro. Un joven hacker llamado Alif, IT support de otros hackers y activistas opositores al régimen, se ve perseguido por los servicios de seguridad del emirato a cuenta de un misterioso libro que le entrega su ex-novia y que podría revolucionar la programación informática de formas desconocidas, poderosas e imprevisibles. Por supuesto, este objeto mágico, de caer en manos del gobierno, significaría la creación del sistema informático de espionaje/control definitivo, que aniquilaría para siempre el movimiento opositor/hacker que aspira a un cambio imprescindible en una sociedad anquilosada.
En un principio todo estupendo, Willow Wilson, a la hora de escribir sobre la sociedad árabe y lo que ocurre allí, opta acertadamente por la novela juvenil. No en vano uno de los temas centrales de la obra es la frustración de una enorme población joven, que tiene acceso al mundo mediante internet, enfrentada a la realidad de un gobierno represivo que lo único que tiene que ofrecer es el espejismo de la libertad de consumo y una religión que ya no entienden ni significa nada para ellos.
La otra idea que vertebra la novela es la reivindicación de la religión islámica, o la fe en general, como depositaria del misterio, lo irracional, lo sagrado, lo místico. Muchas veces he leído opiniones que afirman que el problema del Islam (donde se lee “problema del Islam” hay que entender “¿por qué demonios no son más como nosotros?”) es que no han pasado por una Ilustración que separase lo espiritual y lo temporal, lo religioso y lo político, que situase a la razón y al hombre en el centro de todas las cosas. Willow Wilson se caga en esto y se apunta a la teoría de Max Weber, según la cual, la entrega total a la ciencia y el racionalismo habrían provocado el desencanto con el mundo que reina en las sociedades industrializadas occidentales.
Esta reivindicación de la fe islámica se concreta en los dos personajes femeninos de la novela. En primer lugar Dima, la vecina y amiga de Alif, una muchacha que sigue los preceptos del Corán ante la incomprensión y burla de Alif, una mujer islámica que lleva con orgullo el velo y que no se siente oprimida por ello. Dima compara su creencia en el sentido trascendental de la vida con las novelas fantásticas que lee Alif con avidez; ella ha integrado el misticismo en su espiritualidad a través de la religión, mientras que Alif es un adicto al fantasy como si echara de menos un miembro cercenado de su espíritu. Y la propia Willow Wilson, que aparece en la novela como “la conversa”, una mujer norteamericana que se ha convertido al islam. Cuando es interrogada al respecto por Alif, responde un poco a la defensiva que “el islam significa justicia social” (no se explica cómo) y que, finalmente, demuestra su implicación quedándose embarazada de un djinn (en la vida real Willow se enamoró de un profesor egipcio y se convirtió al islam para demostrarle su profundo compromiso, quedó embarazada durante la redacción de Alif el invisible).
La narración se sostiene bien durante más o menos las cien primeras páginas, las que se centran en la vida cotidiana de un grupo de jóvenes hackers que burlan el control estatal y se asoman al mundo. Willow Wilson, que había sido periodista en un medio opositor al gobierno egipcio de Mubarak, escribe con sencillez y agilidad, tiene mano para el diálogo ingenioso, el ritmo es bueno y mantiene el interés. Mi problema con Alif es que cuando comienza “la acción” la novela se convierte en un tedioso correcalles de personajes yendo de un lado para otro mientras los persiguen los malos, y se cumplen punto por punto las estaciones del viaje del héroe; objeto mágico, malos rondando, mentor espiritual, descenso a los infiernos, renacimiento y transformación, excesivamente previsibles, tan intercambiables con cualquier otra historia similar, que a pesar de los sugerentes toques de folklore árabe, me he aburrido bastante. Es como si Willow no gozase de los suficientes recursos o imaginación para vestir la novela, maravillarte o entretenerte; ésa informática tan chunga, ese final boss tan cutre, esos seres sobrenaturales que al final resultan irrelevantes. Y por el lado subtextual (me lo acabo de inventar) quizá hubiera sido más interesante si Willow Wilson hubiese profundizado en el concepto de misticismo como herramienta imprescindible para entender mejor el mundo, y como energía transformadora. Sí, el pensamiento mágico mola y la imaginación es preciosa y tal, pero, ¿de qué manera puede el Islam, u otra religión, responder a las aspiraciones de la gran masa de jóvenes sin (aparente) futuro? Es como afirmar que para salir de una crisis mundial hay que buscar el niño que todos llevamos dentro y quedarse tan pancho.
A pesar de todo, se podría argumentar que estoy siendo injusto con la novela, a la que le exijo algo que Willow Wilson no estaba interesada en contar, lo cual probablemente es cierto. Tal y como me ocurrió con El cementerio de barcos de Paolo Bacigalupi (casi podría haber copiado y pegado aquella reseña, ¿por qué no se me ha ocurrido antes?), esta no es una novela para mí. No en vano me ha costado muchísimo escribir la reseña, en todo momento me parecía que no la valoraba justamente. Pero no sé hacerlo de otra manera, toda crítica es subjetiva y yo no puedo, o no soy capaz, de elevarme por encima de mis limitaciones.
Alif el invisible, de G. Willow Wilson (Alif The Unseen, 2012).
Trad. Gemma Rovira Ortega.
Random House Mondadori, Fantascy (2013).
432 pp. Tapa Blanda. 17,95€
Donde dice entrega a la ciencia y al racionalismo, lo que tenemos en realidad es entrega a la tecnología y al borreguismo, y en ese sentido dan ganas de hacerse faquir o montar una secta nudista en Chiribitilistán.
Aunque yo lo que querría es leer esa otra reseña jocosa y tronchante.
Pingback: Alif el invisible | Rescepto indablog