Aves extintas, debut de Simon Jimenez (así, sin tildes, que el autor no es hispanohablante, sino filipino-americano), es una space opera inusual, más centrada en los sentimientos y la vida interior de sus personajes que en aventuras y viajes espaciales, que también los hay. El libro fue finalista al Locus en 2021 (en la categoría de primera novela) y se sostiene sobre una estructura extraña, un tanto desequilibrada: algunos capítulos constituyen casi relatos en sí mismos, pero no todos; hay personajes que son presentados de manera elaborada para no volver a aparecer nunca más, y los meandros de la trama son, en ocasiones, superfluos. Menciono esta característica, sin embargo, más como una peculiaridad que como un defecto, porque no lastra la lectura y, de hecho, hay algo refrescante en el ligero desconcierto que suscita (al menos en el lector inadvertido y que se adentra en sus páginas sin conocer absolutamente nada de la trama, como fue mi caso) hasta que una comienza a vislumbrar por dónde van los tiros.
La acción se desarrolla en un futuro lejano en el que La Tierra es casi inhabitable y la humanidad (los descendientes de los pocos afortunados que consiguieron subirse a bordo de un «arca») está distribuida en planetas distantes dominados por corporaciones todopoderosas. Los viajes entre las colonias son lentos y costosos: una nave puede recorrer distancias interestelares en pocas semanas gracias a las «corrientes» que atraviesan una zona del espacio conocida como «el Bolsillo», pero estas semanas se traducen en décadas en los planetas entre los que viajan, lo que sitúa a los tripulantes en una especie de limbo temporal. Cuando, en un mundo de agricultores, aparece un misterioso niño que podría tener el don del «Salto» (la capacidad de teletransportarse a cualquier otro punto de la galaxia), Fumiko Nakajima, una científica que trabaja para la compañía Umbai, comprende que esa habilidad revolucionará el sector de los viajes espaciales y contrata a la capitana Nia Imani para que mantenga oculto al pequeño.
La novela tiene un arranque potente, un poco al estilo de la película Up. El casi medio centenar de páginas del primer capítulo, «Seis cosechas», rezuma sentido de la maravilla y lirismo en su exploración de la fugacidad de la vida, la nostalgia y los amores imposibles. Está ambientado en un planeta cuyos habitantes son visitados cada quince años por «otromundianos», y podría funcionar a la perfección como relato independiente. Afirmar que la cosa comienza a ir cuesta abajo a partir de ahí puede transmitir la idea de que Aves extintas es una novela fallida, lo que no es cierto: el libro, con sus irregularidades, se lee muy bien de principio a fin. Pero la narración, eso sí, no volverá a alcanzar el nivel de su fulgurante despegue.
Entre las muchas virtudes de Aves extintas destaca su trasfondo, las pinceladas con las que Jimenez va describiendo las características de una sociedad corrompida desde su nacimiento, no solo por la sonrojante ineptitud de la humanidad para preservar su propio planeta, sino porque además el desalojo de esa Tierra moribunda estuvo controlado por empresas privadas: fueron ellas las que fletaron las arcas y construyeron las estaciones espaciales en las que se alojaron los primeros evacuados. «Como había sido desde el comienzo, la inamovible tradición de las clases sociales se mantuvo, así que los ricos vivían en las nubes y los desfavorecidos en el suelo», escribe el autor. En Aves extintas se muestran, entre otras cosas, planetas enteros que son arruinados por oponerse a operaciones de venta, y turistas insidiosos que invaden en manada lugares remotos interrumpiendo la vida cotidiana de los locales, a los que contemplan con superioridad y displicencia. Las corporaciones que manejan los hilos del poder tratan a los seres humanos como mera mercancía y, lo peor de todo, la gente corriente acepta con cinismo indisimulado el sacrificio de otras personas como mal necesario para que ellas puedan disfrutar de una vida más cómoda. Todo, en fin, poco sutil, pero muy pertinente.
A pesar de que Aves extintas pasa por ser una novela de personajes, no me parece que estos sean su punto fuerte. El problema no es que estén mal construidos (aunque hay un abismo, en mi opinión, entre Sartoris Moth y todos los demás) sino su homogeneidad: son demasiados, por ejemplo, los que arrastran consigo los efectos de una historia de amor corta pero traumática. Jimenez tiene, además, una cierta querencia al melodrama, y esta llega a hacerse cargante en el tramo final, tanto por la acumulación de casos como por la revelación de las motivaciones de cierto personaje que juega un papel importantísimo en el clímax de la historia.
Otro detalle que empaña la última etapa de la novela es que el conflicto principal se resuelve por la confluencia descabellada de una serie de casualidades, un recurso tosco que el autor ni se molesta en disimular: «Muy de vez en cuando se produce una alineación», afirma el narrador con toda desfachatez. «Son momentos que para algunos revelan la obra de Dios y otros atribuyen a la simple casualidad. Sin embargo no se tiene una explicación para esa concatenación de sucesos. Simplemente ocurre». Ojalá Jimenez, al menos, hubiera obviado esta explicación; quizá me hubiera resultado más sencillo aceptar sin pestañear todo lo que sucede a continuación. La escena que cierra la novela es, no obstante, conmovedora, y acaba dejando un buen sabor de boca, digno de una novela que no es perfecta pero sí entretenida, comprometida y original.
Aves extintas, de Simon Jimenez (Minotauro, 2022)
The Vanished Birds (2022)
Traducción: Simon Saito Navarro
Rústica. 432pp. 18,95€
Ficha en la página web de la editorial