Mis cinco libros de ciencia ficción (8)

NeuromanteEs complicado elaborar la lista de las cinco mejores obras de un género literario tan diverso y amplio, que ya contaba con excelencias antes de que, hace casi un siglo, se le pusiera nombre. La cantidad de libros escritos es ingente y el número de obras maestras elevado. Para colmo, el ser humano y las apreturas nunca se llevan bien (hay personas que se ven incapaces de valorar un libro en una app ciñéndose a un baremo de cinco estrellas, figúrense). Lo mejor que se puede hacer en estos casos es ajustarse a la premisa principal del encargo, así que he configurado esta suerte de top five tratando de ser lo más riguroso posible.

Ninguno de los libros que he incluido aquí están presentes por otro motivo que el de parecerme, realmente, las mejores obras de literatura de ciencia ficción que he leído. No he seguido criterios de utilidad, no he colocado una obra por representación de otras o porque sirva de comodín para explicar todo un movimiento ni por cuota temática. Pueden reunir esas características, por supuesto, ser seminales o resumir todo el género, como ocurre en algún caso, y me referiré a ello en sus apartados correspondientes, pero son virtudes que aluden a la propia obra, no están ahí para dar visibilidad a sus referentes ni, mucho menos, a sus herederos. Estas novelas (pues los cinco libros citados pertenecen a ese género literario) no están en la lista por una labor didáctica, para abarcar lo máximo posible dentro de su género temático, sino porque la calidad intrínseca que poseen, basada en diversos órdenes, me parece superior a la del resto.

Por poner un ejemplo, entre mis elegidos no figura ni una sola de las grandes distopías: La máquina se para, Nosotros, Un mundo feliz, Farenheit 451 o 1984. Todas estas representantes de la falsa utopía, son, a mi parecer, obras mayúsculas. Si hubiera incluido la novela de Orwell, mi preferida entre todas ellas, el subgénero más relevante de la ciencia ficción política, la que más prestigio ha alcanzado, habría quedado representado. No lo he hecho, sencillamente, porque creo que hay cinco novelas de otras temáticas que son mejores que 1984. Sin más. Tampoco he mirado a los autores, por supuesto. Jamás he creído que su sexo, raza, edad, credo, nacionalidad o ideología tengan nada que ver con la calidad de la obra, así que, en una lista basada en esa característica, tanto la biología del autor como su intención pintan, a mi entender, poco o nada.

Como todas las propuestas de este tipo, la lista va a generar una inevitable crítica a las ausencias. En estos tiempos tan amigos de los extremos, que una obra no figure aquí va a significar para unos cuantos mi declaración de que no considero tal o cual libro lo suficientemente bueno. Nada más lejos de la realidad. Detrás de estas cinco podría citar decenas de novelas que me parecen obras maestras, el máximo calificativo que le otorgo a una obra artística. Lo único que señala su ausencia es que las elegidas me parecen mejores. Es mi opinión personal, nada más. Seguro que la gran mayoría de lectores de esta selección tiene preferencias distintas. De hecho, estoy convencido de que habrá pocas coincidencias entre las listas de todos los que participamos, pues el canon, si es que hay alguno, es muy amplio.

Por otra parte, es obligado hablar de un agente decisivo en esto de la configuración de favoritos y de listas en general, sea cual sea el campo en el que se propongan: el paso del tiempo. Y no estoy hablando de cómo afecta este a la calidad de una obra artística, cosa obvia, sino de cómo cambia las preferencias de uno mismo. En la lista que viene a continuación hay tres libros que, con casi total seguridad, voy a colocar siempre en esos primeros puestos. De los otros dos no estoy tan seguro. Una de las obras aquí incluidas ni siquiera me gustó la primera vez que la leí, hace ya 40 años. Si repito este ejercicio dentro de un tiempo, puede que la lista no sea la misma, así que mi selección va unida al momento de su concepción, anclada en este mismo instante, en la primavera de 2022. Avisados de todo esto, y recordando que el orden de presentación no determina preferencia, ahí van, de todo lo que he leído y para mi gusto, las cinco mejores obras de ciencia ficción de todos los tiempos.

Los cantos de HyperionLos Cantos de Hyperion, de Dan Simmons (1989-1990)

La gran novela compendio de la ciencia ficción. Una de las tramas más absorbentes en la historia del género, el monstruo más fascinante, los escenarios más diversos y un despliegue virtuoso de las temáticas de esta rama de la literatura, todo reunido e integrado a la perfección en dos partes complementarias pero estructuradas y narradas de forma distinta. La primera de ellas, Hyperion, reúne seis historias contadas por un grupo de peregrinos que se encaminan al encuentro de un ser mitológico. En esos cuentos se da un repaso a las subtemáticas del género. En el primero, a modo de diario, se contempla la religión en un tono de terror; el siguiente aborda la ciencia ficción militar; el tercero sustituye ciencia por literatura y sigue las vivencias de un escritor como si fuera una traslación de las narraciones de científicos; el cuarto cuento, de referencias bíblicas, alude al mito de Abraham introduciendo una enfermedad de regresión temporal; el quinto es un ciberpunk en tono noir a la manera de William Gibson y el último es un relato de amor y colonialismo en un planeta exótico. En el centro de todas esas historias, la presencia del Alcaudón, el monstruo de ojos rojos y piel de cuchillas, fascina y aterroriza por igual.

El complejo universo que plantea la primera parte es explorado a conciencia en la segunda, ya con un formato lineal clásico, una space opera majestuosa con detalles de cf dura en la que se desarrolla la batalla entre la Hegemonía de los 200 mundos, que representa a la Humanidad en su concepto más convencional, los exters, seres humanos que decidieron modificar sus cuerpos para subsitir en el espacio, y el Tecnonúcleo, la civilización de IAs presuntamente aliadas que, se descubrirá más tarde, solo sirven a sus propios intereses. Es una trama compleja, que suma personajes nuevos a los anteriores, edificada sobre decenas de subtramas e hilos que la novela va uniendo ingeniosamente, que dejan una historia redonda en su conclusión, ligada al futuro lejano, y que, más allá del argumento, muestran un anhelo literario permanente. La obra no solo cuenta con una narrativa magnífica, que brilla especialmente en las descripciones, sino que está salpicada de alusiones, a veces directas, a referencias literarias. La poesía de John Keats especialmente, pero también Beowulf, El corazón de las tinieblas, El mago de Oz, Los cuentos de Canterbury o el Decamerón.  La suma de tantos elementos temáticos de la ciencia ficción, aderezada con el componente literario, produce una obra apabullante.

Crónicas marcianas, de Ray Bradbury (1950)

Si Los cantos de Hyperión es, tanto en estética como en temática, una fiel representante de la ciencia ficción canónica, el fix-up que configura Crónicas marcianas es el máximo exponente de una forma alternativa de comprender el género. El lirismo y el tono elegíaco con el que están escritos los cuentos contrasta con la fría racionalidad de la ficción científica heredada de Campbell. El Marte que describe Bradbury no es posible ni pretende serlo. Ni sabe de ciencia ni le importa la tecnología, lo que realmente le interesa al escritor es la poética del factor humano y el paisaje, pero también la oscuridad que se esconde en la conjunción de ambos. En algunos momentos, el lector puede tener la sensación de encontrarse frente a una pastoral marciana entendida en el buen sentido. Sin embargo, algunos de los cuentos exudan misterio y despiden un aroma de tenebrosidad que no contrasta sino, más bien al contrario, casa perfectamente con la atmósfera bucólica del relato, que en su última parte se transfigura en un postapocalíptico blando teñido de nostalgia por el hogar.

Quien lee Crónicas marcianas por primera vez se encuentra con un libro cautivador, lírico, repleto de momentos mágicos y también terroríficos. En todos ellos se encuentra un Marte imposible, que procede más de la fantasía que de la ciencia ficción, más de la imaginación que de la realidad. No hay hecho tecnológico, sólo paisajes geográficos y humanos, bellos y fantasmagóricos, y nostalgia por un futuro que se basa en un pasado que ni siquiera existió. La lectura de Crónicas marcianas deja, por encima de todo, un retablo de seductoras imágenes. Las ciudades marcianas abandonadas, los veleros que navegan desiertos, los ecos nocturnos del pasado, los canales vacíos y una fuerte melancolía, el lado romántico de una norteamérica soñada. Paralelamente a su poder de fascinación, Crónicas marcianas representa un canto al pasado y a una ciencia ficción distinta, una visión del género disidente, a años luz de las frías ecuaciones, dada de lado durante lustros por el canon del discurso racionalista.

SolarisSolaris, de Stanislaw Lem (1961)

Solaris fue publicada en Polonia en 1961, pero no llegó al mercado anglosajón, traducida del francés, hasta 1970. Lem empezó a tener nombre en los países de habla inglesa ya avanzada esa década de los 70, y sin embargo, Solaris es una novela que se adelanta a los postulados de la new wave en unos cuantos años. Más allá incluso, podemos decir sin miedo que las narrativas de algunos de los herederos del movimiento iniciado en New Worlds como M. John Harrison, Christopher Priest o el propio James G. Ballard, en las que la participación del lector es imprescindible, son herederas directas de lo que el autor polaco propuso en Solaris. Pocas veces se ha escrito una novela que llevara hasta el extremo los espacios de indeterminación, empujando los huecos de significado hasta el propio sentido de la trama, que dejara tanto vacío de respuestas y a su vez propusiera tantas posibilidades de significado.

El misterio de Solaris, ese océano que cubre un lejano planeta que los humanos estudian, es tan interesante como la complejidad de los efectos que se dan en su cercanía. Descifrar las reacciones humanas a lo que este provoca o produce (ni siquiera eso sabemos) es tan complejo como la propia naturaleza y los actos de ese incomprensible ente. El principal misterio que encontraremos en nuestro primer contacto alienígena seremos nosotros mismos, sugiere la lectura de la obra, que no facilita ninguna explicación pero plantea tantas preguntas, permite tantas interpretaciones, que se convierte en un rompecabezas adictivo. Proponerla solo como el modelo de la imposibilidad de comunicación con una entidad alienígena se queda corto, porque ni eso está claro, lo único que hay a su conclusión es incertidumbre. ¿Es Solaris inteligente? ¿Es un ser vivo, una máquina o algo divino? Las construcciones que produce en su superficie, ¿son artísticas, intentos de comunicación, sueños, su reacción a nuestro interior, la imitación de nuestro subconsciente? ¿Son los resucitados personas reales, ilusiones, productos de Solaris o proyecciones humanas provocadas por lo que sea que está ahí abajo? ¿Solaris siente? ¿Qué es Solaris? Y, sobre todo, ¿qué diantres llevamos los humanos dentro?

Neuromante, de William Gibson (1984)

“El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto.” La mejor primera frase de la historia del género te sumerge de entrada en una nueva estética, una narrativa que, por sí sola, da paso a una nueva época. El ciberpunk no fue solo un movimiento de calado interno, sino que, a diferencia de otros anteriores, influyó en toda la cultura popular. Si alguna vez la ciencia ficción se ha vendido como visionaria, es sin duda esta obra la que mejor supo leer el futuro hacia el que partía su presente, no anticipando tecnologías o artilugios concretos, sino zambuyéndose en el zeitgeist de la época siguiente. El ciberespacio, la nomenclatura informática, los implantes, las drogas, las corporaciones todopoderosas, la globalidad. La influencia de este libro, en el que se concreta una visión que llevaba algunos años gestándose, no se puede medir. Desde la llegada de internet, la realidad es ciberpunk.

Apoyándose en un lenguaje repleto de neologismos y un marcado puntillismo descriptivo, Gibson desarrolla una trama de novela negra, con un argumento complejo como es habitual en ese género, situando la acción en un escenario de futuro próximo sucio, seductor por posible. Estamos ante un producto original tanto en la forma como en el fondo, un pasapáginas que se devora con el asombro de lo diferente hasta su inesperada conclusión, en la que aparece la cf más clásica. Hay obras que han alterado el camino del género, marcando cambios de orientación o añadiendo elementos que le faltaban, pero ninguna ha dado la sensación de haber creado algo verdaderamente nuevo, revolucionario, como lo hizo Neuromante.

La carreteraLa carretera, de Cormac McCarthy (2006)

Y la ciencia ficción se hizo mayor. Al menos a ojos externos. Aunque si somos honestos, tendremos que reconocer que mucho de lo que se ha publicado a lo largo de la historia del género tiene un marcado registro juvenil, que la raíz de la cf se nutre en gran parte de anhelos de adolescencia. Y aunque son muchas las obras de madurez, pocas veces he visto en ella un contenido tan adulto como el de La carretera. Quizás, o precisamente, porque su autor ni se ha formado ni edifica su creación sobre los cimientos del género, sino que lo utiliza como puro escenario. El lector habitual se afanará buscando explicaciones, pistas que identifiquen la obra con la cf más allá de la estética (de nuevo, la herencia de los 50), pero el único asidero, la ceniza que lo cubre todo, no es más que una metáfora y un símbolo, la declaración de que todo son rescoldos y el lector está ante los restos de una civilización deflagrada.

La cf suele preocuparse de la globalidad, de hacia dónde van la civilización y la sociedad humanas, pero La carretera habla de quiénes somos como individuos, de lo que nos configura como personas, de qué quedará de nosotros y cómo continuaremos cuando no haya nada. Los protagonistas, un padre y su chico, recorren las carreteras del país, duermen en cunetas y bajo puentes, como si fueran la sangre que recorre las venas de la tierra. El carrito que empujan es su hogar. El adulto representa al mundo que muere; el niño es la promesa de un futuro inexistente. Ambos portan el fuego, aquello que se quemó y se transformó en ceniza, la civilización, pero la continuidad se ha quebrado, ya no hay tierra en la que proseguir el camino del hombre. El legado generacional y la ilusión de continuidad, de pervivencia en los hijos; la necesidad de civilización, de convivencia, del otro; el bien y el mal como elecciones o actos de voluntad; la esperanza y el instinto de supervivencia y de protección en la naturaleza última del ser humano. Todo ello resumido en el amor de un hombre por su hijo, un sentimiento a reivindicar en estos tiempos. Implicaciones y asuntos ofrecidos a estudio, volcados en tinta con la maestría formal de un virtuoso, sin signaturas, en frases cortas de un vocabulario a ratos ancestral. La carretera supone la integración absoluta de la ciencia ficción en la literatura de máximo nivel, sin etiquetas.

Libros Santi

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