Permítaseme que haga mi propia interpretación de lo que afrontamos. Honestamente, tendría que dar muchas vueltas para determinar cuáles son las cinco mejores novelas de la historia del género, y sopesar factores variopintos (relevancia actual, influencia histórica, calidad literaria, impacto entre el público general etc.) que quizá me llevaran a terminar con una lista en la que habría uno o varios títulos que creo que no volveré a leer en mi vida pese a que tenga pocas pegas objetivas que ponerle (¿Crónicas marcianas? ¿Un mundo feliz? ¿Neuromante? ¿El hombre hembra?).
Me resulta más fácil y agradable dar mis cinco novelas preferidas. La lista de la isla desierta y esas chorradas. Libros que no necesito justificar especialmente a nadie salvo a mí mismo. A partir de aquí podría pensarse que voy a empezar con una retahíla de rarezas, pero tampoco va a ser así. Quizá no sean los títulos más obvios, pero creo que tampoco son chocantes. El canon tradicional que ha ido conformando el género está razonablemente bien, y se está expurgando sin que nos demos mucha cuenta para afinarlo aún más (eliminando a Heinlein u olvidando cada vez más cualquier cosa escrita en el seno del género en los años treinta y cuarenta, por ejemplo: véase qué se reedita y qué no).
La incorporación de novelas más recientes a ese canon está siendo más lenta que en décadas anteriores porque hay mucho ruido ambiental, y también porque me temo que casi todas las novelas de mayor visibilidad (por premios, adaptaciones o lo que sea) no son en gran parte las mejores. Tardaremos en ser conscientes seguramente de algunas de las mejores, hasta que sean reivindicadas o reeditadas (como está pasando ahora, por ejemplo, con gente que sólo defendíamos algunos pelmazos, caso de Sheckley, Lafferty o Joanna Russ). Pero ese sería otro tema.
A todo lo que he dicho debo sumar que, a mi juicio, y por mucho que queramos esquivar el asunto, buena parte del impacto de la cf se produce en un momento específico de la vida, y ligado a una suerte de descubrimiento. La letanía de la cf como «literatura de ideas» es del tipo más complicado de mentiras, las que contienen una porción de verdad. Para escribir una buena novela de cf hace falta criterio literario, construcción de personajes, todos los elementos obvios, pero también un algo más que sea capaz de subyugar la mente del lector, de arrastrarle y hacerlo de una forma específica, basada en un cierto pacto de verosimilitud. La novedad temática, aunque no imprescindible, también es un factor de notable peso. Las mejores opciones para generar esa respuesta se han ido desgastando con el tiempo, con la repetición, y la opción del género ha sido barroquizarlas, y en cierta forma, necesariamente, diluirlas. Además, también el lector encallece. Por eso mis escogidas son obras antiguas: el impacto que me causaron es difícil que lo repitan novelas recientes quizá objetivamente igual de buenas, pero que ya no pueden extraer la misma respuesta de mí.
Y ya está bien de justificaciones. Vamos con mi lista de modernidades, la más joven ya cumpliendo los 45 años desde su publicación original, y publicadas en apenas un lapso de 16 años. Y por orden de aparición, para no comerme más la cabeza.
Solaris, Stanislaw Lem (1961)
Ese momento en que crees percibir por un instante el impacto de la inmensidad, las implicaciones reales de lo inefable, del universo en su conjunto. Antes se intentó de forma zafia, en formato de aventura espacial, pero Lem abre con esta novela y con El invencible la era del vértigo cósmico, la época de la cf alcanzando al fin de manera satisfactoria uno de los designios para los que había nacido: hacernos sentir infinitesimales, conmovidos, también alegres por tener la suerte de percibir siquiera tenuemente cuánto hay más allá de las limitaciones de nuestros sentidos. Solaris también contiene una historia de amor imposible, con un conflicto sobre la elección entre realidad y sueño, un tema dickiano que el propio Dick no siempre trató con la misma finura. Este es un libro escrito por un superdotado intelectual en beneficio del resto de los seres humanos, para compartir con todos nosotros de manera sencilla las verdaderas implicaciones de conceptos como incognoscible, infinito, omnisciente.
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Philip K. Dick (1968).
Cuando leí originalmente la novela, más de treinta años atrás, coincidí en la impresión generalizada: mala suerte que la fama le llegue a Dick por la adaptación de una novela relativamente menor. Hace siete años me encargaron traducirla y hacer un ensayo sobre ella. Traducir una novela es la mejor forma a mi alcance de diseccionarla, puesto que no tengo la formación para un estudio realmente a fondo en términos filológicos. Hay que tomar decisiones, hay que revistar lo escrito para armonizarlo, hay que leer y releer a un ritmo muy lento para poder ser fiel en la versión. Y en ese trato íntimo con este libro fue cuando me enamoré: sólo me ha ocurrido con otra de las novelas que he traducido (La ciudad y las estrellas, de Arthur C. Clarke). No, ¿Sueñan…? no es Blade Runner; en bastantes momentos es mejor. Es un libro profundamente triste y que dice muchas cosas tremendamente serias sobre la relación del ser humano con problemáticas que nos son cada vez más cotidianas: deshumanización, ecologismo, cuestionamiento de la realidad… Tiene sentido del humor, y un profundo patetismo. Manifiesta una encomiable compasión por el destino trágico del ser humano, contiene ¡y también desmiente! muchas de las pajas mentales que luego han surgido al hilo de su adaptación cinematográfica. He leído (en tres o cuatro casos releído) otros libros de Dick desde entonces, necesitado de nuevas dosis del mismo producto, y si bien algunos han subido en mi valoración (y otros bajado), ninguno me ha causado el impacto de esos meses que pasé inmerso en este libro profético, seco, desolador y profundamente empático con nuestro zeitgeist.
Regreso a Belzagor, Robert Silverberg (1970).
No, en realidad no es uno de mis cinco libros favoritos. Sin embargo, Silverberg sí es uno de mis cinco autores favoritos (aunque tampoco le considere uno de los cinco mejores, ejemplificando lo que decía más arriba: me extendí hace tiempo sobre una lista en la que me ratifico, con Ballard, Bradbury, Dick, Le Guin y Lem), y como sé que no va a estar en ningún otro listado de mis amables compañeros de web, porque muy obviamente ninguna de sus novelas es una de la cinco mejores del género, me corresponde que yo le dé espacio aquí. En el periodo comprendido entre 1965 y 1976, Silverberg firmó más de veinte libros de corta extensión, de los cuales al menos diez son realmente buenos. Yo los leí todos entre los quince y los veinticinco años, y para mí suponen desde entonces la forma acabada de hacer literatura de ciencia ficción, el estándar a partir del cual juzgo todo lo demás. «Esto lo habría hecho mejor Silverberg en 200 páginas» es algo que he afirmado cansinamente sobre la mitad de las novelas decentes pero no realmente buenas publicadas del año 2000 hasta hoy, siempre del doble o triple de extensión. Podría haber escogido sin despeinarme El hombre en el laberinto, Muero por dentro o El libro de los cráneos, pero quizá es en esta versión espacial de El corazón de las tinieblas donde se reúnen mejor las cualidades del Silverberg en plenitud: su (para cualquier otro) imposible mestizaje entre elementos cultos y pulp (y que es la razón de su condena al ostracismo académico hasta hoy), el estilo nervudo, altanero y falto de sentido del ridículo, el poderío de las imágenes, el final catártico inevitable en el que el personaje protagonista accede a magnitudes superiores de la existencia, que es, desde que así lo estableciera Silverberg en esa época de oro, la mejor manera de terminar un libro convencional de cf.
Los desposeídos, Ursula K. Le Guin (1974).
La escritora más completa de la historia del género (tan lista como Lem, tan sensible como Dick, tan imaginativa como Silverberg, por sólo mencionar a los tres anteriores) hace aquí un ejercicio de honestidad intelectual demoledor: presenta su propia utopía y descubre cómo desarrolla problemas, en contraste con un mundo más convencional, que tampoco le gusta, pero al que no puede negar virtudes. En esta era de gente de certidumbres aplastantes, ayer vulcanólogos, anteayer epidemiólogos, ahora expertos en el Este europeo, Le Guin es capaz de examinar analíticamente y llevar hasta el último extremo sus propias ideas (incluyendo versiones del lenguaje mucho más radicales y hermosas que la tontuna inclusiva) para luego preguntarse si realmente somos capaces, en nuestra condición humana, de los sacrificios necesarios para emprender ese camino de perfección. Que este libro todavía no esté a ojos del común de los lectores en el mismo peldaño que 1984, El cuento de la criada, Fahrenheit 451 y bla, bla, demuestra que al reconocimiento del género todavía le quedan batallas por combatir. Sobre todo, que hay un último tabú que quebrar para conseguir la normalización de la cf: que se valoren sin prejuicios historias con ambientaciones claramente cienciaficcioneras, por ejemplo a medio camino entre dos planetas, y no solamente prospectivas.
Pórtico, Frederick Pohl (1977).
Ya en los años sesenta, Kingsley Amis dijo que Frederick Pohl era el mejor escritor de cf del mundo. Esto era así en ese momento, también en mi opinión, y ahí están sus relatos publicados en los años cincuenta, o Mercaderes del espacio, para atestiguarlo. En una segunda juventud en los años setenta, Pohl todavía fue capaz de algunas disecciones de la sociedad capitalista muy crudas. Personalmente, las dos posibilidades que más me interesan de la cf son justamente su uso como crítica social y su capacidad para asomarme a los abismos cósmicos, y creo que Pórtico fue durante décadas la única novela (de ahí mi admiración hacia El problema de los tres cuerpos) capaz de combinar satisfactoriamente las dos cosas. Aquí hay personajes creíbles, sólidos, que se mueven en un entorno semidesquiciado, en algunas pinceladas heredero lejano del de Todos sobre Zanzíbar (¿la novela que sería mi número seis, quizá?), pero que tienen la oportunidad de partir en naves espaciales con destinos desconocidos y totalmente aleatorios, desde una estación espacial abandonada por una civilización ignota. En resumen: todo bien. Incluso el final catártico a lo Silverberg, porque como ya he dicho, algo en mi interior grita que así es como se terminan correctamente las novelas buenas prototípicas de la cf. Es la única de las obras que he incluido en esta lista de la que se escribieron continuaciones, y también son una bazofia paradigmática de cómo la comercialización fue destruyendo lentamente parte de lo bueno del género, desde dentro.
Por apoyar la importancia de ¿Sueñan?, Paul M. Sammon apunta en su libro sobre Blade Runner algunas de las personas (Martin Scorcese, Jay Cocks) que se interesaron en adaptar la novela antes de que Hampton Fancher se pusiera a trabajar sobre ella. Supongo que entre finales de los 60 y principios de los 70 este tipo de historias estaban en la conversación como si fueran mainstream (Campo de concentración, Matadero 5), pero es sintomático que entre todas las novelas de Dick fuera esta la que terminó cristalizando después de pasar por tantas manos.
Excelente ensayo, aunque yo hubiera puesto Ubyk en lugar de sueñan y cantico por Leibowitz en lugar de los desposeídos, cuestión de gustos. Muchos saludos!!!!