Aunque he debido publicar varios centenares de textos sobre literatura de ciencia ficción (si sumamos reseñas y articulitos periodísticos a los reportajes y ensayos más o menos formales), hasta ahora no se había recogido en un libro una parte de ellos. Así que es un placer para mí anunciar la publicación de un volumen recopilatorio, nada casualmente titulado Prospectiva, a lo largo de este mes.
El libro lo publica Cyberdark y será posible conseguirlo gratis durante un tiempo. La librería lo regalará con los pedidos que se hagan en las fechas aledañas al Día del Libro. Los ejemplares restantes (que tampoco serán muchos cientos, dado que ni el contenido ni el autor justifican el optimismo de una tirada amplia) se pondrán posteriormente a la venta en la web e imagino que en algunas librerías especializadas.
Cuando Luis Prado me ofreció amablemente el encargo, no estuve seguro de si tendría material suficiente que cumpliera ciertas pautas: acordamos que habría que recuperar material cuya temática tuviera vigencia, que en su mayoría no estuviera accesible de forma gratuita en webs activas, y que valiera la pena por sí mismo. Pero cuando terminé una primera selección, en la que ya descarté algunos textos válidos porque podían resultar repetitivos o demasiado especializados, pasaba ampliamente de las 200 páginas previstas. Y eso que opté muy pronto por no incluir ninguna crítica o reseña, y desde el primer momento se excluyeron también los contenidos que llevo ya tres años publicando mensualmente en esta sección improvisada. En resumen, he escrito mucho sobre el género a lo largo de treinta años. En una ocasión, alguien me preguntó cuánta ciencia ficción había leído en mi vida, y respondí, sin pensar: «Demasiada». Quizá también he escrito demasiado sobre ella. Pero no debo creerlo del todo porque la sigo leyendo y escribiendo al respecto, aunque lejísimos por supuesto del entusiasmo de los noventa (la década de mis veinte años).
Lo que sí percibo como absolutamente cierto es que la cf se ha imbricado demasiado en mi vida. Casi cualquier recuerdo entre los catorce y los treinta y tantos años va acompañado de la imagen del libro de género que llevaba en las manos o la mochila en ese momento. Tantas lecturas, tantos artículos, tanta atención social por mi parte seguramente me quitaron tiempo (y dinero) en un momento formativo importante. Nunca sabré hasta qué punto influyó en mi carrera profesional, por ejemplo, invertir todas esas horas en responder cartas y mensajes, preparar publicaciones, leer y escribir más de lo que hubiera sido suficiente; sobre todo en el periodo aproximadamente entre 1990 y 2003, en el que quizá consagraba a la cf tantas horas diarias como un deportista olímpico a preparar su disciplina.
También es verdad que prácticamente ninguno de los periodistas con los que trabajé ha llegado a algún sitio significativo. Hablo de personas en condiciones similares a las mías por edad o puesto, no pocos más capacitados que yo. Mi profesión se convirtió en un callejón sin salida para casi todos los veteranos que no aceptan determinados condicionantes o que no han alcanzado cierto estrellato (demasiadas veces sin relación con el talento). Cuando dejé activamente la profesión, de hecho, fue más tarde y ya no tuvo que ver con nada de esto.
A cambio, la cf me ha dado algunos regalos: cumplir sueños tardoinfantiles o adolescentes, conocer amigos que me acompañan hasta hoy, una cierta comprensión del mundo. También esos instantes especiales de lucidez, cuasi nirvánicos, en los que el sentido de la maravilla te posee y crees tener una comprensión más profunda del universo, de la mano de la palabra de un autor inspirado o de unas imágenes cautivadoras. Hace mucho que no siento algo así, y supongo que es una de las acusaciones que puedo hacer contra la cf actual, si bien soy el primero en admitir que la causa de esa falta de «momentos atiza» puede estar (al menos parcialmente) relacionada más con mi encallecimiento como lector que con un problema del género en sí.
Sé que parte de lo inmediatamente anterior puede haber sonado incómodamente religioso, y es algo sobre lo que he reflexionado en los últimos tiempos. Tuve una formación católica estándar, y el temprano declinar de mi fe coincidió con el crecimiento de mi interés por la cf. Supongo que fue casi inevitable que las preguntas planteadas por el género abrieran mis horizontes más allá de los estrechitos márgenes de la iglesia. Pero también puede ser que se convirtiera en un sustitutivo, sin más: un nuevo credo sustentado en el potencial de la razón para mejorar nuestra existencia, en la incognoscibilidad de la magnitud del universo. A la expectativa de la segunda venida de Cristo pudo sustituirla en mi cabeza la esperanza de un futuro pleno de maravillas y situaciones inesperadas, emocionantes. Y cuarenta años después estamos en ese futuro, en una realidad que el niño que veía con veneración Mazinger Z cada sábado habría considerado en general como utópica. Y la sensación en cambio es que nos encontramos aún más jodidos, si bien ese es otro tema.
En líneas generales, sin embargo, siempre he pensado que mi interés por la cf tiene un componente principalmente político. Creo que los hechos me han dado en buena parte la razón. Cuando pienso en la evolución del mundo en estos cuarenta años, los cambios que me vienen a la cabeza como fundamentales han sido de carácter económico y político. Los avances científicos, con la única excepción de la globalización de las comunicaciones, son notas al pie de página, poco más que anécdotas. Hablar del futuro es necesariamente hablar de política, en el sentido más amplio, aristotélico del concepto. Consagrarse al tipo de variaciones científicas que forman el eje de buena parte del género es pensar en muy pequeño, centrarse en la nimiedad que da pie a un relato suelto o permite sumar un detalle de ambientación. Por supuesto, hay avances científicos que romperían la baraja: desde la inmortalidad hasta la energía ilimitada, pasando por el viaje más rápido que la luz, en el tiempo o la teleportación. Pero todos ellos parecen ser imposibles en el universo físico real, salvo quizá en parte el primero. Tengo la sensación de que hace décadas que todas las innovaciones pueden simplificarse como mejoras en la velocidad en los procesos, pero ningún cambio ha introducido un paradigma realmente nuevo.
Las definiciones del género pecan siempre de querer abarcar excepciones en un fenómeno que creció de forma casual, incluyendo temas y materias que en realidad no resultan coherentes con el conjunto. La realidad troncal de la cf es que es el género que se desarrolla en escenarios futuros que el lector admite como potencialmente factibles. Tiene lógica pensar que la herramienta básica para revestir a hechos de verosimilitud es la ciencia, la navaja multiusos de Ockham que nuestra civilización ha desarrollado de forma paciente como recurso para comprender el universo. Sin embargo, una vez más, es falso que el medio sea siempre el mensaje, y buena parte de la cf ha confundido los instrumentos con los fines. El futuro de la humanidad es el de las personas y su sociedad. Hablar del futuro es fundamentalmente algo político, aunque venga enmarcado en un contenido lúdico, poético, incluso de especulación científica. A todas las obras verdaderamente importantes de la historia del género puede hacérseles la misma pregunta: ¿en qué futuro para las personas y para la sociedad se desarrolla esta trama? Y veremos que hay una respuesta escondida al fondo, que está siempre condicionando a la propia trama, y que es parte sustancial del mensaje de la obra (si lo hay). Desperdiciar el género que debería tratar sobre el futuro en aventurillas o en pasatiempos científicos, aunque en tantas ocasiones los haya disfrutado, siempre me ha dejado un regusto como a derroche, e incluso en ocasiones me ha producido hasta una cierta indignación fundamentalista que yo mismo entiendo como injustificada. Como también me ha ocurrido con esa consideración bastarda de que los valores de la cf por sí mismos permiten la licencia de no cumplir con los requisitos de cualquier obra literaria.
Todo esto viene a cuento porque creo que la aparente desconexión de los textos presentes en Prospectiva en realidad esconde esta concepción común. Dentro de la variedad de enfoques y temas, cuando editaba los textos me quedaba la percepción de que he sido obstinadamente coherente casi siempre (casi), si no en las formas, sí en los fondos. Eso, de manera inevitable, me ha conducido a mi actual posición un tanto de retaguardia, porque quizá no he evolucionado de la manera en que lo ha hecho la cf, en tantas cosas para bien (aceptación creciente por el lector general, lo medios y la academia; presencia en el primer plano de mujeres y de todo tipo de sensibilidades de género; mejora en la edición, traducciones y presentación al lector) y en unas cuantas para mal. Y en consecuencia a escribir hoy textos que ya sé que no van a tener ningún impacto, que son fracasos de antemano, pero que hago por el puro divertimento de compartir lo que me gusta.
“También esos instantes especiales de lucidez, cuasi nirvánicos, en los que el sentido de la maravilla te posee y crees tener una comprensión más profunda del universo, de la mano de la palabra de un autor inspirado o de unas imágenes cautivadoras.” Pocas veces lo he leído tan bien expresado. Gracias, Julián.
Julián, aquí un lector que agradece que sigas compartiendo tus gustos (y por muchos años) y que sin duda se hará con “Prospectiva”. De todas formas, es una lástima que no publiques más, por ejemplo tus obras completas hasta la fecha, que sin duda también compraría.
Saludos desde Toledo.
Por si te interesa, hay una edición de sus cuentos completos, su faceta menos conocida, publicada hace pocos años.
Gracias, Kaplan. Al hablar de obras completas estaba pensando sobre todo en la extensa producción ensayística de Julián, pero me lo apunto.
Un saludo.