En una conversación con amigos surgió el tema de un articulito que escribí hace veinte años y no está disponible online. Como alguna otra de mis ocurrencias de antaño, caso del «efecto Connery» (que hoy ya ha perdido valor porque es un estándar imprescindible de cualquier peli de gran presupuesto) o el «momento atiza», su idea central parece ser citada de cuando en cuando. Es la de los «géneros que manchan», elementos temáticos que hacen que cualquier otro contenido quede en un segundo plano cuando se trata de hacer una clasificación. Lo explicaré con un ejemplo: tomemos una película desarrollada en el antiguo oeste y con continuas escenas de sexo explícito. No será considerada como una película del oeste, sino como una porno.
Admitiré de entrada que todo este tema de la taxonomía de géneros es un pasatiempo estéril, pero también una realidad cotidiana. Las etiquetas nos ayudan a escoger una película en el servicio de streaming, a pasar más tiempo en una u otra sección de la librería, a hacer búsquedas de podcasts. Es un mecanismo artificial, con numerosos defectos, que no responde a la realidad de los contenidos cada vez más sofisticados que se producen o escriben en la actualidad, pero no se puede decir que no sirva para nada cuando lo usamos de forma tan continua pese a que las obras con temáticas mixtas, o al menos con elementos de distintos territorios, sean hoy predominantes. Y por ello, precisamente, es curioso cómo se mantiene la prevalencia de ciertos ingredientes en esas mezclas, que manchan más y son los que predominan a la hora de clasificar.
En esta jerarquía de géneros contaminantes, no cabe duda de que el porno está a la cabeza. Cualquier cosa calificable como porno (no erotismo, que como definición de género suena a muy viejuno y hoy es un contenido evidentemente normalizado) lo es, al margen del resto de consideraciones. Las posibles excepciones que puedan encontrarse (podría citarse alguna cosa de Von Trier, por ejemplo) son muy pocas al menos hasta hoy.
Lo curioso es que mi conclusión es que en el segundo puesto de esa jerarquía estaría la ciencia ficción. Una historia que se desarrolle en la Antigua Roma con elementos de cf, será cf. Todo lo demás queda siempre subordinado a la cf (salvo Flesh Gordon, El despertar con la fuerza si es que tal película existe, que seguro que sí, o similares).
Este hecho pone de manifiesto lo poderosa que resulta la imaginería de la cf, y lo difícil de aceptar que ha resultado históricamente para el público en general, que ha colocado en ese apartado «marginal» de manera automática a quien utilizara cualquiera de sus herramientas. Desde que escribí ese textito hace casi veinte años hasta hoy, eso ha cambiado en gran medida, gracias sobre todo a los éxitos cinematográficos y a la incorporación al establishment crítico y académico de nuevas generaciones… Pero las consecuencias del pecado original siguen vigentes.
Una jerarquía de los géneros según este criterio (que, insisto, no tiene nada que ver con cualquier valoración, sólo para este juego sobre clasificaciones y «manchas temáticas») podría tener el siguiente orden:
- Pornografía
- Ciencia Ficción
- Terror
- Fantasía
- Romántico
- Western
- Histórico
- Policiaco
Aunque estoy seguro de que existirán excepciones, y a buen seguro van a aparecer algunas en lo comentarios… Pero se me ocurren muy pocas, y sobre todo no creo que sirvan como ejemplo que contravenga la tendencia general, que creo representada en ese orden concreto.
Me llama especialmente la atención lo débil que es el tema criminal; puede haber elementos policiacos en cualquier otro género, y siempre quedarán subordinados. Es decir, las novelas de Lindsay Davis sobre Marco Didio Falco, siempre investigaciones criminales, se publican en la veterana colección de novela histórica de Edhasa.
Tal vez sea esa la razón de la mayor aceptación popular —y la integración en las colecciones de literatura general— del negrocriminal: cuanto menos mancha el género, con más facilidad puede ser asumido. No en vano Crimen y castigo está considerada como una de las grandes novelas de la literatura universal desde hace muchas décadas, por ejemplo.
Fernando Moreno, uno de los amigos con los que comentaba el tema, fue quien hizo la pregunta oportuna: de acuerdo, pero ¿por qué? Y reconozco que no tengo una buena respuesta. La de que son géneros progresivamente más aceptados, que ya he apuntado, se corresponde con una visión hoy obsoleta. En el panteón de la literatura aceptado más o menos genéricamente hay más escritores de terror que de western, y a estas alturas ya podemos decir que hay más de cf que de literatura romántica pura, si es que tal cosa existe (quizá solo estarían las autoras inglesas decimonónicas).
Podría argumentarse también que esa jerarquización se construyó en algún momento del pasado y quedó de alguna forma establecida hasta hoy. De hecho, entroncaría con algo que he señalado en alguna ocasión acerca de la dificultad de definir la cf, por cuanto es un género que estableció su corpus temático en un momento muy concreto (la eclosión del pulp en Estados Unidos en 1930 y la compartimentación por motivos meramente comerciales de las revistas literarias populares por géneros). Desde entonces, la cf ha incorporado temas, pero no ha excomulgado a ninguno, haciendo que cualquier definición (en la que inevitablemente se incluyen términos como «ciencia» o «verosimilitud») sea incapaz de dar una explicación razonable por la que unos elementos de la parapsicología sí son admitidos por la cf y otros no, pese a ser a fecha de hoy considerados igualmente disparatados. Pero no lo eran así en los años treinta: unos fueron usados por la cf (como la telepatía o la telequinesia) y otros no (como las hadas o la adivinación), y los primeros quedaron ya inscritos en el canon de la cf hasta hoy.
Sin embargo, este razonamiento tiene un punto débil obvio: en su origen, en publicaciones como Black Mask, lo que luego se ha llamado novela negra era considerada como lo peor. La romantización de la mafia o el retrato de los bajos fondos como denuncia social quedaba muy lejos en el futuro, y en rigor se la consideraba como el equivalente a lo que luego por ejemplo sería el cine quinqui español de los setenta. Su posterior unificación con la novela detectivesca fue un matrimonio al principio no bien visto por el sector más tradicional: ni Conan Doyle ni Agatha Christie, escritores de postín y notoriedad pública, lo habrían aprobado. Todavía en la Historia del relato policial de Julian Symons, publicada en 1972 originalmente y que es un poco el último hurra del clasicismo detectivesco, el autor alza un poquito el meñique con disgusto mientras toma su té cuando se siente obligado a conceder unas páginas a algunos de esos americanos de lenguaje rudo y excesiva afición por la sangre.
También varió sustancialmente desde entonces la consideración de la literatura de fantasía, puesto que en esa época no existía más que en pañales lo que luego Todorov bautizó como «literatura maravillosa», la de Howard, Tolkien y lo mucho que ha ido pasando después para bien y para mal. La fantasía en los años treinta era una cosa bastante de gente fina, de malditos o de literatos bien vistos que de repente tenían sus momentos experimentadores. Por todas estas razones, la idea de que esta jerarquización se estableció con el orden actual en la era del pulp no es en este caso en absoluto satisfactoria.
Creo que la explicación que me convence más está relacionada con el cine más que con la literatura. Intuyo que la naturaleza de la forma en que manchan más ciertos géneros tiene sobre todo un fundamento visual. Es difícil obviar que una película es explícita sexualmente, como es difícil obviar en su caso que haya naves espaciales o que venga un monstruo a comerse a los personajes. Curiosamente, por cierto, no parece existir casi el cine fantástico, sino el cine maravilloso, de nuevo echando mano de esa diferenciación.
Por otra parte, el denominador común de las cuatro temáticas en los primeros lugares es que se corresponden a relatos tajantemente no realistas (no, amigos, esa no es la vivencia cotidiana de los fontaneros; no desde luego con esa frecuencia y esos elementos implicados). Esta puñetera obsesión con el realismo, que está en el corazón por ejemplo de la aceptación de la novela negra, sólo ha amainado algo en los últimos lustros y por la fuerza pura de los hechos (o, por decirlo más claramente, del dinero de los blockbusters), si bien todavía mantiene en buena medida secuestrados a los suplementos culturales y los premios cinematográficos. Sin embargo, puede muy bien haber dejado secuelas más o menos permanentes en este y otros terrenos.
Así que lo que ocurriría, simplemente, es que después del sexo, quizá nada capte la atención y despierte la curiosidad como la imaginería de la cf. El misterio del futuro, la inmensidad del universo, la especulación escatológica (en el sentido filosófico) que subyace en buena parte del material del género, el «momento atiza». Es un pensamiento gratificante, muy de gustirrico de fan, tan inútil como todo este texto en general, pero tampoco encuentro una explicación mejor.
Hola, Julián. Muy interesante. Por seguir con el pasatiempo estéril, para establecer esa jerarquía yo me atendría a una división entre géneros temáticos y géneros “de emoción”. De acuerdo con esta perspectiva, quizá el podio seguiría siendo ocupado por la pornografía, seguida por la comedia, el terror y quizás del drama más lacrimógeno, para luego pasar a los géneros temáticos, cuyo orden seguramente respondería a motivos y evoluciones culturales como los que explicas.
Pero la forma correcta de entender esta jerarquía sería inversa, como una pirámide de lo más básico a lo más elevado. ¿Por qué? Porque cuando estás excitado, estás excitado y nada más. Cuando estás aterrado, estás aterrado y nada más. La temática es secundaria. Para que la temática ocupe el primer lugar, por tanto, es imprescindible que las emociones no sean tan dominantes, tan “físicas”. Ejemplo. ¿Por qué creo que Alien es una película de terror antes que una película de ciencia ficción (aunque yo creo en la suma de etiquetas, no en la incompatibilidad)? Porque alguien que adore la ciencia ficción pero odie el terror NO podrá disfrutarla. Y la comedia está por encima del terror porque alguien que deteste el terror probablemente sí podrá disfrutar una película de horror en clave de comedia. No sé si me he explicado, más o menos.
Abrazos y feliz año.
Ismael
Interesante artículo, también me ha gustado el comentario de Ismael. Yo sigo pensando que la mancha que prevalece (en literatura) es la que más pringa, la que más “enguarra” y que el género que prevalece es el que está peor considerado. Por otro lado hay autores que da igual lo que escriban, sus libros serán colocados siempre en la sección que les dio la fama. De modo que los libros de Stephen King los encontraremos siempre en la sección de terror y los de Bradbury en la de ciencia ficción.