¿Tiene sentido contar el argumento de Bosque Mitago y Lavondyss de la misma manera que se suele hacer con un libro convencional? Más allá, quiero decir, de la idea principal, el planteamiento en torno al cual gira todo, a saber: en Inglaterra hay un bosque, Ryhope, más grande por dentro que por fuera, en el que cobran vida los mitos fijados en el inconsciente colectivo. Algo en sus profundidades logra extraer las ideas atávicas de la cabeza de la gente y transformar los personajes legendarios en «mitagos»: seres vivos de carne y hueso que se mueven empujados por las urgencias y motivaciones de sus propias historias.
Si digo que el argumento no es en realidad tan importante es porque las dos novelas, en cierto modo, se experimentan más de esa manera fragmentada en la que se viven los sueños que como historias lineales al uso con planteamiento, desarrollo, nudo y desenlace. Ambas disponen, por supuesto, de dichos elementos, pero no es el deseo de averiguar qué será de los protagonistas lo que empuja al lector a seguir pasando páginas. Uno se adentra en la saga como un explorador en un terreno sin cartografiar, movido más por la curiosidad y el placer de bucear en los entresijos de la fantasía concebida por Robert Holdstock que por averiguar el destino que aguarda a los personajes (especialmente los del libro primero, a quienes encontré un tanto descafeinados). Y, una vez digerida la lectura, lo que perdura es, más que el relato en sí, algunas sensaciones, imágenes aisladas, retazos de situaciones fascinantes.
Pero vayamos por partes. El «Ciclo Mitago» consta de seis novelas publicadas entre 1984 y 2009, aunque únicamente las dos primeras (Bosque Mitago y Lavondyss) han sido traducidas al español. Las mismas que Gigamesh recupera ahora en una edición, por cierto, espectacular: preciosa y muy cuidada. Pese a pertenecer a la misma saga, ambos libros son independientes y autoconclusivos. Es posible leer únicamente el primero o únicamente el segundo y quedar completamente satisfecho (que es, me parece a mí, como deberían concebirse todas las novelas, independientemente de que formen o no parte de una hexalogía).
Bosque Mitago y Lavondyss brindan experiencias de lectura tan diferentes entre sí (por tono, personajes y estructura) que en un primer momento es difícil darse cuenta de lo similares que ambas son en el fondo. En las dos hay una búsqueda como eje central de la narración, relaciones familiares complicadas, historias de amor entre humanos y mitagos, y una interesante reflexión, no demasiado obvia, acerca del libre albedrío. Holdstock menciona de manera explícita el determinismo que afecta a los mitagos: son seres libres de obrar como deseen, pero se ven impelidos a actuar de una determinada manera cuando llega el momento de cumplir con la leyenda que les ha sido asignada. Y, sin embargo, los personajes humanos se ven constantemente afectados por un determinismo similar al que controla a los mitagos, aunque ellos lo achaquen a motivos a priori más sensatos y razonables: enamoramiento, sentido del deber, un impulso caprichoso o circunstancias externas que no es posible esquivar.
En cualquier caso, y a pesar de que ambas novelas aborden en el fondo los mismos temas, lo que realmente dota de unidad a la saga es, tanto o más que el propio bosque de Ryhope, la voz narradora: hay algo en la prosa de Holdstock que nos transporta a los cuentos de la niñez, a esas primeras lecturas en las que nuestra capacidad de asombro y de entregarnos a una historia en cuerpo y alma están todavía sin desgastar. También remite a la infancia la manera en la que los personajes experimentan el bosque generador de mitagos: cosas como la pequeña arboleda que se convierte en una misteriosa región inexplorada, o el paseo campestre que acaba transformado en una peligrosa travesía, recuerdan poderosamente a la manera en la que los niños perciben el mundo cotidiano cuando se sumergen en la fantasía para sus juegos.
En la coctelera del «Ciclo Mitago» se combinan la teoría jungiana del inconsciente colectivo; los tulpas que, según la mitología tibetana, surgen por la materialización física de un pensamiento a través de la meditación, y unas gotas del delirio alucinógeno y febril de Lewis Carroll. Y del brebaje resultante, original y adictivo, destaca sobre todo su atmósfera misteriosa, densa, salpicada de escenas de gran fuerza plástica: barquitos de juguete que tardan semanas en recorrer un riachuelo diminuto, seres vegetales que copulan como mamíferos, mansiones estilo tudor por cuyos elegantes jardines deambulan hombres prehistóricos.
A pesar de todo lo dicho, las dos primeras novelas del «ciclo Mitago» están lejos de ser perfectas. La primera, Bosque Mitago, se centra más en una historia de amor un tanto insulsa que en apurar al máximo las posibilidades narrativas que brinda el bosque de Ryhope. Este talón de Aquiles se solventa en la más rica y compleja Lavondyss, que tiene personajes mucho más interesantes y se atreve a zambullirse de lleno en las profundidades del bosque, explorando más a fondo las implicaciones de su existencia, pero que sin embargo adolece de otros defectos: demasiado larga, con una narración que a veces divaga en exceso y una imaginería onírica que puede llegar a saturar. Es igual. Tal vez no se trate de libros redondos, pero sí son únicos, fascinantes y muy especiales. Los casi cuarenta años que han pasado desde la publicación del primer volumen nos permiten juzgarlas ya con perspectiva: polvorientas, desde luego, no son.
Bosque Mitago, de Robert Holdstock (Gigamesh, col. Gigamesh Ficción nº 33, 2021)
MIthago Wood (1984)
Traducción: Cristina Macía y Francisco Pérez Navarro
Tapa dura. 398pp. 24 €
Ficha en la Tercera Fundación
Lavondyss, de Robert Holdstock (Gigamesh, col. Gigamesh Ficción nº 69, 2021)
Lavondyss (1988)
Traducción: Cristina Macía
Tapa dura. 546pp. 28 €
Ficha en la Tercera Fundación