La Atenas del norte. Así se refería a sí mismo el mundillo cultural de Santander durante la postguerra. Un caldo de cultivo en el cual se movieron Gerardo Diego, José Luis Hidalgo o Manuel Arce y surgieron o se afianzaron un puñado de iniciativas de diversa entidad, alguna de las cuales ha perdurado hasta la actualidad, caso del embrión de la editorial Santillana (y el grupo PRISA) o la UIMP. Y no había un asomo de humor en la mención. La seriedad detrás del nombre, vista desde estas alturas del siglo XXI, permite todo tipo de valoraciones, de lo más mesurado a lo más… burlesco. Sin embargo, también invita a una cierta comprensión dado el erial en el que Franco convirtió España. Y de ese provincianismo endogámico donde la sección cultural empieza y termina dentro de los límites de la región o, para qué negarlo, la capital de la provincia. La expresión parece haber caído en desuso y un poco en el olvido, pero ciertos modos y comportamientos son inasequibles al paso del tiempo. Sobre ellos arroja José Luis Moreno-Ruiz todo su ácido en Pereda Cebú, una comedia extravagante entre el costumbrismo y la ciencia ficción.
Sí, digo bien ciencia ficción. Aunque su uso podría calificarse de anecdótico, sin el novum que articula la trama sería imposible la sátira y, a través de ella, la deformación de la Cantabria cultural ideadas por Moreno-Ruiz. En este caso, la clonación de José María de Pereda iniciada por una sociedad secreta de entusiastas de La Montaña y su alumbramiento por un vientre de alquiler. Este suceso se conecta con la carrera del protagonista, José Álvarez. Periodista y poeta, Álvarez acepta ser el padre putativo de la criatura cuando el director del diario regional para el que trabaja le propone ascender en el organigrama del medio hasta convertirse en el director de un nuevo suplemento. Un “flamante” dinamizador de la faceta cultural Cantabria con sus estudios sobre figuras locales, canciones montañesas, deportes autóctonos… Ambas facetas, la de padre y la de periodista, se sazonan con los detalles de su turbulenta vida personal, enfrascado en diversas aventuras extramaritales en la que destaca su turbulenta relación con una compañera de trabajo.
Para tratar todo esto, Moreno-Ruiz apuesta por la procacidad en la deformación de la realidad. Así, todo el asunto referente a la creación del clon es rocambolesco e incluye una de las leyendas urbanas más arraigadas en la ciudad: el paso por Santander de jerarcas nazis en su huida a Sudamérica, capitalizados por un Josef Mengele que en el mundo de la novela pasó unos tres años oculto en la ciudad junto a Ernst Jünger. La clonación es una consecuencia de sus experimentos y se plantea en el libro como un proyecto a largo plazo para mejorar el acervo genético de una Cantabria que está perdiendo sus esencias. Un detalle que se enriquece cuando la clonación sale mal en la línea de La Mosca y el recién nacido hereda características vacunas. Una oportunidad para mejorar la cabaña ganadera autóctona.
Esta apuesta por lo grotesco es la tónica de una representación exagerada, plagada de nombres, calificativos y expresiones despectivas, lenguaraces, machistas, en una afrenta continua contra los finos paladares de los apóstoles del “buen gusto”. Pero es la herramienta que Moreno-Ruiz ha elegido para golpear contra un mundo que conocía bien y que va desde los grupúsculos más aferrados al franquismo, inasequibles a la llegada de la democracia, a los nexos entre el periodismo local y los partidos políticos autonómicos, pasando por los mecanismos que perpetúan la mediocridad intelectual de unas estructuras establecidas insensibles a la llegada de talento ajeno.
Esta atmósfera endémica se refuerza con el uso de giros y modismos tan propios de nuestro uso del castellano. Aparece sobre todo en unos diálogos donde el leísmo, el uso del condicional en vez del subjuntivo y los diminutivos se usan inmisericordemente y enfatizan esa insensibilidad al cambio que vertebra Pereda Cebú. Esto puede hacer que alguien ajeno a esta realidad encuentre sus obstáculos, pero más allá de ciertas referencias inevitables (Pereda, Menédez Pelayo, Puente San Miguel), Moreno-Ruiz mantiene un equilibrio que permite trasladar lo sucedido a otras capitales de provincia y establecer un lugar común que, más o menos, se repite a lo largo y ancho de España.
Donde falla un poco, y es donde la novela se siente peor, es en la construcción de ese argumento que vehicula el retrato y la crítica. Demasiadas veces esa repetición que, con elocuencia, habla de la endogamia y la perpetuidad de usos y costumbres, se siente también como una preocupante falta de rumbo. La trama es errática, tiene escasa progresión y el desenlace se cierra muy falso, un detalle que se recibe más con alivio que con frustración porque 20 páginas adicionales habrían sido del todo absurdas.
Pereda Cebú (Ediciones Laertes, Colección Camelot nº14, 2008)
Rústica. 231 pp. 13 €
Ficha en La web de la editorial