Hay mucha ambición detrás de Voces en la ribera del mundo. A través de una miríada de personajes y enfoques, Diana P. Morales aborda una serie de relatos entrelazados para levantar un calidoscopio de situaciones de ciencia ficción: diferentes apocalipsis, la colonización de otros planetas con sus respectivos primeros contactos y multitud de cuestiones relevantes para nuestro presente. La tarea de integración detrás de su escritura y el vértigo inducido por la suma de narraciones dotan a Voces en la ribera del mundo de una enorme riqueza. Se experimenta desde una reinvención y un descubrimiento constantes.
El primero de esos relatos es “Mi existencia no ha sido en vano”, la piedra angular sobre la cual Morales introduce la estructura del resto del libro. En una primera sección, “Un descubrimiento en Sshotz”, un narrador omnisciente cuenta cómo unos alienígenas observan el paso de una nave espacial en las proximidades de su planeta y su voluntad por comunicarse. A las pocas páginas cambia a una primera persona con el punto de vista del piloto de esa nave, el vehículo del contexto desde el cual aparece la exploración espacial: encontrar una alternativa a una Tierra moribunda. La caracterización de este cosmonauta, Hidalgo, ya exhibe los problemas de los psicólogos de ese futuro cercano para encontrar profesionales a la altura de los retos del viaje espacial; un poco en la línea de las tripulaciones de la Prometheus o la Covenant. Una extravagancia acentuada cuando se presenta a la cultura extraterrestre con la que nuestro emprendedor se da de bruces y para los que termina convertido en una deidad. En el tramo final su planeta materno se convierte en objeto de peregrinación para algunos de ellos que, al aterrizar, salen a una Tierra cubierta por un gélido invierno ¿nuclear?
Esta secuencia heterodoxa de tonos, escenarios, personajes, se convierte en la tónica de Voces en la ribera del mundo. Un incesante carrusel donde puntos de vista complementarios se suceden a través de monólogos, diálogos, narraciones epistolares, otras más convencionales…. para alumbrar la gran historia de esa humanidad asomada al abismo de su presumible final. En esa construcción la novela se vive como celebración de la ciencia ficción como el género inevitable para abordar no ya el calentamiento global, una pandemia o el impacto de un meteorito; ahí están la desigualdad económica, las relaciones de poder detrás de los sistemas democráticos, la discriminación, la lucha por la equidad… Todas estas cuestiones surgen con naturalidad en un espacio donde la caída se acentúa con cada problema de comunicación con el otro mientras la supervivencia y la curación se materializan de las escasas oportunidades para el encuentro. En esta riqueza es esencial la diversidad de representaciones culturales y de género desde las cuales Morales urde prácticamente cada relato.
La multiplicidad de temas y registros ayudan a evitar la similitud de las voces narrativas. La relativa familiaridad de la que parte facilita entrar en vereda sin demorarse demasiado en preámbulos. Además Morales regula la mezcla de elementos comunes para conducir a cuestiones a priori menos evidentes. Las luchas por la supremacía entre bloques o las ideas conservacionistas aplicadas a los nuevos ecosistemas permiten acercarse al dilema sobre si una tecnología avanzada puede ser la causa o la solución al callejón sin salida en el que se encuentra la humanidad. O hasta qué punto la salvación de la humanidad merece poner en riesgo a otra especie inteligente. Con resoluciones donde las salidas tomadas por los protagonistas las evidencian mediante la acción y se apoyan en requiebros que insuflan aire fresco o los entierran en un pozo más hondo. Por ejemplo, “¿Acaso no son muertos vivientes?” coquetea con los prejuicios del lector al ponerlo ante una historia Z hasta que lo desarma con una conclusión establecida desde la pregunta quiénes son los muertos vivientes en las historias de muertos vivientes, sin necesidad de acudir a un parlamento efectista y gratuito.
También, varios de esos giros quebrantan la suspensión de la incredulidad; tensan la verosimilitud de una historia que puede terminar acumulando agujeros, a nivel de coherencia argumental o científica. Asimismo, precisamente por esa profusión de acercamientos y relatos personales, se exploran tantos aspectos contados desde formas tan distintas y con una celeridad tal que, aun en su riqueza, la atmósfera y la profundidad general se resienten. He experimentado bastantes de esas historias con ligereza; lo que pasa queda en continuo conflicto con cómo se transmite y sus representaciones terminan como un desvaído artefacto de lo que se pretendía representar. Así he sentido “Volveré”, una teatralización del séptimo viaje de Ijon Tichy bien ideada para ahondar la diversidad del cuadro general con la exploración del yo como el otro, pero resuelta desde una superficialidad que la condena a la irrelevancia. O “La peor resaca de Olya Soloviova”, un apresurado bosquejo de relato de hackers acogotados por el fin del mundo y las estructuras de poder, demasiado apoyada en revelaciones que ponen al lector ante su capacidad de querer creer. O “Grietas por las que se cuelan las víboras”, un thriller político que diluye Siete días de mayo o Punto límite.
La ausencia de claustrofobia y angustia en lo que tendría que ser clautrofóbico y angustioso, de falta de tensión de lo que cuenta por cómo se cuenta, se hace notar. La idea del fin del mundo y una serie de desdichas que golpean a las escasas alternativas en las cuales cada personaje deposita sus esperanzas, van y vienen en un libro a ratos ahogado entre una heterogeneidad y una cantidad de desarrollos donde habría que haber hecho alguna poda o dar más espacio. Esta irregularidad y ciertas incoherencias conviven con esa vigorosa afirmación de la ciencia ficción como género pertinente y de inagotable amplitud temática. Capaz de acoger una diversidad de personajes mucho más representativa que la habitual en las novelas que hemos visto incluso estos últimos años. Con estas luces y sombras, Voces en la ribera del mundo merece perdurar más allá del cierre de Triskel Ediciones, la editorial en la que apareció. Algo que, es triste reconocerlo, ni siquiera un premio Ignotus puede garantizar.
Voces en la ribera del mundo, de Diana P. Morales (Triskel Ediciones, col. Átropos nº20, 2019)
350 pp. Tapa Blanda. 19€
Ficha en la Tercera Fundación