El peso de Karel Čapek en la historia de la ciencia ficción es incuestionable. Cualquier recuerdo de sus raíces debe pasar al menos por R.U.R. y La guerra de las salamandras. Y no por el argumento habitual de su clarividencia respecto a lo que estaba por venir; cómo en sus obras tanto se anticipaban la maldad del nazismo, la destrucción de Europa (y parte del mundo) en la Segunda Guerra Mundial, los peligros de un desarrollo científico-tecnológico sin una ética acompasada… Señalar esos motivos perpetúa la engañifa de valorar la ciencia ficción por su capacidad para anticipar el futuro, un ladrillo más en el muro que separa la ciencia ficción del resto de la literatura. Lo valioso en la obra de Čapek está en su clarividencia para, a partir de lo que ya estaba ocurriendo, convertirlo en eterno gracias al lenguaje de la ciencia ficción. Esa recreación mediante la cual pasó de lo “particular” de aquel momento a lo atemporal. Esta elaboración quedaba más escondida en sus novelas. Su extensión, el mayor peso de las descripciones, el caudal de palabras permitían trabarla mejor que en su teatro donde, por economía de tiempo y de medios, urgía ir al grano. Algo muy evidente en este La peste blanca. Como ventaja, resulta muy fácil dejarse llevar por la simplicidad de esta tragedia en tres actos, con personajes claramente vehiculares centrados en caracterizar cuestiones centrales en la Europa de 1937. Sobre todo la síntesis entre nacionalismo y populismo.
Aunque hay más voces, La peste blanca está dominada por dos posturas caracterizadas por dos personajes: el Doctor Sigelius regenta la clínica más afamada de un país centroeuropeo que, pese a sus esfuerzos, no consigue detener el avance de una epidemia mortal. La peste blanca comienza a manifestarse con la aparición de un punto blanco que se va extendiendo por el cuerpo, pudriendo la piel y condenando al enfermo a una muerte irremediable tras unas semanas. A pesar de sus fracasos, Sigelius es la persona de confianza del gobierno para la lucha contra la enfermedad, imponiéndose sobre los logros del Doctor Galeno. Médico humilde y entregado al servicio de los que menos tienen, Galeno ha evitado la muerte de un alto porcentaje de sus pacientes. Sin embargo, oculta el remedio porque no está interesado en ponerlo al servicio de las clases altas y un gobierno cuyas acciones van en contra del juramento hipocrático. En su ingenuidad, se cree con influencia para quebrar la maquinaria de la guerra de su país, a punto de desatarla contra un país limítrofe.
Durante el segundo y el tercer acto Sigelius se alterna (y es reemplazado) en sus diálogos con Galeno por el Barón Krüg, representante de la industria bélica, y el Mariscal, responsable de la ofensiva a punto de desatarse. Cada uno tendrá que bregar con la enfermedad, intentará embaucar al idealista y tendrá su propia epifanía cuando vea aproximarse el desenlace. Sus conversaciones se puntean con pequeñas visiones protagonizadas por el pueblo, centradas en mostrar el sufrimiento y las tensiones larvadas debido a la enfermedad pero, también, azuzadas por la pobreza y al látigo de quienes agitan el avispero para desatar los perros de la guerra.
Como digo, es todo tan directo que resulta más evidente y forzado que en novelas como La guerra de las salamandras o La fábrica de absoluto, o incluso en R.U.R. Aun así, no mengua la pertinencia de los temas tratados y permite apreciar mucho mejor lo que comentaba en la introducción: cómo cualquier vigencia profética es realmente una consecuencia de acertar a incluir en la historia cuestiones que modelan el presente. Aquí Čapek se nutre de la influencia de la, entonces, Gran Guerra, nuestra Guerra Civil y los bombardeos sobre pueblos y ciudades; el daño de la incultura y la desigualdad económica; o la pandemia del 18, con una transformación de la enfermedad que ennegrecía tu cuerpo a una que lo blanquea.
La recuperación de La peste blanca, que contó con una traducción al castellano en 1937, hay que agradecerla a Pálido Fuego en una nueva colección a la venta exclusivamente por internet: éLITe. Me hubiera gustado una versión directamente del checo y no de un idioma intermedio. Supongo que entonces nos habríamos quedado sin leerla. Un mal al parecer necesario en este contexto precario donde los editores se ven obligados a ser ejércitos de un solo hombre para poder mantener sus proyectos empresariales en funcionamiento.
La peste blanca (Pálido fuego, 2020)
Traducción: José Luis Amores
Bolsillo. 118pp. 8,90 €
Ficha en la web de la editorial