En el año 2006 Cormack McCarthy dejó a todos sin habla con una novela arrolladora que se titulaba La carretera revitalizando así un viejo género como el apocalíptico, que parecía ya no dar mucho de sí. En el fondo no contaba nada que no se hubiera contado antes, la historia no era otra cosa que el peregrinar de unos personajes en medio del desastre intentando sobrevivir como podían. En fin, nada que se saliera de lo habitual en este género. Lo que hacía grande la novela era esa prosa seca y precisa en la que cada palabra era como un latigazo. No conozco otro autor que haya sido capaz de transmitirme mayor desesperanza o que haya dado una visión más sombría y desencantada del ser humano que McCarthy.
Mucho antes obras como La nube púrpura (1901), de M.P. Shiel, toda una precursora del género apocalíptico, clásicos como La tierra permanece (1949), de George R. Stewart, o El día de los trífidos (1951), de John Wyndham, por destacar algunas, habían establecido las pautas por las que se regiría el género. En todas ellas se narraban los esfuerzos de un grupo de personas por sobrevivir después de que acaeciera algún hecho catastrófico en el mundo. Las causas eran muy diversas, desde un virus hasta una guerra nuclear, pero la intención solía ser la misma, la de abandonar a una serie de personajes a su suerte en un mundo en el que ya no hubiera otra autoridad que la del más fuerte. Para poder salir adelante los protagonistas se veían obligados a cometer todo tipo de indignidades como robar o matar. Es en circunstancias extremas como éstas cuando los seres humanos muestran lo peor y lo mejor de sí mismos. La carretera no se aparta ni un ápice de este guión pero si no cae en lo rutinario es gracias al estilo literario único de McCarthy. Dejo a propósito al margen a otros autores como Ballard o Aldiss, que abordaron el género desde una perspectiva muy diferente y alejada de los clásicos.
Por eso sorprende que La parábola del sembrador (1993), de Octavia Butler, se ciña tanto en contenido como en forma al esquema más tradicional sin introducir grandes innovaciones. La novela se publicó décadas después de los grandes clásicos y aunque se anticipó trece años a La carretera, al leerla hoy carece de la contundencia de ésta. Tal vez de haberme topado con el libro en los noventa, sin el recuerdo aún vivo de La carretera, me hubiera sorprendido mucho más de lo que lo ha hecho hoy. En cualquier caso, la primera parte del libro, una admonición de lo que nos espera de continuar así y que podríamos subtitular “Crónica de un apocalipsis anunciado”, me parece estupenda. La novela está contada con esa sencillez engañosa que exhiben los grandes escritores. Redactada a modo de diario la historia fluye de manera natural, la notas escritas por Lauren Olamina nos introducen en ese mundo tan creíble y despiadado en el que le ha tocado vivir sin que apenas tengamos que hacer esfuerzo. Durante toda la primera mitad la desgracia se palpa, parece cernirse de manera constante sobre los personajes hasta que se abate sobre ellos sin compasión. A partir de aquí, devenida en típicamente apocalíptica, la narración deja de avanzar y es como un buque que tras embarrancar termina siempre agitándose en las mismas olas. Hubiera necesitado de algo más esta segunda parte, de algo que la distinguiera de otras novelas similares como supo hacer McCarthy. O quizás haya que esperar a su segunda parte, Parable of the Talents (1998), para apreciar la obra en su conjunto.
Así y todo, Butler introduce en La parábola del sembrador algunos elementos inauditos en la ciencia ficción clásica. Para empezar, su protagonista, Lauren, además de ser mujer, algo muy poco frecuente en la ciencia ficción previa a los años 70, es negra. Se trata de una chica que por su precocidad, por su extraordinaria e improbable madurez, me recuerda a Ender, el increíble niño de la célebre novela de Orson Scott Card, El juego de Ender (1985). Lauren padece hiperempatía, un trastorno que la hace especialmente vulnerable en el mundo de violencia y sufrimiento en el que vive. Como consecuencia de esta alteración siente el dolor (también el placer) de los que están cerca de ella como si fuera propio, lo que la incapacita muchas veces para defenderse. De nuevo me viene a la mente Ender, en esta ocasión el Ender de La voz de los muertos (1986), que también hace suyo el sufrimiento de los demás. Ambos escritores, Card y Butler tuvieron una educación religiosa, algo que se percibe en sus obras.
La parábola del sembrador cuenta con otro elemento poco habitual que entronca con lo anterior y que hace que nos topemos una vez más con el escritor mormón: la religión. El carácter de Lauren está muy marcado por la educación baptista recibida de su padre, que ejerce de predicador en el barrio. Pero ella no cree en el dios de sus mayores, que permite los horrores que ve a su alrededor. La rapiña, la venta de mercancía robada y el tráfico de drogas se han convertido en algo habitual y son para muchos el único medio de vida en un país sumido en una larga sequía provocada por el calentamiento global. Al alcance de las empresas existe un caudal de mano de obra inagotable que aprovechan sin escrúpulos para explotar a los trabajadores o incluso convertirlos en esclavos. Sin un gobierno competente el caos se extiende por toda Norteamérica, muchas veces bajo la impasibilidad de una policía corrupta (Butler hace bastante hincapié en lo poco que es de fiar). En una situación así o se tiene una fe inquebrantable o se busca consuelo en otra parte. La mayoría lo encuentra en la droga, Lauren decide construir sus propias creencias. Su nuevo dios será el Cambio.
Todo aquello que tocáis
lo Cambiáis
Todo aquello que Cambiáis
os cambia a vosotros
La única verdad perdurable
es el Cambio
Dios
es Cambio.
En este sentido, la novela puede entenderse como la crónica de la creación de una religión llamada Semilla terrestre. Lauren a lo largo de los casi tres años en los que transcurre el libro profundiza en sus ideas casi de manera clandestina. Más adelante, con cierta timidez al principio, acaba incluso haciendo proselitismo y, cual Jesús en la antigua Palestina, va aceptando nuevos discípulos en su peregrinaje. Mientras que McCarthy piensa que no hay salvación posible, Butler cree poder hallarla en la religión.
Aunque se publicite como tal, la novela no es una distopía. En los últimos años la palabra ha caído en gracia y todo relato que transcurre en el futuro es etiquetado como distopía. Es una manera de evitar el molesto término ciencia ficción. Una distopía se escribe con la mirada puesta en el presente del que se extraen una o varias características que se quieren destacar y que luego serán amplificadas en la sociedad imaginada como, por ejemplo, hizo George Orwell en 1984 (1949) que puso su atención en el autoritarismo de Stalin. Nada de esto ocurre en La parábola del sembrador ni siquiera en la primera parte, que no es más que la extrapolación de la Norteamérica que conoció Octavia Butler y que hoy sólo ha cambiado a peor.
Si prescindimos del arrobamiento religioso la novela puede considerarse una puesta al día de las novelas apocalípticas clásicas. Se menciona el calentamiento global, los blancos no desempeñan los roles predominantes, la protagonista es una mujer, se habla de racismo, de desigualdad, de explotación…, desde luego no se puede negar su vigencia. Capitán Swing, que ya publicó la sobrecogedora Parentesco, nos la trae en una estupenda edición y con una traducción excelente a cargo de Silvia Moreno Parrado. Se trata de un libro intenso, a veces duro, que despierta fuertes emociones, de resonancia bíblicas y cuyo mayor defecto es haber llegado veintiocho años tarde. Parece un libro introductorio a una historia mayor en la que la religión Semilla terrestre cobraría mayor relieve, así que después de todo aún es posible que la historia se convierta en una distopía, religiosa en este caso. Butler había concebido que fuera una trilogía pero su muerte en 2006 cuando contaba 58 años le impidió terminar la tercera novela. Su continuación, que además ganó el Nebula en 2000, La parábola de los talentos, será publicada este otoño.
La parábola del sembrador, de Octavia E. Butler (Parable of the Sower, 1993)
Capitán Swing, 2021. Traducción de Silvia Moreno Parrado
Rústica con solapas. 352 pp. 20€
Ficha en la web de la editorial